viernes, 9 de enero de 2015

PODEMOS Y LA CONSTITUCIÓN DE 1978 Quienes vivieron aquellos años recordarán la alegría e ilusión con que los españoles vivieron la reforma, las votaciones, la Constitución. Hoy existe una corriente que reniega de la misma y, por tanto, de quienes allí estaban para aprobarla

Chiquilicuatre
Ruiz Mateos
Gi
Abunda en ciertos sectores de la juventud española una cantinela que más o menos viene a decir: “yo no voté la Constitución y por tanto no tengo por qué acatarla”. En el mismo sentido, los recién llegados a la clase política (los que aseguran que pueden) y alguno que quiere pescar en el revuelto río, anuncian profundos cambios en esa Constitución de 1978. Sea como sea, existe una corriente no desdeñable contraria a aquel texto legal que los españoles apoyaron de modo tan mayoritario.

Aunque parezca innecesario, conviene recordar que en aquellos cruciales años (la segunda mitad de los años 70 del siglo pasado), los ciudadanos españoles dijeron sí a las leyes de reforma política y, posteriormente, al referéndum que consagró esa denostada carta magna española; y todo ello con una participación masiva y con porcentajes de apoyo en torno al 90%. Esto quiere decir que esos que afirman que se hubieran posicionado en contra, en realidad habrían estado entre los que no deseaban una democracia para el país, que básicamente eran los grupos de extrema derecha (Falange, Fuerza Nueva), pues el resto de las opiniones políticas expresaron sin la menor duda su respaldo. En fin, que la legión de irritados (con razón) contra la clase política parecen haberse reunido en torno al partido político que asegura poder solucionar los problemas.
Iglesias, un producto mediático como los otros, pero nada más
Este tipo de formaciones políticas cuentan con respaldo importante en momentos de crisis económica: así fue en Italia con Movimiento 5 Estrellas, así es en Grecia con Siryza y así parece ser en España con Podemos (a la hora de la verdad, no será tanto); lo malo es que también fue un partido con promesa de salvación para todos el que acabó con la República de Weimar en la Alemania de los años 30 del siglo XX (no es preciso recordar el nombre de aquel partido). Sea como sea, nadie debería creerse que hay quien tiene la varita mágica que va a resolver todo, pues no existe bálsamo de Fierabrás que todo lo cura. Nada de eso, no existen soluciones simples a problemas complejos. Por ejemplo el problema de la corrupción, lacra que es cosa de las personas, de que se sea más íntegro o más deshonesto, sin que en realidad nada tenga que ver la ideología, ya que el deporte del trinque se practica en todos los partidos, en todas partes; además, las cabezas visibles del partido liderado por el homónimo del fundador del Psoe tienen, antes incluso de tomar contacto con el poder, no pocas sombras de incorrecciones monetarias, así como sospechas de nepotismo, amiguismo y endogamia en su ámbito profesional (la Universidad, que en algunos casos funciona como un estado dentro del estado). Otro  problema que prometen solucionar es el de la deuda externa, ya que, llegado el caso, se negarían a pagar, aunque también dicen que si fuera necesario se pediría más dinero prestado (es difícil creer que se te preste algo cuando alardeas de no hacer frente a tus números rojos). En fin, que prometen dinero y subvenciones para todo ciudadano necesitado, y para explicar de dónde lo van a sacar señalan la lucha contra el fraude y el aumento de impuestos, como si no fuera éste un capítulo al que se aplican con diligencia todos los gobiernos.

Las soluciones simples y rápidas enunciadas desde la ausencia de responsabilidades son muy fáciles de presentar y defender, pero luego la realidad se impone, y lo que desde la barrera parecía una oveja, en el centro de la plaza es otra cosa mucho más temible. Por otro lado, ese tipo de creencia en el remedio facilón es característico de personajes surgidos de los medios, sobre todo la televisión y las redes sociales, y/o de criaturas convencidas de poseer el monopolio de la verdad. Dejando a un lado sus sospechosas preferencias (por citar una, sus declaraciones evidencian más proximidad a terroristas, a todo tipo de terroristas, que a víctimas), las cabezas del grupo político que se ufana de poder, en realidad son productos exclusivamente mediáticos. Así, salvando las distancias, su líder no deja de recordar a tipos como Ruiz Mateos (con sus declaraciones y poses esperpénticas), a Jesús Gil (con su tono desafiante y chulesco) e incluso al ya olvidado y patético ‘Chiquilicuatre’; todos son productos con buena imagen en cámara, pero lejos de los platós se les ven las costuras, los rotos y descosidos. Así, ¿alguien estaría de acuerdo en que personas como estas metieran mano a la Constitución?

La crisis obliga a España y otros países a caminar cerca del abismo, pero siempre será mejor eso que lanzarse a él directamente. Por eso, una opción política que tiene como una de sus bases el desmantelamiento en profundidad de la Constitución, lo que está asegurando, lo que está prometiendo, es que dará los pasos necesarios para caer por el precipicio. Cierto que la Constitución del 78 no es perfecta, cierto que contiene algunas cosillas con las que muchos hoy no están, razonablemente, de acuerdo (comunidades autónomas, senado, subvenciones…), pero claro, a toro pasado es fácil ver las imperfecciones, o sea, el lunes es fácil acertar la quiniela. Los Podemos garantizan rehacer ese texto que contó con un respaldo masivo sin tener en cuenta que, precisamente ese texto, es el que ha permitido que ellos estén donde están. ¿Hay demócratas dispuestos a confiar en quienes exigen ilegalizar o, al menos, poner un cordón sanitario en torno a cierto partido?, ¿no preferirían pegar una estrella de David en las chaquetas de sus miembros y simpatizantes?

Del mismo modo que el enfermo desesperado recurrirá incluso al curandero, al hechicero y al vidente, hay que estar verdaderamente mal para confiar en quien promete remedio infalible a base de abracadabra. En ambos casos la realidad será, con total seguridad, el fondo del precipicio.

Lo cual no quiere decir que lo que hay es lo ideal.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 4 de enero de 2015

AJUSTANDO CUENTAS CON THE BEATLES Los libros de memorias de grandes personajes o de quienes han estado a su lado han de tener ‘chicha’, carnaza suficiente como para atraer compradores, secretos de alcoba, traiciones, revelaciones asombrosas… o grandes dosis de resentimiento.

Glyn Johns entre Paul McCartney y Mick Jagger
Los relatos de los tiempos vividos se usan también para ajustar cuentas, para que el que escribe sus recuerdos pueda desahogarse a gusto por algo que en su momento le desagradó pero que, debido a las circunstancias, no pudo decir; por eso, décadas después y sin ninguna cortapisa, el relator se atreve a decir lo que no se atrevió a su debido tiempo. Tal es el caso del renombrado ingeniero de sonido y productor Glyn Johns, quien tuvo la suerte de trabajar con algunas de las bandas más importantes de la historia, como Rolling Stones, The Who o The Beatles, y que en sus memorias, ‘Sound man’ (noviembre 2014), maldice y reniega del último lanzamiento discográfico de los de Liverpool, ‘Let it be’.


