domingo, 4 de enero de 2015

AJUSTANDO CUENTAS CON THE BEATLES Los libros de memorias de grandes personajes o de quienes han estado a su lado han de tener ‘chicha’, carnaza suficiente como para atraer compradores, secretos de alcoba, traiciones, revelaciones asombrosas… o grandes dosis de resentimiento.

Glyn Johns entre Paul McCartney y Mick Jagger
Los relatos de los tiempos vividos se usan también para ajustar cuentas, para que el que escribe sus recuerdos pueda desahogarse a gusto por algo que en su momento le desagradó pero que, debido a las circunstancias, no pudo decir; por eso, décadas después y sin ninguna cortapisa, el relator se atreve a decir lo que no se atrevió a su debido tiempo. Tal es el caso del renombrado ingeniero de sonido y productor Glyn Johns, quien tuvo la suerte de trabajar con algunas de las bandas más importantes de la historia, como Rolling Stones, The Who o The Beatles, y que en sus memorias, ‘Sound man’ (noviembre 2014), maldice y reniega del último lanzamiento discográfico de los de Liverpool, ‘Let it be’.


El productor es algo así como el imprescindible intermediario entre la idea musical y los aparatos, el nexo entre la melodía y la técnica; por ello, debe ser un experto en los controles y, a la vez, saber qué es lo que el artista pretende expresar. Glyn Johns (un auténtico virtuoso de la mesa de mezclas) realizó labores de productor e ingeniero de sonido en los dos últimos discos de los Beatles, el ‘Abbey road’ y el ‘Let it be’. Como todo beatlemaníaco sabe, éste se grabó antes pero apareció después que aquel. Pues el caso es que en las mencionadas memorias el técnico despotrica (cuarentaytantos años después) contra el álbum que cerró la discografía de estudio del cuarteto. Al parecer, George Martin, su emblemático productor, estaba hasta las narices del mal rollo, las fuertes discusiones y los duros encontronazos que continuamente se producían entre tres de los cuatro (además de la omnipresencia de la ‘quinta pasajera’), por lo que entregó a Johns los mandos de la grabación, producción y mezclas. Sin embargo, según desvela en ‘Sound man’, John Lennon le pasó a Phil Spector el trabajo ya hecho para que le diera su toque personal (¡vaya usted a saber qué es lo que John habló con Phil!) Sea como fuera, la obra de Glyn Johns quedó modificada por las nuevas producciones y remezclas que realizó el colérico fabricante de éxitos neoyorquino.
        
Tantos años después (el ‘Let it be’ salió en 1970) afirma el despechado ingeniero que es incapaz de escuchar aquellas canciones, que se sintió agraviado por el hecho de que Lennon se las diera a Spector para que las rehiciera, que éste las deformó hasta convertirlas en algo “ridículo, desagradablemente empalagoso”, y remata con un resentido, rencoroso y tal vez envidioso “Let it be es un montón de basura”.

Todo incondicional de The Beatles estará de acuerdo en que este disco no es el mejor de los trece que editaron antes de la disolución, pero también en que contiene piezas excelentes, títulos que están cerca de la cincuentena y suenan tan frescos como si fueran novedad absoluta, melodías que han pasado de generación en generación y jamás dejan de hechizar, canciones que no sólo no pierden brillo si no que reafirman su talento con el transcurrir del tiempo. En fin, que son ya auténticos clásicos difíciles de imaginar de otro modo. Que ahora Johns arremeta tan exageradamente contra aquel disco suena a venganza por el caramelo que a última hora le quitaron de la boca, a él, que fue requerido por algunos de los nombres más importantes de la historia del rock y ayudó a lograr discos y éxitos fabulosos. Sí, él participó en dos legendarios álbumes de los Beatles, pero en uno de ellos (el último) podría haber figurado como gran artífice, como el que dirigió a Lennon y McCartney, a Harrison y Starkey, quien los guió e iluminó para lograr una obra maestra imperecedera. Pero se interpuso el tan genial como indeseable Phil Spector y él se quedó sin aparecer para siempre como el primero en la lista de créditos.

Eso de que venga otro y tome tu trabajo para retocarlo, corregirlo y pulirlo a su gusto (para fusilarlo, vamos) debe sentar bastante mal, sobre todo si el agraviado es alguien cuya labor viene avalada por el éxito y el reconocimiento general. Es, por tanto, más que comprensible la rabieta de Johns, incluso la virulencia y el desprecio, sobre todo si se ha estado décadas esperando el momento de largar, de ajustar cuentas con aquellos que le ofendieron. Y se ha despachado a gusto; baste señalar que el subtítulo del libro viene a decir: “Una vida grabando éxitos con The Rolling Stones, The Who, Led Zeppelin, The Eagles, Eric Clapton, The Faces…”, o sea, destaca media docena pero omite a The Beatles como pequeña y tardía revancha; por cierto, obsérvese, además, que dice ‘éxitos con’, que indica al lado o a la misma altura, y no ‘éxitos para’, que significa trabajo asalariado o ayuda. Es una muestra de los celos de quienes participaron en la construcción de melodías que seguirán sonando cuando ninguno de los presentes siga aquí.  

Lo que sí puede quedar es una cierta curiosidad por saber cómo hubieran sonado ‘Get back’, ‘Across the universe’ o el propio ‘Let it be’ según Glyn Johns. 
       

CARLOS DEL RIEGO

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