Los movimientos políticos que en las
últimas fechas están teniendo lugar en España vienen a demostrar algo que
muchos se obstinan en no ver: al político vitalicio lo único que le interesa,
lo único que lo mueve es la política, mientras que el bien común o el de los
ciudadanos les importa menos que el precio de un café.
Todos los políticos del mundo, sea cual
sea su ideología, su partido o su país, son en el fondo y en la superficie
exactamente iguales. Todos se mueven pensando en la conveniencia política, en
la estrategia política, en las elecciones, cargos, encuestas, sondeos…, dejando
en un muy segundo plano aquello por lo que se les paga: velar por el bien
común, la salud pública, la seguridad, el empleo…Las pruebas son irrefutables y
abrumadoras.
Estos días (III-21) las primeras páginas
de los periódicos son todo maniobras políticas sin otro fin que la política,
son evidentes, descaradas: el que era ministro de sanidad pasa de la noche a la
mañana a ser candidato a presidente de una comunidad (y eso que, según sus
partidarios, era imprescindible en su puesto); se producen conjuras para
promover mociones de censura con el fin de sacar al que manda y ocupar su
puesto; y como respuesta, algunos deciden convocar elecciones a modo de defensa
preventiva; uno de los vicepresidentes, al ver que en ese puesto nunca tendría
la última palabra, decide presentarse para jefe de una comunidad y así
convertirse en mandamás, sólo de una parte del territorio nacional, pero
mandamás; unos y otros declaran sin la menor vergüenza que quieren ganar las
elecciones para echar del poder al que está, es decir, no desean alcanzar el
gobierno y el poder (nacional, autonómico, provincial o municipal) para
trabajar por el beneficio de la sociedad, nada de eso, lo dicen abiertamente:
quieren expulsarlos “a ellos” y colocarse a sí mismos, este es su objetivo, su
único fin, quedando el bien común en un tercer plano. Por no hablar de las
fortunas públicas que se gastan para sí y su partido en operaciones de
marketing y propaganda, asesores de imagen, expertos en blanqueo y
manipulación, campañas en las redes. Todos hacen lo mismo.
Y todo ello en medio de una pandemia con
decenas de miles de muertos, en una situación de emergencia extrema con el paro
disparado, la economía destruida y un
futuro muy negro. Pues para los políticos eternos, para sus señorías diputados
(que se repartieron el año pasado 800.000 euros en taxis y kilometraje) lo
importante no varía: la toma del mando, el reparto de cargos y, en fin, la
pura, asquerosa y destructiva política.
Aunque parezca exagerado, bien puede
decirse que el único político bueno es el político de cuerpo presente,
afirmación que no anima a liquidar a vividores de lo público, en absoluto, sino
que viene a significar que sólo estando inerte el político no hace daño, no
miente, no trinca, no despilfarra, no provoca enfrentamientos…, sólo si está de
cuerpo presente el político no hace política. Y es que esta especie, con el
paso de los años, se ha pervertido, se ha convertido en la más perniciosa del
sistema solar, responsable de guerras y violencias, hambres, robos y saqueos a
países enteros, gigantescas mentiras y, en fin, responsable de infinitas calamidades.
Es preciso, es absolutamente necesario
terminar con la figura del político, y sustituirla por la del ciudadano metido
temporalmente a labores políticas; esto sería mucho más democrático, puesto que
en este caso serían muchos los contribuyentes que, durante una etapa de sus
vidas (por ejemplo ocho años, más o menos un diez por ciento de la vida de una
persona), entrarían en contacto con la realidad del trabajo público; de este
modo, todo el que jurara un cargo sabría exactamente cuándo se extinguiría ese
contrato, de modo que sería tonto que hiciera cálculos políticos, personales o
del partido, de cara a su futuro político, puesto que éste no existiría.
Lógicamente, todos los políticos del
mundo, los de cualquier ideología o partido, estarán radicalmente en contra de
esta idea; ya fuera de extremos o centrados, ningún político renunciaría a
viajar siempre cómodamente instalado en el carro, ninguno estaría dispuesto a
echar pie a tierra y sumarse a los ciudadanos para empujar el carro. En fin,
hay que ser muy ingenuo, tonto o inconsciente para confiar o creer a un
político: el ciudadano no le interesa más que como votante (cuando se acercan
las elecciones) o como paganini que escota para que él gaste. Nada más.
Cuando deberían poner sobre la mesa todo
su esfuerzo, ganas e ilusión para sacar al país del atolladero en el que está,
cuando tendrían que movilizar todos los recursos humanos y materiales disponibles
exclusivamente para buscar el bien de todos, ellos están a lo suyo, nada más
que a lo suyo. Es una prueba evidente e irrefutable de la bajeza moral de esta
asociación de indeseables caraduras. Es una especie que hay que extinguir. Por
el bien de la sociedad.
CARLOS DEL RIEGO
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