El productor es algo así como el imprescindible intermediario entre la idea musical y los aparatos, el nexo entre la melodía y la técnica; por ello, debe ser un experto en los controles y, a la vez, saber qué es lo que el artista pretende expresar. Glyn Johns (un auténtico virtuoso de la mesa de mezclas) realizó labores de productor e ingeniero de sonido en los dos últimos discos de los Beatles, el ‘Abbey road’ y el ‘Let it be’. Como todo beatlemaníaco sabe, éste se grabó antes pero apareció después que aquel. Pues el caso es que en las mencionadas memorias el técnico despotrica (cuarentaytantos años después) contra el álbum que cerró la discografía de estudio del cuarteto. Al parecer, George Martin, su emblemático productor, estaba hasta las narices del mal rollo, las fuertes discusiones y los duros encontronazos que continuamente se producían entre tres de los cuatro (además de la omnipresencia de la ‘quinta pasajera’), por lo que entregó a Johns los mandos de la grabación, producción y mezclas. Sin embargo, según desvela en ‘Sound man’, John Lennon le pasó a Phil Spector el trabajo ya hecho para que le diera su toque personal (¡vaya usted a saber qué es lo que John habló con Phil!) Sea como fuera, la obra de Glyn Johns quedó modificada por las nuevas producciones y remezclas que realizó el colérico fabricante de éxitos neoyorquino.
        
Tantos años después (el ‘Let it be’ salió en 1970) afirma el despechado ingeniero que es incapaz de escuchar aquellas canciones, que se sintió agraviado por el hecho de que Lennon se las diera a Spector para que las rehiciera, que éste las deformó hasta convertirlas en algo “ridículo, desagradablemente empalagoso”, y remata con un resentido, rencoroso y tal vez envidioso “Let it be es un montón de basura”.

Todo incondicional de The Beatles estará de acuerdo en que este disco no es el mejor de los trece que editaron antes de la disolución, pero también en que contiene piezas excelentes, títulos que están cerca de la cincuentena y suenan tan frescos como si fueran novedad absoluta, melodías que han pasado de generación en generación y jamás dejan de hechizar, canciones que no sólo no pierden brillo si no que reafirman su talento con el transcurrir del tiempo. En fin, que son ya auténticos clásicos difíciles de imaginar de otro modo. Que ahora Johns arremeta tan exageradamente contra aquel disco suena a venganza por el caramelo que a última hora le quitaron de la boca, a él, que fue requerido por algunos de los nombres más importantes de la historia del rock y ayudó a lograr discos y éxitos fabulosos. Sí, él participó en dos legendarios álbumes de los Beatles, pero en uno de ellos (el último) podría haber figurado como gran artífice, como el que dirigió a Lennon y McCartney, a Harrison y Starkey, quien los guió e iluminó para lograr una obra maestra imperecedera. Pero se interpuso el tan genial como indeseable Phil Spector y él se quedó sin aparecer para siempre como el primero en la lista de créditos.

Eso de que venga otro y tome tu trabajo para retocarlo, corregirlo y pulirlo a su gusto (para fusilarlo, vamos) debe sentar bastante mal, sobre todo si el agraviado es alguien cuya labor viene avalada por el éxito y el reconocimiento general. Es, por tanto, más que comprensible la rabieta de Johns, incluso la virulencia y el desprecio, sobre todo si se ha estado décadas esperando el momento de largar, de ajustar cuentas con aquellos que le ofendieron. Y se ha despachado a gusto; baste señalar que el subtítulo del libro viene a decir: “Una vida grabando éxitos con The Rolling Stones, The Who, Led Zeppelin, The Eagles, Eric Clapton, The Faces…”, o sea, destaca media docena pero omite a The Beatles como pequeña y tardía revancha; por cierto, obsérvese, además, que dice ‘éxitos con’, que indica al lado o a la misma altura, y no ‘éxitos para’, que significa trabajo asalariado o ayuda. Es una muestra de los celos de quienes participaron en la construcción de melodías que seguirán sonando cuando ninguno de los presentes siga aquí.  

Lo que sí puede quedar es una cierta curiosidad por saber cómo hubieran sonado ‘Get back’, ‘Across the universe’ o el propio ‘Let it be’ según Glyn Johns. 
       

CARLOS DEL RIEGO

jueves, 1 de enero de 2015

ALGUNAS MENTIRIJILLAS DEL CINE ¡Cómo engaña el cine! Sí, para convertir cualquier historia real en una magnífica película hay que adornar, tergiversar, retorcer, y así, burlando la realidad, es como se asombra y se fascina al espectador. Eso sí, a veces las mentirijillas chirrían

El auténtico Custer se parecía poco al que presentó Hollywood
El cine es engaño y trampa, es su esencia, como en el ilusionismo. Sin embargo, hay casos en que la seducción exige incluso modificar la verdad y traicionar a los protagonistas de la Historia. Y no se trata sólo de anacronismos como el del romano que luce reloj. En no pocas ocasiones muchas personas llegan a conocer a un personaje histórico a través del cine. Por ello, sucede que algunas licencias que se toman guionistas y directores para adornar o dar mayor dramatismo al guión, son consideradas como hechos históricos por buena parte del público, que asimila inocentemente estas mentirijillas.

Los casos abundan. Uno de los más reconocibles es el de la supuesta envidia criminal de Salieri a Mozart en la película ‘Amadeus’. Pero como es sabido, Antonio Salieri no sólo no tuvo que ver en la caída del genio, sino que más bien parece que éste y su padre se obsesionaron de modo enfermizo con el italiano al conseguir éste un puesto que Mozart deseaba. El monstruo del pentagrama llegó a acusarlo del fracaso en Viena del estreno de una de sus obras…, cuando el acusado estaba en París.

Una engañifa muy buena tiene al Cid como prota. Hubo un tiempo en que en España se dio por cierto que el héroe medieval español por excelencia había ganado una batalla después de muerto; la realidad es que esta creencia procede de ‘El Cid’ (1961, Anthony Mann), en la que atan el cadáver del caballero al caballo para hacer creer a los moros que está vivo y es poco menos que inmortal, y así los sarracenos huyen despavoridos. El hecho es falso como el bigote de Groucho. Sin embargo, Rodrigo Díaz a caballo y blandiendo el espadón debía ser aterrador. Y el cine agradece estos cuentos.   

Igualmente Hollywood ha distorsionado la figura del capitán Bligh. En varias películas sobre el motín del barco Bounty aparece como un vengativo, cruel y estúpido comandante, presentándose el famoso motín como un acto de legítima defensa, de justicia. Así, en la peli, William Bligh ordena sangrientos y continuos castigos, flagelaciones y ejecuciones (“¡pasadlo por la quilla!”), es malhumorado, sádico y enfrentado a todo el mundo. Pero la verdad es que el capitán era más amigo de dar el sermón, la regañina, que de fustigar y, mucho menos, de ejecutar; es más, era culto y se preocupaba por el bienestar de su tripulación (según diarios, crónicas y memorias). Finalmente fue absuelto con honores en el proceso que investigó la pérdida del barco. ¿El motín?, lo más probable es que, tras cinco meses de placeres y holganza en Tahití, los marineros (vagos, exigidos y mal pagados) no estuvieran dispuestos a volver al trabajo y el aislamiento, por lo que decidieron regresar al paraíso y echarse nuevamente en brazos de las tahitianas. Piénsese: o disfrutando del trópico con nativas amistosas y sin dar golpe o fregando la cubierta… Claro que las pelis atraen más con un buen malo.  

