Los soviéticos adiestraron decenas de miles de perros-bomba para lanzarlos contra los panzer, tuvieron escasos resultados y murieron reventados casi todos |
Además de los hechos
militares y políticos de los que tantísimo se habla y se escribe, la II Guerra
Mundial (de cuyo inicio se cumplen 80 años) ha sido fuente de innumerables
sucesos que tuvieron mucha menor importancia histórica, mucha menos influencia en
el transcurso del conflicto; sin embargo, esos episodios que no produjeron
efectos destacables, muestran la forma de ser y de pensar de algunos de los que
protagonizaron aquella contienda
Duró seis años, pero
de la II Guerra Mundial han surgido miles de libros y decenas de miles de
relatos y testimonios que, lejos de los grandes y trascendentes momentos,
desvelan cuestiones y asuntos más cercanos, más cotidianos. Estos pequeños
lances a veces mueven a la sonrisa, pero otras señalan hasta dónde se puede
llegar cuando todo es sacrificable a la causa.
Un caso que evidencia
cómo se agudiza el ingenio ante la necesidad lo protagonizó un noruego que
estuvo preso en un campo de concentración cerca de Breslau (Wroclaw, Polonia).
Se llamaba Artur Bergfior y era protésico dental. Aprovechando los cachivaches
que los condenados metían en el campo al llegar, así como todo lo que pudiera
distraer, este hombre tuvo la idea de construir un receptor de radio dentro de
la dentadura postiza de un camarada de desdicha. Sin perder el ánimo, el tío
fue acumulando piezas o elementos con los que construírselas él mismo, hasta
que consiguió que el receptor quedara terminado y perfectamente camuflado en el
postizo dental del colega. Tarde o temprano consiguió la pila y algo parecido a
auriculares, de manera que cuando se sentían seguros, el compañero de la
prótesis se sacaba los piños, le acoplaban la batería y los cascos y se ponían
a escuchar la radio. No sintonizaban muchas emisoras, pero Bergfior declaró que
escuchaban perfectamente la BBC para Europa. El artilugio está expuesto en un
museo dedicado a la resistencia antinazi de Noruega. Hoy se podría hacer tal
cosa muy fácilmente, pero entonces y en aquella circunstancia se antoja
dificilísimo, ingenioso y meritorio.
Los animales también participaron
activamente en la guerra, y siempre salieron muy mal parados. Algunos fueron
entrenados para salvar vidas y otros para matar. Sobre todo caballos, perros y
gatos tuvieron su papel en los escenarios bélicos. Y entre lo más canallesco
que se hizo fue la creación de una especie de división canina-suicida que se
montó en la Unión Soviética. A algún cerebro de mosquito se le ocurrió el
disparate de adiestrar perros para que llevaran bombas antitanque. En principio
se pensó en que las llevaran en la boca y las dejaran caer bajo los blindados
enemigos (el entrenamiento consistía en dejarles la comida bajo tanques), pero
muchas veces regresaban con su entrenador sin haber soltado la carga, así que
‘pensaron’ que era mejor colocar la bomba en el lomo del perro y una varilla
vertical que detonara con poco más que tocarla; el chuquel se deslizaría debajo del ‘panzer’, la varilla tocaría el
metal y… perro hecho picadillo y tanque inutilizado. Se entrenaron a miles de canes,
pero los resultados fueron escasísimos para los soviéticos y letales para los
animales. Sorprende que no tuvieran en cuenta que el perro estaba entrenado
para meterse debajo del vehículo parado, no en movimiento, con lo que, ya en
batalla, muchos volvían sin haber pasado por los bajos del ‘panzer’ y, llegados
a donde estaba su entrenador, saltaban sobre él detonando el explosivo; los
tiros de ametralladora, las bombas, los infinitos ruidos del combate distraían
al pastor alemán (raza preferida para el proyecto), quien aterrado volvía con
su adiestrador y…; los carros de entrenamiento llevaban motores diesel, pero
los de los nazis iban a gasolina, así que el pobre perrito no sólo no se
colocaba bajo los blindados enemigos, sino que podía ir directo a los T-34
soviéticos; además, en poco tiempo los tanquistas nazis comprendieron la
estrategia, de manera que nada más que veían perro tiraban a ráfaga sin más En fin, se estima que apenas
30 ‘panzer’ fueron destruidos por los perros-bomba, aunque nunca se ha
desvelado cuántos carros y soldados soviéticos fueron presa de los pobres
perros. Sí se sabe que la ocurrencia acabó con alrededor de treinta mil
animales; y cuando los adiestradores protestaron por la matanza, los comisarios
políticos se encargaron de ellos…
Algún iluminado tuvo
también la ocurrencia de instalar una especie de centro de espionaje en un
burdel, el ya famoso Salón Kitty. Esta madame Kitty regentaba un famoso y
concurrido prostíbulo en Berlín; a comienzos de los años cuarenta algún jerarca
nazi (Heydrich) ‘pensó’ que podrían llenar todo el local de micrófonos y así
saber qué militar o civil tenía opiniones contrarias al régimen, si sabía algo
que no debía o si no era los suficientemente incondicional (la madame, claro,
aceptó sin rechistar). Pero para ello no valían las chicas que ‘trabajaban’
allí, sino que escogieron, reclutaron y entrenaron a mujeres para que se
convirtieran en máquinas de sonsacar información; y una vez dispuestas las
colocaron en el salón. La idea era saber lo que pensaban otros nazis y así
tener algo contra ellos por si alguna vez se necesitaba, pero por allí también
pasaban diplomáticos de otros países, como el Ministro de Asuntos Exteriores de
Franco, Serrano Súñer, a quien grabaron lanzando improperios contra unos y
otros. El caso es que un espía inglés, Roger Wilson, que se hacía pasar por
diplomático rumano, se convirtió en asiduo; al parecer, este tipo tenía mucha
experiencia en este tipo de establecimientos, de modo que muy pronto se dio
cuenta de que allí había algo anormal, ya que le pareció que las chicas eran demasiado
inteligentes e informadas para ejercer este oficio, hacían preguntas, hablaban
dos o tres idiomas, demostraban gran educación…, algo no le cuadraba. Los demás
clientes iban a lo que iban, se divertían sin pensar en nada, cantaban todo lo
que las señoritas les preguntaban y nunca sospecharon, pero a este Wilson, que
debía conocer burdeles y meretrices de toda Europa, no se la pegaron: descubrió
el pastel y decidió aprovecharlo, así que pinchó los micros para que la inteligencia
británica se enterara de lo mismo que la alemana, aunque no sacaron gran cosa,
ya que casi nunca iban cargos importantes. Wilson fue descubierto y lo mandaron
a un campo de concentración. El salón Kitty volvió a ser un burdel normal en
1943, cuando los nazis devolvieron la ‘gestión’ a su dueña llevándose los
micros. Y es que, según afirmaba el despiadado Reinhard Heydrich, “es más fácil
interrogar a un hombre si está en posición horizontal”.
Ingenio, atrocidad y
picaresca son elementos que nunca faltan en las guerras.
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario