La imagen captada por el fotógrafo Mauricio Peña en Riaño muestra a qué está dipuesto quien defiende su casa, pues el anciano de madreñas y boina quiere enfrentrarse a los antidisturbios |
Una mujer de en torno a la cincuentena es la última de una
trágica sucesión de suicidas que prefieren la muerte antes que abandonar su
casa. La calamitosa situación económica de millones de personas desemboca muy a
menudo en el temible desahucio, que es una de las peores tesituras en que puede
verse una persona. Y es que eso de que vengan a tu casa, a tu refugio, al lugar
donde uno más seguro se siente con intención de echarte es algo que tiene que
provocar un sentimiento de impotencia y desamparo verdaderamente inimaginable.
Realmente no es nuevo eso de pegarse un tiro o tirarse por
la ventana antes de permitir que unos extraños se hagan con tus llaves, con tus
rincones, con tu vida en realidad, pues tu casa es mucho más tú de lo que te
crees. Todavía se recuerda con amargura lo que ocurrió cuando la policía llegó
al pueblo leonés de Riaño para echar a sus habitantes con el fin de construir
un embalse que, evidentemente, exigía inundar el valle. Hay que recordar que
entonces, en 1987, el gobierno de España cedió a la extorsión y amenazas de los
terroristas desmantelando la central de Lemóniz, por lo que la empresa de
energía exigió algún tipo de compensación, de modo que los políticos en el
poder también cedieron a las presiones de la energética y retomaron el viejo proyecto
franquista de anegar el valle de Riaño para que la empresa eléctrica pudiera
resarcirse. Es decir, si los habitantes del valle hubieran colocado unas
cuantas bombas y asesinado a una docena de personas al azar y a un par de
aquellos politicastros, seguramente los presidentes y ministros también
hubieran reculado y hubieran buscado otro lugar a inundar para que la
generadora de energía tuviera qué vender; en realidad esa es la conclusión que
puede extraerse de aquel hecho infausto: si hubieras asesinado hubieras
conservado tu casa. Por suerte, en aquel valle, en aquellos ocho pueblos
residían gentes de bien.
A pesar de las mentiras, muchos riañeses se negaron a
renunciar a su casa, a abandonar lo que era suyo, así que fueron desalojados
por la fuerza, con demolición de casas, enfrentamientos en las calles del
pueblo e imágenes vergonzosas. Y es que nadie quiere que vengan extraños a su
casa a imponerle el desalojo. Pero, al igual que está sucediendo hoy, hubo
algunos vecinos que prefirieron salir de su casa con los pies por delante. Así,
se recuerda el caso del hombre que la noche previa a la fecha anunciada para
echarlo de su casa (¡cómo puede alguien venir a echarme de mi propia casa!),
pagó todas sus deudas y se fue a la cama con su escopeta, de manera que cuando
la Guardia Civil entró se encontró con el cadáver del hombre en su cama y toda
su sangre por la habitación…, prefirió quedarse allí aunque fuera muerto pues,
como él mismo decía los días previos con enorme angustia y lágrimas en los ojos
“a dónde voy a ir”. Y también hay que recordar a otro vecino que, ni corto ni
perezoso, esperó a que la presa estuviera construida, compró metros y metros de
cuerda y se ahorcó desde lo más alto de la misma…, y a consecuencia de la
terrible caída, la cabeza se separó de cuerpo y jamás fue encontrada (no
buscaron entre los escombros de lo que fue su casa); aquellos desalmados, con
el infame González a la cabeza, no comprendieron que muchas personas llevaban
tanto tiempo allí que ya formaban parte de la tierra. Y para el sonrojante caso
de Riaño no sirve la disculpa de “es un bien público, es un servicio para toda
la sociedad, es algo necesario”, puesto que, como queda dicho, fue algo así
como una recompensa a la empresa eléctrica tras mostrar aquel gobierno (sobre todo
el flojo de pantalón González y el mentiroso y despreciable Sáez de
Cosculluela) su debilidad y cobardía ante las amenazas.
Pocas cosas han de resultar tan traumáticas como que te
expulsen de tu vivienda, de tu refugio, del lugar donde más seguro te encuentras,
por eso, aunque sean decisiones extremas y desesperadas, no ha de extrañar que
haya quien cumpla eso de que “de mi casa habrán de sacarme con los pies por
delante”. Claro que en otros países, en lugar de suicidarse, el desalojado
hubiera esperado a la policía fusil en mano para morir defendiendo lo que
legalmente es suyo.
¡Qué banco o entidad acreedora tomará la propiedad de un
inmueble sabiendo que es suyo gracias a la muerte de su habitante! ¡Qué
estómago habrá de tener el empleado que entre, tras el suicidio, a evaluar el
estado de la vivienda recién expropiada! ¡Ojalá con ellos se cumpla aquello de
“quien a hierro mata…”.
CARLOS DEl RIEGO
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