El Barco de Esclavos, de Turner, inspirado por el suceso del Zong. En el centro abajo se ven manos que emergen y grilletes |
Detalle del cuadro en el que se ven manos, parte de un cuerpo cuya pierna tiene grilletes y peces devorándolo |
Uno de los episodios
más vergonzosos e infamantes de la historia naval, colonial y legal de
Inglaterra se produjo a finales de noviembre del año 1781: la matanza del barco negrero Zong. Fue un suceso
atroz que mostró no sólo la crueldad infinita de los ingleses, sino también el
racismo que impregnaba su sociedad y, peor aún, su legislación. En pocas
palabras: el capitán y los tripulantes decidieron echar al mar a 142 esclavos
africanos para cobrar el seguro…
Inglaterra siempre ha
exhibido una gran habilidad para remarcar las barbaridades ajenas a la vez que
justifica o esconde las propias. Por eso la atrocidad cometida por los que
gobernaban el barco Zong es un hecho casi desconocido tanto en ese país como en
el resto. Pero es que aquel acto criminal tuvo una segunda parte peor, mucho peor,
ya que la legislación vigente en Inglaterra en aquel momento amparó el
asesinato múltiple.
La ‘industria’ de la
esclavitud tiene un muy largo recorrido. Pero es a partir del siglo XV cuando
se convierte en una cuestión cotidiana que casi nadie se la planteaba. Cierto
que incluso entonces hubo diferencias entre países; por ejemplo en algunos estaba
muy mal visto e incluso penado legalmente maltratar a los esclavos y,
evidentemente, matarlos (y si se convertían al catolicismo o si eran bautizados
al nacer tenían consideración equiparable a los libres), mientras otras
potencias coloniales, sobre todo Inglaterra y Holanda, jamás promulgaron una
ley que los protegiera. De todos modos, todas las potencias coloniales
participaron de tan odioso tráfico: Portugal llevó a América más de 4.5
millones de esclavos africanos, Inglaterra alrededor de 2,6 millones, Francia y
España en torno a 1,5 millones; sin embargo, no se tiene noticia de que se
arrojara por la borda a los pobres africanos para cobrar el seguro, que venía a
ser unas 30 libras por persona.
El barco Zong era
propiedad de un consorcio de comerciantes de Liverpool que se dedicaba
exclusivamente a la captura y venta de africanos. En noviembre de 1781 navegaba
rumbo a Jamaica (había partido de África occidental) con un ‘cargamento’ de 442
desdichados (hombres, mujeres y niños), más del doble de lo que la capacidad
del barco permitía, lo que quiere decir que irían horriblemente hacinados,
amontonados, casi sin aire, casi sin comida ni agua y sin salir de la bodega
del barco en toda la travesía. Por la razón que sea, al avistar Jamaica
creyeron que era la isla La Española y continuaron viaje; para cuando se dieron
cuenta del error ya estaban casi a 500 kilómetros. Debido a las terribles
condiciones en que iban, ya habían muerto más de sesenta africanos, de modo que
pensaron que lo mejor era arrojar a la mitad de los que quedaban para así poder
cobrar el seguro, ya que si morían en la costa o en el viaje de muerte ‘natural’
(como esos sesenta), no podrían exigir compensación a la compañía aseguradora.
El caso es que lanzaron al mar Caribe 142 personas que, lógicamente, perecieron
ahogadas (cuentan las crónicas que uno consiguió volver al barco).
A su regreso a
Inglaterra reclamaron a la aseguradora, pero ésta se negó a pagar, de modo que
se llevó a cabo un juicio; lo asombroso es que el juicio no era por asesinato,
no era por la muerte de aquellos africanos, no era por la crueldad intolerable
de lanzarlos al mar como si fueran lastre, sino por una cuestión económica: si
procedía o no que la aseguradora pagara por la pérdida de ‘carga’. El capitán y
los oficiales del Zong se justificaron asegurando que el agua escaseaba y que,
para salvar el resto del ‘cargamento’, no hubo más remedio que lazar parte del
mismo al mar. Sin embargo, la aseguradora demostró que al llegar finalmente a
su destino llevaban los depósitos de agua a rebosar, y por tanto no había
‘necesidad’ de tirar al agua a los africanos, por lo que no procedía pagar; los
marineros aseguraron que eso se debía a que el día antes de atracar se había
desatado una tormenta y por eso las tinajas estaban llenas. Poco después se
supo (por los diarios de otros barcos), que la tormenta había sido antes del 29
de noviembre, que es el día en que se produjo la masacre. En definitiva, tanto
los mandos como la marinería se pusieron de acuerdo para deshacerse de la carga
humana exclusivamente para cobrar el seguro; como cabía esperar, el cuaderno de
bitácora del Zong había desaparecido misteriosamente…
En el primer juicio
se falló a favor de los propietarios del barco, pero la aseguradora apeló y
hubo un segundo juicio. En éste, el juez determinó que “arrojar los esclavos
era exactamente lo mismo que arrojar caballos por la borda (…) lo importante es
si había o no necesidad de arrojarlos al agua para salvar el resto de la
carga”. Tras la insistencia de la aseguradora, los propietarios dijeron que
“los esclavos perecieron como una carga de bienes materiales para salvar el
bien mayor del barco”. Este modo de pensar, aun en 1781, sólo podía tener lugar
en un país donde el racismo estuviera tan arraigado que contaba con el amparo
de la propia ley: Inglaterra.
La aseguradora,
entonces, puso sobre la mesa la perversión de asesinar a personas con el fin de
cobrar esas 30 libras por cada una. Finalmente, cuando quedó demostrado que en
el barco había agua más que suficiente, los jueces dictaminaron a favor de la
aseguradora y en contra de los propietarios del barco, es decir, los asesinos
no cobraron. Pero nunca se planteó un juicio contra el capitán y los marineros
por asesinato; sólo un antiesclavista, Granville Sharp, intentó que se tuviera
en cuenta la acusación por asesinato, pero aunque no tuvo el menor éxito, sí
que aquello fue un primer paso…
Aquella salvajada fue
protagonizada por marinos y propietarios ingleses en noviembre de 1781, pero
peor fue el hecho de que la ley inglesa de aquella época considerara a las
personas como simple ‘carga’ sacrificable para salvar el resto de los ‘fardos’.
Si tamaña salvajada se hubiera producido en un navío español, ¡cuánto lo
hubieran cacareado los ingleses!
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario