El leonés Francisco Reinoso fue uno de los primeros europeos que vieron el Mississippi, pues iba con la hueste de Hernando de Soto, que se topó con este río en 1541
Seguramente todos los
europeos que viajaron a América a lo largo del siglo XVI podrían contar
infinitas e increíbles aventuras, lances y episodios extraordinarios que, con
total seguridad, pintarían de asombro las caras de aquellos que luego las
escucharan. Gran parte serían decisivas batallas o encuentros con los nativos,
aunque también hubo situaciones de carácter tragicómico, como la que
protagonizaron cinco indias de La Florida y el leonés Francisco Reinoso
De todas partes de
España partieron hacia la recién descubierta América en busca de fama y fortuna.
En 1539 Hernando de Soto encabezó una gran expedición que comenzó en La Florida
y, tras penoso viaje, recorrió todos los estados del sur de Estados Unidos
(donde topó con semínolas, apaches, cherokees, creeks…); de Soto murió en el
Mississippi en 1542, y los restos de su expedición llegó al año siguiente al Virreinato de Nueva España (México). En
Florida se encontraron con indios muy hostiles, muy agresivos, que siempre
estaba en guerra pueblo contra pueblo con el objetivo de eliminarse mutuamente;
al poco tiempo de desembarcar comprendieron que no debían fiarse de los
naturales, ni siquiera de los que se mostraban amistosos; engañaban y
aconsejaban caminos que conducían a zonas pantanosas e intransitables, dirigían
a los recién llegados hacia tribus rivales donde los recibirían violentamente,
o directamente les preparaban trampas para exterminarlos (los aztecas tenían a las
tribus del norte por salvajes primitivos). .
Con buenas palabras,
el cacique Tascalusa invitó a los españoles a su pueblo, Mauvila. Una vez allí,
de Soto y su tropa fueron atacados desde todas partes. La batalla duró casi
diez horas, fue extremadamente sangrienta y la victoria fue para los españoles,
pero a tal precio que puede calificarse de pírrica, con muchísimas bajas,
pérdida de impedimenta y casi todos heridos.
Después de la batalla
los españoles buscaron comida y descanso por los alrededores; iban hambrientos,
heridos, cojos y mancos, sangrando, descalzos, con la ropa hecha jirones, las
armaduras abolladas o rotas y, en fin, un estado lamentable. Algunos llegaron a
un pueblo cercano llamado Colima. Uno era el astorgano Francisco Reinoso (otras
fuentes lo hacen natural de “Boadilla, Reyno de León”), que vio una
construcción grande y, él solo, entró buscando comida; la parte superior le
pareció que podía ser como un granero, así que subió con la esperanza de hallar
algo con lo que calmar el hambre. Al llegar vio cinco mujeres indias,
amedrentadas y arrebujadas en un rincón. El caballero leonés envainó su espada,
les hizo ver con señas que no tenían nada que temer, que no les haría daño y
que sólo buscaba algo que llevarse a la boca. Las mujeres, al comprobar que venía solo y que, al menos por
sus gestos, no parecía peligroso, arremetieron contra él todas a la vez. Según
las crónicas, antes de que Reinoso pudiera darse cuenta de lo que pasaba, una
le agarró por las piernas, otras dos por los brazos, otra le sujetó la cabeza y,
la quinta, “viéndolo todo tomado, se agarró a un término medio”…
Tras el primer
momento de sorpresa, el intrépido astorgano empezó a repartir con ambas manos,
pero sin gritar para pedir ayuda a sus compañeros, puesto que le parecía “muy
afrentoso” como hombre solicitar socorro para defenderse de mujeres, aunque
fueran cinco. El caso es que, cuando apenas lograba quitarse de encima a las
guerreras, el suelo cedió, una pierna lo atravesó y le quedó colgando, de
manera que el pobre aventurero se quedó como sentado e inmovilizado. Las enrabietadas
amerindias volvieron a la carga aprovechando la situación, y con patadas, palos,
arañazos y mordiscos “lo tenían a mal partido para matarlo”; a pesar de
situación tan apurada, el bueno de Reinoso seguía sin llamar a los suyos.
Por suerte para él
entró en la casa uno de sus compañeros, que vio la desnuda pierna colgando.
Sacó su espada y se dispuso a cortarla, pues pensó que sería una trampa. Del
piso de arriba escuchó las voces y el jaleo de la lucha, así que llamó a otros
dos y subieron rápidamente. Allí encontraron a Reinoso “y viendo cómo lo tenían
las indias”, las cinco encima del desdichado, trataron de separarlas, pero
ellas no dejaban de morder, arañar y golpear ni aunque vieran los aceros
desenvainados de los españoles. No les quedó más remedio que empezar a dar
tajos a unas y otras, que ni aun así soltaban el bocado de carne astorgana. Y a
pesar de que matar mujeres estaba muy mal visto (la mentalidad seguía siendo
medieval), hasta que no acabaron con las cinco no pudieron rescatar, medio
muerto, al caballero don Francisco.
Aun con medio cuerpo
mordido y arañado, don Francisco fue de los pocos que sobrevivió a aquella catastrófica
expedición por el sur de lo que hoy es EE UU. Al parecer, se instaló en México,
donde se casó y tuvo hijos. Lo último que se sabe de él es que, hacía 1585, aun
vivía, en Astorga o Boadilla.
Aquellos arrojados
exploradores que se enfrentaron a lo desconocido pasaron por todo, pero seguro
que ninguno se las vio frente a cinco aguerridas, voraces y valientes indias,
como hizo el leonés Francisco Reinoso. De él habla el Inca Garcilaso de la Vega
en su ‘La Florida del Inca’.
Cualquier contaría algo
así como la gran aventura de su vida.
CARLOS DEL RIEGO
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