miércoles, 20 de noviembre de 2019

LA MATANZA DEL BARCO ZONG

El Barco de Esclavos, de Turner, inspirado por el suceso del Zong. En el centro abajo se ven manos que emergen y grilletes

Detalle del cuadro en el que se ven manos, parte de un cuerpo cuya pierna tiene grilletes y peces devorándolo


Uno de los episodios más vergonzosos e infamantes de la historia naval, colonial y legal de Inglaterra se produjo a finales de noviembre del año 1781: la  matanza del barco negrero Zong. Fue un suceso atroz que mostró no sólo la crueldad infinita de los ingleses, sino también el racismo que impregnaba su sociedad y, peor aún, su legislación. En pocas palabras: el capitán y los tripulantes decidieron echar al mar a 142 esclavos africanos para cobrar el seguro…
Inglaterra siempre ha exhibido una gran habilidad para remarcar las barbaridades ajenas a la vez que justifica o esconde las propias. Por eso la atrocidad cometida por los que gobernaban el barco Zong es un hecho casi desconocido tanto en ese país como en el resto. Pero es que aquel acto criminal tuvo una segunda parte peor, mucho peor, ya que la legislación vigente en Inglaterra en aquel momento amparó el asesinato múltiple.
La ‘industria’ de la esclavitud tiene un muy largo recorrido. Pero es a partir del siglo XV cuando se convierte en una cuestión cotidiana que casi nadie se la planteaba. Cierto que incluso entonces hubo diferencias entre países; por ejemplo en algunos estaba muy mal visto e incluso penado legalmente maltratar a los esclavos y, evidentemente, matarlos (y si se convertían al catolicismo o si eran bautizados al nacer tenían consideración equiparable a los libres), mientras otras potencias coloniales, sobre todo Inglaterra y Holanda, jamás promulgaron una ley que los protegiera. De todos modos, todas las potencias coloniales participaron de tan odioso tráfico: Portugal llevó a América más de 4.5 millones de esclavos africanos, Inglaterra alrededor de 2,6 millones, Francia y España en torno a 1,5 millones; sin embargo, no se tiene noticia de que se arrojara por la borda a los pobres africanos para cobrar el seguro, que venía a ser unas 30 libras por persona.
El barco Zong era propiedad de un consorcio de comerciantes de Liverpool que se dedicaba exclusivamente a la captura y venta de africanos. En noviembre de 1781 navegaba rumbo a Jamaica (había partido de África occidental) con un ‘cargamento’ de 442 desdichados (hombres, mujeres y niños), más del doble de lo que la capacidad del barco permitía, lo que quiere decir que irían horriblemente hacinados, amontonados, casi sin aire, casi sin comida ni agua y sin salir de la bodega del barco en toda la travesía. Por la razón que sea, al avistar Jamaica creyeron que era la isla La Española y continuaron viaje; para cuando se dieron cuenta del error ya estaban casi a 500 kilómetros. Debido a las terribles condiciones en que iban, ya habían muerto más de sesenta africanos, de modo que pensaron que lo mejor era arrojar a la mitad de los que quedaban para así poder cobrar el seguro, ya que si morían en la costa o en el viaje de muerte ‘natural’ (como esos sesenta), no podrían exigir compensación a la compañía aseguradora. El caso es que lanzaron al mar Caribe 142 personas que, lógicamente, perecieron ahogadas (cuentan las crónicas que uno consiguió volver al barco).
A su regreso a Inglaterra reclamaron a la aseguradora, pero ésta se negó a pagar, de modo que se llevó a cabo un juicio; lo asombroso es que el juicio no era por asesinato, no era por la muerte de aquellos africanos, no era por la crueldad intolerable de lanzarlos al mar como si fueran lastre, sino por una cuestión económica: si procedía o no que la aseguradora pagara por la pérdida de ‘carga’. El capitán y los oficiales del Zong se justificaron asegurando que el agua escaseaba y que, para salvar el resto del ‘cargamento’, no hubo más remedio que lazar parte del mismo al mar. Sin embargo, la aseguradora demostró que al llegar finalmente a su destino llevaban los depósitos de agua a rebosar, y por tanto no había ‘necesidad’ de tirar al agua a los africanos, por lo que no procedía pagar; los marineros aseguraron que eso se debía a que el día antes de atracar se había desatado una tormenta y por eso las tinajas estaban llenas. Poco después se supo (por los diarios de otros barcos), que la tormenta había sido antes del 29 de noviembre, que es el día en que se produjo la masacre. En definitiva, tanto los mandos como la marinería se pusieron de acuerdo para deshacerse de la carga humana exclusivamente para cobrar el seguro; como cabía esperar, el cuaderno de bitácora del Zong había desaparecido misteriosamente…
En el primer juicio se falló a favor de los propietarios del barco, pero la aseguradora apeló y hubo un segundo juicio. En éste, el juez determinó que “arrojar los esclavos era exactamente lo mismo que arrojar caballos por la borda (…) lo importante es si había o no necesidad de arrojarlos al agua para salvar el resto de la carga”. Tras la insistencia de la aseguradora, los propietarios dijeron que “los esclavos perecieron como una carga de bienes materiales para salvar el bien mayor del barco”. Este modo de pensar, aun en 1781, sólo podía tener lugar en un país donde el racismo estuviera tan arraigado que contaba con el amparo de la propia ley: Inglaterra.
La aseguradora, entonces, puso sobre la mesa la perversión de asesinar a personas con el fin de cobrar esas 30 libras por cada una. Finalmente, cuando quedó demostrado que en el barco había agua más que suficiente, los jueces dictaminaron a favor de la aseguradora y en contra de los propietarios del barco, es decir, los asesinos no cobraron. Pero nunca se planteó un juicio contra el capitán y los marineros por asesinato; sólo un antiesclavista, Granville Sharp, intentó que se tuviera en cuenta la acusación por asesinato, pero aunque no tuvo el menor éxito, sí que aquello fue un primer paso…
Aquella salvajada fue protagonizada por marinos y propietarios ingleses en noviembre de 1781, pero peor fue el hecho de que la ley inglesa de aquella época considerara a las personas como simple ‘carga’ sacrificable para salvar el resto de los ‘fardos’. Si tamaña salvajada se hubiera producido en un navío español, ¡cuánto lo hubieran cacareado los ingleses!
CARLOS DEL RIEGO

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