Lo contrario ocurre con el general Custer. Clásicos del cine lo muestran como heroico y sacrificado al frente del Séptimo de Caballería, pero la cosa no fue así. Orgulloso y soberbio hasta lo impensable, la vida de sus soldados le importaba un pito: la brigada que mandó en la batalla de Gettysburg batió todos los récords de bajas, por no hablar de sus asaltos a los poblados indios. La célebre derrota de Little Bighorn fue, sin duda, causa directa de sus desmedidas vanidad y ambición. No sólo cometió el error de dividir sus fuerzas ante un enemigo numéricamente superior, sino que rechazó llevarse unas ametralladoras que hubieran sido definitivas porque lo retrasarían, y él no quería correr el riesgo de que otro llegara antes y se llevara la gloria. El nieto de un soldado que sirvió a sus órdenes declaró que su abuelo le había confesado que el general había sido la peor persona que había conocido en su vida… Pero los estadounidenses tienen sus héroes y gestas y no son escrupulosos si hay que falsear la cosa.

El caso de Juan ‘Sin Tierra’, Ricardo ‘Corazón de León’ y Robin Hood está asimilado por todos: el primero es el malo y los otros dos los buenos. La verdad es distinta. El rey Ricardo, que apenas sabía inglés y no pasó en Inglaterra más de seis meses durante su reinado, se presenta como el héroe de la historia, cuando en realidad estuvo siempre ‘de viaje’, y mucho menos preocupado por su reino y sus súbditos que por hacer buenas migas con Saladino; según un especialista, “fue mal hijo, mal marido y mal rey, pero gran soldado”. Juan (que sí, trató de usurpar el trono…, como todos los hermanos e hijos de reyes de su época) se encargó del gobierno de Inglaterra y sus posesiones francesas mientras su hermano estaba de parranda, quitó impuestos al pueblo, se enfrentó a los aristócratas y firmó la muy avanzada (para ser 1215) Carta Magna. Robin Hood, en fin, era un nombre común para los asaltadores de caminos; alguno podría ser el que menciona la leyenda, pero no coincidió en el tiempo con Juan y Ricardo.   

Falsificación semejante se hizo en ‘Braveheart’. En ésta, Robert Bruce traiciona a William Wallace en favor del rey Eduardo I; sin embargo, la Historia afirma que Bruce engañó al monarca inglés, se unió a la rebelión y la continuó cuando Wallace renunció. Claro que para llegar a ser rey de Escocia no dudó en engañar, traicionar y asesinar, como hacía todo el que podía en aquel entonces, a comienzos del siglo XIV. 
Hay muchos otros casos de licencias históricas en el cine, pero ¡qué sería del cine si sólo fuera Historia!  


CARLOS DEL RIEGO

lunes, 29 de diciembre de 2014

JOE COCKER, LA SOBERBIA VOZ DE UN HOMBRE HUMILDE Aunque afortunadamente algunos resisten, desgraciadamente otros héroes de las primeras hornadas del rock van cediendo al desgaste del tiempo. El gran Joe Cocker acaba de irse, pero siempre quedará su voz. Para siempre.

Desgreñado y tonante, cálido y cercano en aquel legendario festival
Algunos que han llevado mala vida, lo que se dice mala vida, aguantan carros y carretas, achaques, libertinajes y excesos, mientras otros con iguales o menores exageraciones y abusos llegan antes al final. No será necesario recordar nombres. Sin embargo, Joe Cocker, el hombre de la voz tonante y estruendosa, apenas alcanzó los setenta; claro que siempre será recordado precisamente por eso, por su cualidad vocal, tan expresiva como inconfundible (por cierto, ¿cómo se verá, cómo se entenderá a esos pioneros en el futuro cuando todos hayan muerto?).

Sólo el físico había cambiado cuatro décadas después

Caía bien a todo el mundo. Lo dijo uno de sus allegados: “fue siempre el mismo hombre”, uno de los mejores elogios que se puede hacer a una persona; es decir, nunca cambió, no era así ante las cámaras y al contrario de puertas adentro, nada de eso, siempre sencillo y agradecido, sin dobleces. Su calidad artística se demuestra al comprobar que era admirado por todos, de modo que desde el momento en que hizo su emblemática aparición en Woodstock, se convirtió en punto de encuentro de la parroquia de iniciados en aquellos años: ya fueran seguidores de los Beatles o de los Rolling Stones, ya fueran heavys o prefirieran cantautores a lo Leonard Cohen, todos los seguidores del rock coincidían en Joe Cocker.


Joe no componía, lo suyo era interpretar, proporcionar nuevos y excitantes matices a grandes melodías; tanto que, en no pocos casos, la visión que él ofreció de este o aquel tema ha adquirido tal personalidad que llega a dar sensación de haberse convertido en otra canción, de haber cobrado nueva identidad. Es más, no son pocos los títulos que se hubieran quedado en segunda división si él, el hombre pequeño de colosal voz, no se hubiera fijado en ellos. Y, más difícil, grandes éxitos pasados volvieron a serlo años después cuando, tras haberlos asimilado, se los regaló a la audiencia habiendo modificado, a su modo, tanto la estructura como el remate.   

Dentro del cajón de sastre que es el rock, Cocker siempre tuvo querencia hacia lugares más negros, de modo que bien puede decirse que con él, el soul se volvió más macizo y el rock consiguió una nueva flexibilidad.  Sus rugidos desesperados, curiosamente, acariciaban enérgicamente los oídos a pesar de tener textura de lija del siete. Hay quien sostiene que esos excesos vocales solamente son tolerables cuando proceden de Cocker o Joplin… Además, fue el primero (que se sepa) que tocó el ‘air guitar’ o incluso ‘el air piano’ (obsérvense sus dedos durante su actuación en Woodstock). 
El sonido de su voz es, evidentemente, su seña de identidad: inolvidable, inmediatamente reconocible incluso por quienes no tienen el menor interés por esto del rock; es una voz rota, discontinua (emparentada con la de otro monstruo como Louis Armstrong y tal vez imitada por Tom Waits), opaca y a la vez romántica, vidriosa, quebradiza y con un pulso sonoro singular. Las notas salen de su boca en su tono óptimo, perfectamente colocadas en el pentagrama, pero a la vez restallan como los eslabones de la cadena del ancla. De ese modo, las emociones se encienden, ahora rabiosas, ahora suplicantes, dulces o duras; todo se vuelve más y más expresivo, con una irresistible carga de pasión.., a veces hasta duele su voz. Un volcán. Y una seda. Lejos del escenario, sin embargo, era pura discreción.

Pero el volcán se ha extinguido. Afortunadamente dejó marca profunda de su paso por el universo de la música. Y cuando resuene su inconfundible modulación, no habrá quien se resista a evocar su figura.

Eso sí, Joe Cocker siempre contó con un poco de ayuda de sus amigos.


