Hitler vomitando sus soflamas aquel 8 de noviembre de 1939 poco antes de la explosión de la bomba colocada en la columna que está detrás de él |
Así quedó la cervecería |
Desde que Adolf
Hitler tomó el poder en 1933, cada año se celebraba en una cervecería de Múnich
el aniversario del llamado ‘putsch de Múnich’, el fallido golpe de estado que
‘proporcionó’ a los nazis sus primeros ‘mártires’ y condujo a Hitler a la
cárcel. En 1939 un carpintero llamado Georg Elser colocó una potente bomba en
ese local para acabar con Hitler; sin embargo, el atentado se vio frustrado
porque el führer acortó su discurso y se marchó antes de tiempo…, unos doce
minutos antes de que la bomba explotase. Si su sermón se hubiera alargado esos
minutos, la historia habría cambiado radicalmente
El 8 de noviembre de
1939, poco más de un mes después del comienzo de la II Guerra Mundial, Hitler y
su cohorte acudieron a celebrar el aniversario del fallido ‘putsch’ de Múnich,
aquel intento de golpe de estado con el que el NSDAP, el partido nazi, trató
hacerse con el poder en Alemania en 1923. Aquella celebración se convirtió en
obligada para el partido y para el führer, de modo que, desde entonces, cada
año los días 8 y 9 de noviembre se celebraba un gran mitin allí mismo, en la
‘bürgerbräukeller’ (algo así como la cervecería municipal) de la capital
bávara. Toda la aristocracia nazi acudía con gran devoción a escuchar el
discurso de Hitler en aquella especie de gigantesco bar con capacidad para más
de 2.000 personas. Estar presente en ese
acto, convertido ya en una especie de rito ceremonial, era un honor y
una obligación para los devotos del partido, pues celebraba su ‘heroico
nacimiento’.
El Tercer Reich
atravesaba su momento más glorioso, por lo que casi 3.000 nazis escogidos
abarrotaban el local esperando ansiosos el largo y encendido discurso de su
supremo líder Hacia las 20 horas del día 8 de noviembre de 1939 Hitler comenzó
a gritar sus acostumbradas soflamas. Lo normal era que el discurso se alargara
hasta la hora y media contando las interrupciones para los enfervorizados aplausos
y vítores, sin embargo, en aquella ocasión apenas superó los tres cuartos. No
está muy claro por qué, pero los especialistas señalan que Hitler parecía
nervioso y cansado, tal vez porque deseaba volver a Berlín cuanto antes por
estar ya necesitado de las múltiples drogas que le administraba su médico
personal, el doctor Morell. Fuera lo que fuera, Hitler salió muy rápido de la
cervecería, casi sin pararse a saludar a los familiares de los ‘mártires de
1923’, de modo que entre las nueve y ocho y las nueve y diez el führer y su
estado mayor abandonaban la sala.
Exactamente a las
nueve y veinte, cuando la mayoría de los asistentes continuaba la celebración,
se produjo una potentísima explosión que destrozó el establecimiento. La bomba,
colocada dentro de la columna más cercana al atril del orador, echó abajo el
techo y parte de los pisos superiores, causando siete muertos en el acto, otros
cinco poco después a causa de las heridas y decenas de heridos. Pero ningún
gran gerifalte nazi se vio afectado.
El autor del atentado
fue un lobo solitario, un carpintero aficionado a la relojería llamado Georg
Elser. La Gestapo al principio pensó en una conspiración de las potencias
enemigas, pero resulta que Elser fue detenido a pocos kilómetros de la frontera
suiza y, mientras la radio daba la noticia del suceso, le encontraron una
postal de la dichosa cervecería... Fue sometido a los más atroces
interrogatorios para que cantara quiénes habían sido sus cómplices e
instigadores, pero a pesar de los ‘convincentes métodos’ de la Gestapo, Elser
no se desdijo: lo había hecho todo él solo. Era un carpintero tendente al
comunismo, pero no militante, de Wurtemberg, solitario y callado, taciturno, más
bien vulgar y escaso de dinero. Confesó que su intención era acabar con Hitler
y sus principales lugartenientes para evitar la guerra.
Georg Elser reconoció
que llevaba más de un año planeando el atentado y fabricando la bomba (aunque
probablemente estuviera años informándose). Empezó dejando su ebanistería para
emplearse en una cantera, donde robó, muy poco a poco, explosivos que iba
almacenando; también adquirió conocimientos sobre su manejo y peligros al dejar
ese trabajo por el de obrero en una fábrica de armas. Una vez que tenía los
cartuchos comenzó a pensar en el mecanismo de relojería, especialidad a la que
era aficionado. Aseguran los historiadores que el artilugio que fabricó era
eficaz pero demasiado complicado, es decir, no contó con asesoramiento de
expertos, ya que cualquiera especialista hubiera construido un aparato mucho
más sencillo. Con la máquina explosiva montada, el siguiente paso fue
trasladarse a Múnich y colocarla en la ‘bürgerbräukeller’. Ya en la capital de
Bavaria, se empleó en una carpintería, pero por la noche entraba en la popular
cervecería, que en horario diurno estaba casi siempre llena de alegres
bebedores; parece ser que el vigilante nocturno, a cambio de unos marcos,
dejaba pasar a parejas de jóvenes... Elser horadó la columna central del recinto,
tapando el agujero cada noche y abriéndolo a la siguiente. A principios de
noviembre empezó a colocar su artefacto en el boquete, y el día 5 ajustó todo
para que explotara el día 8 a las nueve y veinte minutos de la noche, ya que
calculó que Hitler estaría vociferando sus consignas y saludando a sus acólitos
al menos hasta las diez. El día antes de la explosión abandonó Múnich.
Y a la hora prevista la
bomba detonó, pero desgraciadamente Adolf Hitler y sus jefes se habían ido unos
minutos antes. Se especuló que todo lo había orquestado la Gestapo para poder
proclamar que Hitler estaba protegido por la Providencia, pero parece demasiado
arriesgado que el führer estuviera tanto tiempo al lado de la bomba. También
que si habían sido los servicios secretos británicos, e incluso organizaciones
comunistas, pero jamás se encontró indicio de que no fuera Elser en solitario. Condenado
a muerte, claro, el propio Hitler ordenó que no se le ejecutase para tener algo
así como la prueba viviente de que su destino estaba protegido por los dioses.
Internado en un campo de concentración, Georg Elser fue ejecutado en Dachau al
final de la guerra.
Lo que nunca se ha
sabido es la causa de que Hitler acortara tanto su diatriba y se fuera tan
rápido. Doce minutos más de cháchara antisemita más y la historia hubiera
cambiado radicalmente, pues la II Guerra Mundial hubiera terminado en el acto.
Casi seguro.
CARLOS DEL RIEGO
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