El campeón olímpico se rebela contra la ocurrencia de la Federación de Atletismo, que pretende suprimir esto. |
Desde hace unos cuantos años (desgraciadamente
décadas) el COI está compuesto por verdaderos memos, tipos de dudosa moralidad
para los que el olimpismo es poco más que una mercancía; en el mejor de los
casos se trata de perfectos analfabetos en la materia a los que es fácil llevar
por aquí o por allí. Así, se atrevieron a meter en el calendario olímpico
disciplinas que no son deporte, como la natación sincronizada o la gimnasia
rítmica, ejercicios que para vencer exigen valores como la belleza, la
coordinación, la coreografía…, incluso una bonita sonrisa, elementos propios de
las artes escénicas, de la danza, pero perfectamente inválidos en un verdadero
deporte, pues en éste lo que cuenta es superar al rival sin importar la gracia
o hermosura con que se consigue el triunfo. Asimismo, embuten en el programa
deportes indignos de los Juegos o deportes-sucedáneo (el vóley playa, el BMX,
la cama elástica… y el fútbol sala, el fútbol playa o el pádel están a punto de
entrar). En fin, que no sólo venden en subasta no pública la sede de la cita
olímpica (las últimas designaciones no dejan lugar a duda), sino que ahora,
tocando la perfección de la mamarrachada, la Federación de Atletismo (la IAAF)
planea la supresión de los 200 metros de las carreras atléticas en los Juegos
Olímpicos, y así lo dejó caer como si fuera cosa de poco más o menos. El atractivo
de los Juegos Olímpicos tiene uno de sus principales pilares en la tradición,
en la historia, en lo clásico, y si se los despoja de ello en beneficio de la
moda del momento, perderán gran parte de su fascinación, de su singularidad.
Esto es lo que ocurre cuando quienes llegan a los
puestos de poder de los estamentos deportivos, sobre todo al dudosísimo Comité
Olímpico Internacional (en dura competencia con la Federación Internacional de
Fútbol, la Fifa, por el primer puesto de la indecencia más descarada), son
personas que no tienen la menor idea de lo que es el deporte, son burócratas de
visera y manguitos, ex políticos preocupados por las dietas y sobresueldos,
buscavidas sin el menor mérito o talento; y lo que es peor, los exdeportistas
que han llegado a esos puestos de privilegio se adaptan fácilmente a la
poltrona y se convierten en eso, en funcionarios que ven pistas y canchas como si
fueran impresos que rellenar, de manera que pasan fácilmente a engrosar las
hordas de los inútiles vividores. Sus decisiones se mueven en función del mejor
postor, así que si una disciplina puede acarrear más pasta se la embute en los
Juegos sin la menor vergüenza; igualmente los horarios de determinados
enfrentamientos, que se determinan según exigencias televisivas a la vez que se
desatiende al deportista y a la propia competición. La tendencia actual del COI
es incrustar en su programa más y más rentables deportes y seudo-deportes, por
lo que han de quitar algo (salvo que los Juegos duren cinco meses), y como el
atletismo tiene muchas carreras y concursos, habrán exigido adelgazar su
calendario a la Federación en cuestión.
Ahí está la razón por la que los mezquinos
directivos están pensando (es un decir) en eliminar los 200 metros, una carrera
cargada de leyenda, una de las pruebas más espectaculares y épicas del deporte
por excelencia. El buen aficionado, o incluso el ocasional, no dejará de
admirar la épica escalofriante que la curva de una final olímpica muestra:
recuérdese al gran Michael Johnson o al inolvidable Jesse Owens, al elegante Tommy
Smith o al poderoso Usain Bolt en ese vuelo curvo.
No puede extrañar, por tanto, el enfado del campeón
y plusmarquista mundial de la especialidad, el mencionado Bolt, que al
enterarse de la ocurrencia de aquellos auténticos mequetrefes declaró de modo
explícito “… es una estupidez… Cuando ves que tratan de tomar decisiones fuera
de la pista crees que es ridículo… Pienso que la Federación de Atletismo no
debería ni existir”. A pesar de que el ‘sprinter’ jamaicano siempre es correcto
y moderado en sus declaraciones, en este caso tiene toda la razón para elevar
el tono. Su enfado no puede estar más justificado.
CARLOS DEL RIEGO
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