CARLOS DEL RIEGO

jueves, 25 de diciembre de 2014

EL COI PLANEA ELIMINAR LOS 200 M. DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS La noticia ha pasado desapercibida, pero no por ello es menos importante: el Comité Olímpico Internacional está meditando suprimir los 200 metros lisos del atletismo olímpico; es una perfecta combinación de estupidez e intereses económicos

El campeón olímpico se rebela contra la ocurrencia de la Federación de Atletismo,
 que pretende suprimir esto. 
Desde hace unos cuantos años (desgraciadamente décadas) el COI está compuesto por verdaderos memos, tipos de dudosa moralidad para los que el olimpismo es poco más que una mercancía; en el mejor de los casos se trata de perfectos analfabetos en la materia a los que es fácil llevar por aquí o por allí. Así, se atrevieron a meter en el calendario olímpico disciplinas que no son deporte, como la natación sincronizada o la gimnasia rítmica, ejercicios que para vencer exigen valores como la belleza, la coordinación, la coreografía…, incluso una bonita sonrisa, elementos propios de las artes escénicas, de la danza, pero perfectamente inválidos en un verdadero deporte, pues en éste lo que cuenta es superar al rival sin importar la gracia o hermosura con que se consigue el triunfo. Asimismo, embuten en el programa deportes indignos de los Juegos o deportes-sucedáneo (el vóley playa, el BMX, la cama elástica… y el fútbol sala, el fútbol playa o el pádel están a punto de entrar). En fin, que no sólo venden en subasta no pública la sede de la cita olímpica (las últimas designaciones no dejan lugar a duda), sino que ahora, tocando la perfección de la mamarrachada, la Federación de Atletismo (la IAAF) planea la supresión de los 200 metros de las carreras atléticas en los Juegos Olímpicos, y así lo dejó caer como si fuera cosa de poco más o menos. El atractivo de los Juegos Olímpicos tiene uno de sus principales pilares en la tradición, en la historia, en lo clásico, y si se los despoja de ello en beneficio de la moda del momento, perderán gran parte de su fascinación, de su singularidad. 

Esto es lo que ocurre cuando quienes llegan a los puestos de poder de los estamentos deportivos, sobre todo al dudosísimo Comité Olímpico Internacional (en dura competencia con la Federación Internacional de Fútbol, la Fifa, por el primer puesto de la indecencia más descarada), son personas que no tienen la menor idea de lo que es el deporte, son burócratas de visera y manguitos, ex políticos preocupados por las dietas y sobresueldos, buscavidas sin el menor mérito o talento; y lo que es peor, los exdeportistas que han llegado a esos puestos de privilegio se adaptan fácilmente a la poltrona y se convierten en eso, en funcionarios que ven pistas y canchas como si fueran impresos que rellenar, de manera que pasan fácilmente a engrosar las hordas de los inútiles vividores. Sus decisiones se mueven en función del mejor postor, así que si una disciplina puede acarrear más pasta se la embute en los Juegos sin la menor vergüenza; igualmente los horarios de determinados enfrentamientos, que se determinan según exigencias televisivas a la vez que se desatiende al deportista y a la propia competición. La tendencia actual del COI es incrustar en su programa más y más rentables deportes y seudo-deportes, por lo que han de quitar algo (salvo que los Juegos duren cinco meses), y como el atletismo tiene muchas carreras y concursos, habrán exigido adelgazar su calendario a la Federación en cuestión.

Ahí está la razón por la que los mezquinos directivos están pensando (es un decir) en eliminar los 200 metros, una carrera cargada de leyenda, una de las pruebas más espectaculares y épicas del deporte por excelencia. El buen aficionado, o incluso el ocasional, no dejará de admirar la épica escalofriante que la curva de una final olímpica muestra: recuérdese al gran Michael Johnson o al inolvidable Jesse Owens, al elegante Tommy Smith o al poderoso Usain Bolt en ese vuelo curvo.

No puede extrañar, por tanto, el enfado del campeón y plusmarquista mundial de la especialidad, el mencionado Bolt, que al enterarse de la ocurrencia de aquellos auténticos mequetrefes declaró de modo explícito “… es una estupidez… Cuando ves que tratan de tomar decisiones fuera de la pista crees que es ridículo… Pienso que la Federación de Atletismo no debería ni existir”. A pesar de que el ‘sprinter’ jamaicano siempre es correcto y moderado en sus declaraciones, en este caso tiene toda la razón para elevar el tono. Su enfado no puede estar más justificado.


CARLOS DEL RIEGO

lunes, 22 de diciembre de 2014

DISCOS EN VIVO DIRECTOS A LA ETERNIDAD Hace mucho que no se publica un disco en directo que pueda compararse a los que el rock dejó en los sesenta y setenta del XX, cuando los más grandes hicieron lo posible por dejar un ‘live’ para la eternidad

The Who en vivo eran imparables
Cuando el disco de vinilo perdió la exclusiva también se perdieron otros elementos, piezas intangibles que daban a la producción final un plus de encanto, un toque mágico que ningún otro formato ha recuperado o, en el mejor de los casos, suplido. Ya no es la portada cargada de arte e intención, ya no es aquella carpeta que se abría, ya no es el rito de la lectura de créditos y hojas interiores, que también, sino que cuando el elepé dejó de ser el formato-rey para el rock y el pop, se olvidó la jugosa tradición del disco en directo; sí, es evidente que se siguen publicando álbumes registrados en vivo, pero un Cd (y menos otros soportes) no posee capacidad suficiente para cobrar su propia personalidad, no tiene ese atractivo del ‘doble en directo’ que se contaba (se cuenta) como pieza especial en la discografía de cualquier banda de rock de los años gloriosos.    
Es por eso que desde hace décadas no se edita un disco en directo que esté a la altura de los clásicos, es decir, no hay ediciones comparables al emblemático ‘Made in Japan’ (en este caso es innecesario señalar el grupo), al emocionante ‘At Fillmore East’ de los Allman Brothers Band, al magnífico ‘Live & dangerous’ de Thin Lizzy, al revelador ‘Bursting out’ de Jethro Tull, al muy completo ‘Live Killers’ de Queen, al trepidante ‘Supidty’ de Dr. Feelgood, al monumental ‘Yessongs’ de Yes (¡y su portada!), al prodigioso ‘Live’ de Lou Reed, al exquisito ‘Weld’ de Neil Young, al arrollador ‘Kick out the jams’ de MC5, al cálido ‘Frampton comes alive’ de Peter Frampton, al iniciático  ‘Under a blood red sky’ de U2, …, y así se podría seguir enumerando muchos discos cargados de talento en estado crudo. Además, también pueden sumarse los que recogieron para la eternidad festivales legendarios, como el de ‘Woodstock’, ‘Bangla Desh’ o ‘The Last Waltz’, por citar sólo tres. En fin, que hace mucho, muchísimo tiempo que no se lanza un disco en vivo que se acerque a la categoría de los mencionados (que son sólo un escaparate del género de los grabados en escena).


