¿Qué se merece el infame cobarde que se atreve a hacer el bestia con quien tiene más cerca. |
Pocas cosas han de resultar más aterradoras que saber que en
casa está tu agresor. Es como si alguien tuviera que compartir cama y cocina
con el ladrón que te asaltó por la calle, con el violador que te humilló y vejó
en el descampado, con el borracho que te pegó porque le no le gustó tu mirada,
con el fascista que te insultó porque tus palabras le molestaron… Y
desgraciadamente son miles las mujeres que tienen que aguantar una vida en la
que en casa está el borracho y el violador, el ladrón y el fascista, todo en
uno, puesto que todo eso (y mucho más) es el imbécil cobarde que le levanta la
mano a una mujer, y mayor es aun su vileza cuando aprovecha la intimidad de la
vivienda para sentirse superior pisoteando al débil. Lógicamente, el culmen de
la degeneración se produce cuando el asno idiota asesina a quien está a su
lado, cosa que sucede muchas veces al año (una sola vez ya sería exceso).
El asesino, a veces, se quita la vida tras dejar bien
patente su repugnante existencia, pero bien podía invertir el orden de sus
actos y quitarse de en medio como primera medida. Contra esta especie de
cretino no se puede hacer nada, pero sí que se podría actuar antes, mucho
antes, al primer palo. Así, el código penal debería ser reescrito pensando
tanto en la protección del débil como en el castigo del zoquete agresor, de
forma que éste tuviera verdadero miedo a lo que tendría que enfrentarse tras
realizar su abominable acto de bajeza moral; pero la sociedad está indefensa
ante la estulticia de los políticos y la pusilanimidad de los magistrados.
Aquellos, que en un 99,99% de los casos viven unos 50 metros por encima del
suelo, o sea, de la realidad, piensan que promulgando una ley contra el
maltrato y un castigo que conlleve el alejamiento ya está todo solucionado,
poco más hay que hacer; sin embargo, el mequetrefe cretino que se atreve con
ella (la víctima) se pasará la orden de alejamiento por ahí, puesto que sabe
que la legislación estará siempre pendiente de que él, el pegón, no deje de ser
tratado con verdadero mimo (y así lo exigirá). Por eso, urge promulgar leyes
que verdaderamente asusten al majadero cagueta, leyes que señalen castigos
apropiados, duros, intimidatorios, disuasorios, penas que incluyan muchos años
de trabajos forzados (haciendo carreteras, limpiando bosques, separando basura…,
y por supuesto, con la difusión de su atroz rostro para que sea siempre
reconocido y señalado), diez horas al día, con la comida justa y con grilletes
para el reincidente. Los que se creen modosos y los progres de boquilla se
harán cruces y señalarán como facha al legislador que le eche lo que hay que
tener (decisión, valentía, sentido de la justicia) y escriba leyes de este
tipo, y dirán que son medievales los castigos infamantes; pero es que la
infamia la ejerció antes el mamarracho indecente que pegó a la débil, y con
infamia debe ser tratado, ¿acaso no vive ya en la indignidad, acaso no es un
abyecto y un indecente rastrero? (y no es ojo por ojo, pues esto significaría
apalear o ejecutar al culpable). Además, ¿quién es más facha, el que pide
castigo duro para el matón con cerebro de gusano o el que se pone de parte de
éste para que sea tratado con todo el miramiento? ¿quién está más a la derecha,
el que exige pena estricta para el culpable o aquel al que sólo le preocupa que
el cruel con el indefenso pase el menor tiempo posible castigado?
Y por otro lado están los jueces, siempre interesados en
quitar una semana, un mes, un año de cárcel al delincuente, dando así la
impresión de que lo que desean es que vuelva pronto a la calle para hacer daño
al más desprotegido. Tal postura es muy habitual en los togados en todos los
casos, salvo que exista política en el sumario, pues ya ha quedado más que
patente que hay mucho árbitro de la Justicia que de modo infalible retuerce el
código para beneficiar al violento; tan es así que no son pocos los que han
logrado rebajar pena al violador que, como no puede ser de otro modo, volverá
al asalto, de forma que no llega a ser tan disparatado pensar que el tipo de
negro se ha convertido en colaborador necesario del delincuente. Y el asqueroso
caso de la agresión física en el ámbito doméstico no es excepción.
Es indignante, irritante, desesperante, preocupante contar
las agresiones y las muertes de esas pobres mujeres, cuya vida ha de ser
aterradora. Un ejemplo de algo que tal vez no esté tan lejano: Tras recibir
innumerables palizas, tras infinitas denuncias, la pobre mujer murió a manos de
la hiena que tenía al lado. Tal vez, viendo lo barato que es en España el
homicidio, haya alguien que alguna vez piense así: “Este bestia está apaleando
día sí día también a mi hermana (prima, sobrina, madre, hija, amiga…), y un día
la matará, el juez le condenará a diez años y, como en prisión no hay mujeres a
las que pegar, saldrá en cinco o seis por buena conducta para luego reírse y
disfrutar. Así las cosas, lo mejor es que antes de que la mate yo mismo vaya a
por ese sinvergüenza feroz y acabe con él. Me caerán diez años, saldré en cinco
o seis por buena conducta y al menos nos habremos librado de una rata. Y
podremos dormir por las noches”.
CARLOS DEl RIEGO
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