Puede llamar la atención que entre los destacados no aparezcan The Beatles, pero la cosa tiene explicación: cuando ellos iban inventando las formas, usos y costumbres del pop y el rock, también tenían que ir inventando los cómos, de modo que al ser el primer grupo que tocó en grandes escenarios, tuvieron que experimentar por sí mismos los problemas (equipos escasos) para que luego se encontrara solución; pero además, como quiera que el público no dejaba de gritar enardecidamente durante sus actuaciones, los cuatro de Liverpool eran incapaces de escucharse a sí mismos, y todo el que haya pasado por ese trance sabe de la imposibilidad de tocar sin oírse. Por eso dejaron no sólo de grabar si no incluso de volver al escenario.
Todo buen aficionado al rock tiene sus favoritos y experimenta mayor empatía con este que con aquel ‘live’, tanto que a veces llega a sentirse allí mismo, en el sitio donde se grabó. Así, además de los mencionados, hay quien tiene en lugar de privilegio el histórico ‘Live at Leeds’ de The Who, el ‘Live’ de Uriah Heep y el ‘It´s alive’ de The Ramones.

Uriah Heep en los tiempos heroicos del rock 

El primero, de 1970, es considerado imprescindible cuando se trata el asunto de los conciertos grabados y editados. El cuarteto liderado por Townshend había publicado el año anterior su inmortal ‘Tommy’ y luego se embarcó en una larga gira, de la que sólo se quedaron con el concierto de Leeds (dicen que el guitarrista destruyó el resto de las grabaciones). La cara a del ‘Live at Leeds’ es antológica, con temas propios y versiones escogidas entre lo más granado del rock & roll clásico (ese ‘Summertime blues’ pone los pelos de punta); la b sólo tiene dos temas, un larguísimo, variopinto y sorprendente ‘My generation’ con pasajes para los anales, y un segundo clásico del grupo, el necesario ‘Magic bus’.

Otro que también recoge como pocos el ambiente de directo es el poderoso ‘Live’ de los londinenses Uriah Heep. Se trata de un doble con valiosas páginas interiores, con repaso a lo mejor de lo propio y del rock & roll histórico y, en fin, con todo lo que requería el género en aquel 1973. El sonido épico de la banda, rebosante de hechicería, rocoso…, en una palabra, ‘heavy’ en estado puro, luce en este disco, fiel reflejo de ese tipo de rock que da sensación de ser algo así como una locomotora de sonido que, gigantesca, se te echa encima abrumadoramente. Con este fantástico álbum uno puede sentir al grupo a unos metros; por destacar sólo un título de una colección insuperable en su género, bien puede decirse que ‘Easy livin’ está en la cumbre del estilo.

Pero tal vez sea el agotador ‘It´s alive’ de The Ramones el directo que mejor lleva a los altavoces del salón de casa el ambiente de una actuación; en este excitante doble no hay tregua, no hay descanso, el inconfundible grito de entrada de Dee Dee no permite distracción. Registrado en Londres en fecha tan temprana como la Nochevieja de 1977 (y editado en el 79), es toda una demostración del mejor y más dinámico punk-rock, algo que asombró entonces y hoy todavía más. A toda velocidad, con una ininterrumpida sucesión de descargas de adrenalina de apenas dos minutos, ritmos desenfrenados y guitarras como látigos, estos pioneros dieron muestra de qué es lo que hay que dar al público cuando un artista está ante los micrófonos. Han pasado casi 40 años, pero nadie se atrevería a bajarlo del podio de los mejores en vivo.    
     
Un casi olvidado grupo austriaco lo dijo una vez: el directo es vida.


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 17 de diciembre de 2014

LA AMENAZA DE LOS MUSULMANES ‘MODERADOS’ La amenaza islámica está hoy, a corto plazo, en los fanáticos del Corán, pero a la larga también entre los inmigrantes que se dicen pacíficos y moderados pero, a la vez, rechazan integrarse en sociedad que los acoge

Hay que imaginarse el terror de niños y profesores en la escuela de Pakistán
donde entraron los asesinos islamistas
Cuentan los supervivientes, que las bestias de dos patas que mataron a más de cien niños en una escuela de Pakistán les preguntaron por el Corán, y al no ser capaces de recitarlo de memoria les descerrajaban un tiro en la cabeza; hay que imaginarse el terror de alumnos y profesores. Asimismo, el prosimio que secuestró a unas cuantas personas en Australia mató a las que pudo porque esa era su verdadera intención: liquidar infieles. Son dos casos de violencia islámica de la que no pocos musulmanes se quieren desligar, pues argumentan que no todos los mahometanos tienen intención de acabar con los infieles y con las culturas ajenas a Alá. Sin embargo, analizando las cosas en profundidad, es preciso discrepar de esos que se dicen moderados, pacíficos seguidores del profeta.

El gran problema (se ha repetido hasta la saciedad) es que la religión musulmana vive un enorme retraso respecto a otras, un retraso cultural, social, elemental, que se puede cifrar fácilmente: 622 años; precisamente esa es la fecha en la que comienza su calendario, por lo que, en realidad, ellos viven en 1392, así que no puede extrañar que tengan pensamiento y mentalidad del siglo XIV, no de 2014. Las sociedades occidentales dieron el paso definitivo a partir del momento en que se socializa la Ilustración, la cual da lugar a conceptos como Democracia o Derechos Humanos, pero como los sarracenos viven en el siglo XIV, todavía no han llegado a la Ilustración y, por tanto, todavía tienen pensamiento medieval (todo esto se ha expresado mil veces de mil maneras diferentes, pero sigue sin resultar innecesario su recuerdo).

Por otro lado están los musulmanes que viven en países occidentales y sí condenan la violencia que ejercen sus correligionarios. Estos emigrantes huyeron de África o Asia y se instalaron en occidente porque en sus países de origen no existe la libertad ni se atisba nada parecido a la justicia o los Derechos Humanos; escaparon de estados donde la violencia es cercana, cotidiana y, en fin, renunciaron a vivir allí donde se impone por la fuerza la religión más fanática. Por todo esto abandonaron sus raíces y buscaron regímenes democráticos para rehacer sus vidas. Sin embargo, asombrosamente, una vez en el país de acogida, rechazan integrarse en esa nueva sociedad, se encierran en guetos, apenas salen de ellos y su relación con los autóctonos se ciñe a lo imprescindible; desean mantener sus costumbres incluso por encima de las de las personas que los acogen y, por si fuera poco, exigen que sus tradiciones (algunas tan despreciables como el sometimiento de la mujer) sean respetadas aunque vayan contra la ley legítimamente instaurada; es más, muchos de esos musulmanes que renunciaron a la sociedad islámica se han negado obstinadamente a aprender el idioma del país que les ha abierto sus puertas. Podría deducirse, por tanto, que estos mahometanos moderados tratan de que el lugar donde pretenden empezar nueva vida (lejos del dogmatismo cerril y la violencia fanática) termine por ser como su país de origen. Se trata de una contradicción muy similar al caso de Ceuta y Melilla: muchos marroquíes claman por que esas ciudades sean devueltas a Marruecos (cosa imposible, pues no se puede devolver a alguien algo que nunca fue suyo; se le pude regalar, alquilar, vender…, pero no devolver), sin darse cuenta de que llegado ese caso, ambas ciudades serían idénticas a Fez o Chauen, con lo que ya no servirían de destino a quienes quieren buscar un futuro.

En resumen, los mahometanos moderados, en realidad no son inocuos, no son tan inocentes, sino que lo que persiguen es imponer su visión retrógrada del mundo pero sin violencia, pensando más en una invasión pacífica que en una guerra sangrienta; no en vano muchos de ellos proclaman convencidos que “el Islam se impondrá en el mundo gracias al vientre de nuestras mujeres”. En lo que no parecen haber caído esos agarenos que se creen tolerantes es en que si eso sucede alguna vez, si la imparable natalidad de las musulmanas termina por desembocar en aplastante mayoría de población para luego imponer los usos de su tierra, el mundo se llenará de nuevos Yemen, Irán, Afganistán o ese bestial estado islámico, con lo que esos que se dicen buenos musulmanes dejarán de tener sitios a donde ir a buscarse una vida sin fanatismos sanguinarios.

Imagínese que uno acoge en su casa a un invitado y éste, una vez instalado, empieza a exigir un tipo especial de comida, un trato diferente a las mujeres de la casa, unos horarios, unas costumbres… Pues tal hacen los emigrantes procedentes de países islámicos. Así, se puede colegir que no puede existir la figura del mahometano respetuoso si no se integra en la sociedad que lo acoge, si no aprende el nuevo idioma, si no se relaciona con los que lo han recibido, si no respeta sus leyes y costumbres, si no se adapta y, en fin, si no reconoce que vive como invitado en casa ajena. El que no está dispuesto a aceptar la nueva legalidad, la nueva realidad, no puede ser tildado de razonable y moderado.

Por todo ello, cabe la expresión: “Si no te gusta lo que te has encontrado en la casa que te acoge, vete, pues nadie te obliga a quedarte”. Y por el contrario, bienvenidos sean los inmigrantes que agradecen a quienes les abren sus puertas, bienvenidos los que se integran, aceptan las leyes y respetan opiniones, tradiciones y opciones distintas a las suyas sin exigencias culturales.

También forman parte del problema los nativos del país de acogida que se solidarizan incondicionalmente con los recién llegados (pidan lo que pidan), y reniegan de todo lo propio. Pero este es otro tema.     


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 14 de diciembre de 2014

NOSTALGIA DE LOS VIEJOS TIEMPOS SEGÚN EL POP-ROCK ESPAÑOL Rememorar los viejos tiempos y escribir sobre aquellas amistades de juventud es algo a lo que no se resisten los letristas de pop y rock. Asfalto y Topo, Celtas Cortos y Loquillo lo hicieron con ingenio y lucidez

Los castellanos Celtas Cortos hicieron uno de los mejores temas
sobre los viejos tiempos
Las épocas cercanas a la navidad pueden dar pie a la exaltación de la amistad, sobre todo si se dan reuniones de antiguos compadres. La amistad, por otro lado, es uno de los temas preferidos por los autores de canciones de rock, pop y derivados. De hecho, raro es el grupo o solista que no ha dedicado el tiempo necesario para escribir versos en torno a los amigos. Y dentro de este amplio estante también caben las estrofas y estribillos que recuerdan con nostalgia a los viejos colegas, a esos que marcaron la niñez, la adolescencia o juventud de cada uno, a esos a los que perdiste la pista hace mil años pero permanecen tan vivos en el pensamiento. Esas canciones miran al pasado con añoranza, unas veces para evocar momentos únicos e inolvidables, otras para señalar simplemente cómo eran las cosas, y otras más incluso para ajustar cuentas. Dentro de las piezas que, en el ámbito del pop-rock español, tocaron esta combinación de memoria y camaradería pueden mencionarse el ‘Mis amigos dónde estarán’ de Topo y su antecedente directo, el ‘Días de escuela’ de Asfalto, el ‘77’ de Loquillo y Trogloditas y el ‘20 de abril’ de Celtas Cortos.

Asfalto, de Vallecas, funcionaba antes del fin del franquismo e incluía en sus filas a algunos de los que luego integrarían bandas de referencia en el rock español. En el 78 lanzaron un primer álbum con algunas canciones memorables, entre ellas la magnífica ‘Días de escuela’. Se trata de un canto a los compis del cole de los sesenta sin que falten los retratos y los profes con bigote, los capones y el himno, la cruz y el catecismo, la estufa y la leche en polvo…, pero también el bocata del recreo, los cromos y el tacón (hay que tener cierta edad para saber cómo se jugaba al tacón y las pelis), la complicidad con los camaradas de pupitre, pasillo y patio, los primeros amigos. Sí, eran escuelas grises, frías y constreñidas, pero a pesar de ello reconforta recordar años y compadres infantiles.

Al poco de aparecer ese primer elepé de Asfalto, varios de sus componentes renegaron del resultado, de modo que se marcharon y formaron Topo. Éste grupo lanzó unos pocos meses después un disco que, escuchado con perspectiva, no se diferencia demasiado de aquel que ocasionó la desbandada, ya que ambos encajan perfectamente en la denominación de rock urbano y callejero, con sonido limpio y más bien austero. No puede extrañar, por tanto, que en el álbum con que Topo se daban a conocer (enero del 79) se incluyese un tema, ‘Mis amigos dónde estarán’, en el que se narra cómo se conserva aquella amistad escolar ahora en los setenta, en los futbolines y los billares (equivalente de entonces a las salas de videojuegos de hoy), en las manifas y las carreras, en los bares y los bailes, con copas y cigarros. La respuesta a la pregunta al paradero de los viejos secuaces tiene, finalmente, su carga de desencanto: “en un tresillo se aplastarán”.


A mediados de los ochenta del XX Loquillo era uno de los nombres emergentes de la nueva ola española. Siempre acompañado por buenos compositores, el catalán había cambiado Intocables por Trogloditas, y con estos publicaba uno de los mejores trabajos de su carrera, ‘¿Dónde estabas tú en el 77?’, cuyo tema central era precisamente ese ‘77’ (con letra del propio José María Sanz). La fecha se refiere al año del punk y sus primeras hornadas, las autodestructivas, las de las drogas, las broncas y el alcohol, las del ‘no future’, ‘anarquía’ y ‘no more heroes’; las calles ardían en el 77, pero “qué quedó de aquellos tiempos”, del amigo vacilón, de las chicas, “del Araña” y demás camaradas con los que descubrieron aquel invento llegado de Londres. Esa idea se engarzó en un ritmo cercano al rockabilly pero con guitarras más potentes. No hay duda, aquellos con los que se comparte un descubrimiento, una novedad, siempre dejan huella profunda, recuerdo indeleble.         
Ya en los 90, los pucelanos Celtas Cortos, dentro de su tercer álbum, regalaban una de las mejores canciones de su época, un tema que se sigue escuchando hoy con gusto y que se muestra tan cautivador como en su momento, ’20 de abril’. Se trata de una carta a una antigua novieta en la que, además de preguntarle cómo le van las cosas (genial la frase “qué tal te va con el tío ese”), trata de tocar su fibra más sensible al recordarle las noches en aquella cabaña y las risas que se hacían entre todos los troncos… La nostalgia se vuelve a imponer al señalar cómo ha pasado el tiempo y cómo ha cambiado ‘la basca’. El ritmo vivaracho, el estribillo pegadizo, los arreglos de flauta y violín (como corresponde a un grupo con base celta) y lo fácil que se canta, hacen de esta melodía algo verdaderamente especial para mucha gente.  

Sí, estos cuatro significativos títulos de la historia del rock español miran atrás con añoranza y melancolía, como lamentándose de que los viejos tiempos sean  irrecuperables. De todos modos, resulta imposible sustraerse a la magia del recuerdo, sobre todo en reuniones de viejos amigos.


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 10 de diciembre de 2014

RATO Y EL NIGERIANO QUE DEVOLVIÓ MILES DE EUROS Es una de las noticias del momento: un nigeriano que vende pañuelos encuentra una cartera con dinero y la entrega a la policía. ¡Qué contraste con Rato, que gana miles y miles de euros pero quiere más, aunque sea por medios inmorales!

Este es el hombre que no quiso quedarse con lo que no era suyo
El ex ministro y ex pez gordo del Fondo Monetario Internacional Rodrigo Rato gana un pastón al mes y, sin embargo, no le parecía suficiente, así que un día sí y otro no trincaba quinientos de una cuenta sin dar cuentas, una noche no y otra sí exhumaba del cajero otros trescientos sin que su saldo particular mermase (y eso sin entrar en otros jardines donde el privilegiado anda metido). Por el contrario, un nigeriano que vende pañuelos en el semáforo cogió del suelo una cartera con efectivo y cheques que había caído del techo de un coche, corrió y gritó, pero el conductor no se enteró, así que el hombre la entregó a la policía.

Uno lo tiene todo pero necesita más, incluso podría decirse que necesita sisar y llevárselo de mala manera para sentirse satisfecho. El otro no posee casas, cochazos ni gruesas cuentas bancarias, pero su conciencia no le permitió quedarse con algo que no era suyo. El blanco goza de posición, posee formación universitaria, seguro que es educado e incluso finolis y su vida habrá sido fácil; el negro estudió Medicina en Lagos y estudia aquí para convalidar su licenciatura pagándose como puede la carrera, y para ello se echa todos los días a la calle a buscarse la vida sin meterse con nadie: no disfruta de una vida regalada. Con tales precedentes, ¿cuál de los dos inspira más confianza?, ¿a quién confiaría el ciudadano sus ahorros?

¿Cómo es posible que un hombre con abundante patrimonio, con sueldazos por aquí, acá y acullá se pringue por unos cuantos cientos? ¿Cómo se puede ser titular de cuentas y valores con cifras de ocho o diez dígitos e ir a sacar calderilla al cajero que no hace preguntas? Puede calificarse de cicatero y agarrado, de roñica mezquino a quien teniéndolo todo se aprovecha de privilegios inmorales para que su saldo particular no baje unos céntimos (pues eso es lo que unos cientos deben significar para quien se embolsa, seguro, más de diez mil al mes). Se confirma eso de que cuanto más se tiene más se quiere tener.

Al nigeriano le llaman Pedro, vive en Sevilla desde hace años y busca trabajo; a veces encuentra algo y deja los pañuelos, pero cuando el curro se acaba vuelve al semáforo; es decir, no se pone a trapichear droga ni a meter la mano en el bolso ajeno, si no a tratar de ganarse la vida sin perjudicar al prójimo. Por cierto, ¿habría devuelto Rato la cartera?, y el africano ¿habría sacado pasta de una cuenta que no fuera suya?

Habría que darle a este hombre la nacionalidad española (si él la quisiera), más que nada para que aumentara el número y proporción de buenas personas en España. De todos modos, con absoluta seguridad, muchos españolitos de a pie habrían obrado como él, puesto que, en contra de lo que algunos creen, aquí también hay gente honesta y decente, pues actos como el del nigeriano han sido protagonizados por nativos del país en infinidad de ocasiones.

En definitiva, el individuo es íntegro o dudoso por sí mismo, sin que en su proceder y su moralidad tengan que ser decisivas cuestiones como su origen, su situación social o sus propiedades. Por cierto, ¿cuántos de los presentes serían capaces de encontrar una cartera repleta en plena calle y entregarla de inmediato?

Seguro que algunos conductores se acordarán del nigeriano íntegro cuando un vendedor de pañuelos (negro o blanco) se les acerque en el semáforo.


CARLOS DEL RIEGO

domingo, 7 de diciembre de 2014

EL CÍRCULO MÁGICO DE DAVID BOWIE Hace unos días David Bowie lanzó un recopilatorio (el enésimo) en el que se recogen temas de su extensa carrera, grandes éxitos y piezas menos conocidas; sus años dorados, su círculo mágico, sin embargo, es para muchos el que va desde 1969 a 1980

Bowie acaba de lanzar otro enorme recopilatorio en el que está,
cómo no, lo mejor de sus años dorados
Esta gran recapitulación de canciones del Gran Duque Blanco titulada ‘Nothing has changed’ se ofrece en doble vinilo, doble o incluso triple Cd. Y contiene maravillas absolutas, casi todas (sin duda las mejores) pertenecientes a esos años que están entre dos canciones mágicas unidas por el tema y el protagonista de ambas, el ‘Space oddity’ del 69 y el ‘Ashes to ashes’ de 1980. Son doce años de un Bowie pletórico, explosivo, creativo, tiempos en los que las grandes melodías, las letras agudas y misteriosas, las atmósferas más alucinantes parecían caérsele de las manos.


‘Space oddity’ hablaba de la aventura, de la rareza espacial del Mayor Tom, mientras que ‘Ashes to ashes’ recuperaba al astronauta y explicaba qué es lo que le había pasado; entre esas dos glorias de la historia del rock hay melodías imperecederas, álbumes innovadores, distintos, atrevidos, piezas que marcaron camino. La primera de aquellas dos tiene ese don que sólo se encuentra en el pionero absoluto (incluyendo cuenta atrás); para empezar, existe el juego de palabras oddity-odissey, o sea extravagancia-odisea, como si el autor identificara ambas cosas con aquel momento clave en la carrera espacial; además, existen otros enigmáticos juegos de palabras, como ‘el planeta Tierra es azul/triste’, y el protagonista, el Mayor Tom, parece estar flotando-colgado; el caso es que el cosmonauta rompe la comunicación con el ‘Control de Tierra’ después de despedirse de su esposa y sin que quede claro el por qué… La melodía es excelente y permite esa descarga de pasión que Bowie siempre reparte generosamente, con variación de tonos y de intensidad expresiva; una pieza magistral, genial, colosal.

Tras la ‘Anomalía espacial’ (escrita bajo la influencia de la peli ‘2001, una odisea del espacio’ y por el primer viaje a la luna), el emergente Bowie lanzó el poderoso ‘The man who sold de world’, que incluye uno de los primeros temas clasificables como hard-rock, ‘The wide of a circle’, así como el que da título al Lp y que décadas después versioneó Nirvana. El ‘Hunky dory’ entrega auténticas joyas como el ‘Changes’ o ‘Life on Mars’, para muchos uno de sus tres mejores títulos y una de las canciones más inspiradas de la historia del rock. Luego llegó una auténtica locura de álbum, un disco mimado por las musas, ‘Ziggy Stardus’, del que es difícil extraer sus cimas, aunque algunos se quedan con la homónima del Lp, el incontestable ‘Starman’, la preciosa ‘Lady Stardust’ (dedicada a Marc ‘T-Rex’ Bolan) o la depresiva ‘Five years’. Y sólo corría el año 1973. Luego llegaron otros discos y otras canciones brillantísimas (incluyendo las versiones de ‘Pin ups’), como la impecable ‘Rebel rebel’ o la premonitoria ‘1984’; el insuperable ‘Heroes’, que cuenta una historia de amor en torno al Muro de Berlín (de hecho todo el álbum del mismo título es cien por cien berlinés) o el intencionado ‘The Jean Genie’; el sofisticado ‘Fame’ o esa delicia con ecos del rockabilly y de glam-rock que es el ambiguo ‘John, I´m only dancing’ (¿el chico le dice a su chico que está con una chica pero que sólo está bailando, o el narrador responde al comentario que hizo John Lennon sobre los chicos que se visten de chica?).  La lista de los grandes títulos del londinense sería inacabable, y con el añadido de la enorme dispersión de cada uno, es decir, cada álbum, cada nuevo tema de Bowie en esa época era una incógnita y una sorpresa…, nunca dejó de evolucionar, de adaptarse, de sobrevivir al paso del tiempo y los gustos de cada momento.

Y en estas, en el último momento de la década de los setenta, en un cruce de caminos social, intelectual y artístico, David Jones vuelve a conmocionar a crítica y público con un fascinante, ingenioso e inspirado álbum, ‘Scary monsters’; en plena efervescencia de cambio y con la ‘new wave’ en primerísima página, el disco exhibe tanta frescura y atrevimiento como el de cualquier cimbreante ‘nuevaolero’ recién llegado. Además de presentar atmósferas e instrumentaciones cargadas, barrocas, además de ofrecer piezas subyugantes e incluso misteriosas (como la intensa ‘Fashion’), el Lp contiene la conclusión del enigma del Mayor Tom, que se desvela en el prodigioso ‘Ashes to ashes’. Su sonido es tremendamente denso, con guitarras sintetizadas y un ritmo desconcertante; el texto empieza recordando a aquel chico que cortó la comunicación con el ‘Control de Tierra’, y al poco dice explícitamente que “sabemos que el Mayor Tom es un yonqui”, el cual afirma ser feliz donde está, “atado allí arriba, en el cielo”; también hay quien interpreta que la letra se refiere al lanzamiento de la primera bomba atómica… En todo caso se trata de unos versos-adivinanza coronados por un sentencioso ‘polvo al polvo’.     


A partir de ese momento, desde ese ‘Scary monsters’ (para muchos su última gran obra), el músico con ojos de distinto color hará muchos otros álbumes e incluso alcanzará más éxito y repercusión mundial que nunca, compartirá discos y escenario con las máximas estrellas del rock mundial, y se convertirá también él en un auténtico astro de la música; sin embargo, su época dorada, sus años de clarividencia artística ya han pasado. Enmarcados por la alucinante aventura del Mayor Tom, doce discos históricos ofrecieron canciones de referencia, títulos que tienen vida propia por sí mismos en el devenir de esto que llaman rock, y cada uno de los cuales ha ejercido poderosa influencia en no pocos estratos del arte y la cultura de la sociedad occidental. Sin duda, ésta hubiera sido distinta sin el genio de Bowie, sin lo que éste creó dentro del círculo mágico abierto y cerrado por el extravagante astronauta que no quiso volver.


CARLOS DEL RIEGO

miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL HINCHA VIOLENTO QUE ENCONTRÓ LO QUE BUSCÓ Denuncias y detenciones por malos tratos, robo con violencia, peleas y enfrentamientos ‘adornan’ el expediente del fanático del Deportivo de la Coruña vilmente asesinado por sus colegas del Atlético de Madrid. Fue buscando violencia y la encontró

Para pelear por el fútbol hay que ser un descerebrado, y sin cerebro
no es posible la ideología
Es cruel decirlo, desagradable incluso, pero lo cierto es que el desdichado individuo se recorrió cientos de kilómetros buscando palos y violencia, como llevaba haciendo durante años, hasta que las encontró en grado extremo; en fin, que lo de ‘él se lo buscó’ coincide perfectamente con la realidad.

Puede resultar difícil entender cómo, aquí y ahora, un grupo de personas se cita con otro simplemente para atizarse sin conocerse, sin inquinas personales, sin el mínimo indicio de motivo; choca contra la razón que se gaste dinero y tiempo y se viaje cientos de kilómetros para vapulearse, para dar y recibir; asimismo es duro asimilar que no pocos presidentes de los equipos de fútbol les ríen las gracias a los violentos o, directamente, les facilitan las cosas con entradas, beneficios, viajes, gradas e incluso espacio en el estadio para guardar parafernalia. Pues es así.

De todos modos, parece difícil de rebatir la afirmación de que los únicos culpables son los matones, esos iracundos borrachos de alcohol y violencia dispuestos a apalear a quien sea hasta la muerte. Y son idénticos unos y otros, los de este y los de aquel, o acaso el puñetazo procedente del antifa duele más o menos que el del facha. Actúan de igual modo y con la misma filosofía, ya que ambos fanatismos se creen con la exclusiva de la verdad y, por tanto, legitimados para zurrar de modo inmisericorde a quien piensa o se dice diferente. Es más, ambas sectas se necesitan, pues las integran gentes de tan cortas entendederas que no son capaces de afrontar la vida sin violencia, de modo que ambos extremistas, tanto el grupo antifa como el facha, precisan de un enemigo claro y evidente, un alter ego, una imagen en el espejo a la que enfrentarse con todo… Así las cosas, cabe la pregunta, ¿por qué este tipo, el muerto, siempre dispuesto a pasar a las manos, era de izquierdas?, sólo porque él lo decía; pero el caso es que actuó de modo idéntico a como actuaron sus ‘enemigos’, él se adhirió a una facción que se rige por los mismos principios y objetivos que la facción rival: apalear, aplastar al otro. Si lo que hacen es igual, ambas hordas de fanáticos son, sin duda, idénticas. En fin, que si tu vida diaria, si tu proceder habitual dice una cosa acerca de ti, en realidad poco importa lo que digas tú, pues uno es lo que hace en mucha mayor medida que lo que dice.  

Realmente, todos los que se introducen en estas manadas tienen la mente (y muchas veces la vida) tan perdida que necesitan sentirse integrados en algo, y dentro del grupúsculo se creen protegidos, identificados, notan que forman parte de algo, de un grupo, de una secta, de un ejército que tiene aliados y enemigos. Se encasillan colocándose un rótulo de izquierda o derecha sin darse cuenta de que son la misma cosa, la misma mano. Ambas catervas buscan lugares con abundante público para hacerse notar y, a la vez, individualmente, perderse entre la masa; para ello el fútbol es el ideal. No necesitan más para sentirse legitimados y buscar y aporrear a quien ellos ven como enemigo, que finalmente puede ser cualquiera.

Hay que ser un verdadero descerebrado para matar o morir por un equipo de fútbol, y sin cerebro es imposible tener verdadera ideología; así, estos prehomínidos tienen, en lugar de razón o conciencia, algo así como un programa informático equivalente a la sesera de un chimpancé. Y es que toda violencia ciega y fanática tiene sus raíces en la estupidez más extrema, toda violencia bruta se aleja de la humanidad y se acerca a la animalidad.


CARLOS DEL RIEGO