Popes venidos de otros lugares de Europa oficiaban misas por el rito ortodoxo para los rusos blancos que combatían en España. Se ven la bandera de la Rusia presoviética y la española |
Es indudable que la Guerra Civil Española adquirió una importancia global a pesar de que la acción bélica nunca traspasó sus fronteras. De ello dan prueba tanto el espacio que el conflicto ocupaba a diario en la prensa internacional como la cantidad de extranjeros que, por los motivos que fuera, vinieron a luchar a favor de uno u otro bando. Incluso hubo rusos anticomunistas (‘rusos blancos’) que acudieron para combatir a sus eternos enemigos
Al imponerse los
bolcheviques en la Guerra Civil Rusa (1917-20, aunque hubo combate hasta 1923),
alrededor de cien mil soldados y oficiales del ‘ejército blanco’ huyeron al
exilio, gran parte de ellos a Francia. Algunos de esos ‘rusos blancos’ parecían
estar esperando la oportunidad de volver a enfrentarse a los ejércitos
comunistas, de modo que cuando estalló el conflicto en España no dudaron en
acudir para enrolarse en las filas del bando nacional. Y aunque en realidad
fueron unos pocos, pues no llegaban al centenar, su presencia en la península
confirma la dimensión internacional de la Guerra de España, ya que, como es
sabido, en los campos de batalla de Teruel, el Ebro, Belchite, el Jarama… combatieron
voluntarios y no tan voluntarios de muy diversas nacionalidades a favor de unos
y otros.
Fueron un total de 96
los rusos derrotados por los bolcheviques en los años veinte los que se
enrolaron en el bando franquista a partir de 1936. Compartían con éste su
rechazo total al comunismo y sus creencias religiosas, y por eso la mayoría
fueron encuadrados en Tercios Requetés (el ‘Doña María de Molina’ y el
‘Zumalacárregui’). No puede sorprender, por tanto, que cuando un oficial
requeté explicaba a estos voluntarios que combatir por el Requeté y la Cruz de
Borgoña significaba hacerlo por ‘Dios, Patria y Rey’, uno de ellos (Nicolás
Boltin, ex coronel del ejército imperial) se levantase emocionado diciendo que
lo entendían perfectamente, ya que su lema era ‘Dios, Patria y Zar’. En fin, la
mayoría de estos rusos blancos vieron la guerra en España como una nueva
oportunidad para derrotar a los bolcheviques, a los que acusaban de las mayores
atrocidades; de hecho todos tenían escalofriantes experiencias que contar. El
general imperial Eugenii Miller animó desde París a los ex integrantes del
ejército blanco a acudir a pelear a España; en 1937 fue secuestrado por agentes
soviéticos, llevado a la URSS y ejecutado.
Algunos de aquellos
inagotables combatientes habían luchado en la Primera Guerra Mundial, luego en
la Guerra Civil Rusa, después en la Guerra de España e incluso los hubo que
también estuvieron en los frentes rusos en la Segunda Guerra Mundial. Hasta
cuatro guerras los vieron tirar de fusil…, y alguno vivió para contar su
experiencia en las cuatro. Por ejemplo Vladimir Doichenko, coronel de
caballería del Zar, que participó en esas cuatro contiendas, y aunque recibió
dos tiros en España, no dejó de ir a pelear al frente ruso al estallar la II
Guerra Mundial.
Apenas un par de
meses después del 18 de julio, un antiguo oficial del ejército zarista llamado
Pavel Rachevsky, procedente de Francia, se presentó en Zaragoza con intención
de enrolarse en cualquier unidad y luchar contra los simpatizantes del ejército
rojo. Bragado y experto en batalla, pronto logró los galones de sargento con
mando sobre dos ametralladoras; luchó en Calamocha (Teruel) y recibió un balazo
que le atravesó un pulmón; viéndose cerca de la muerte, pidió… ¡una bota de
vino!, echó un larguísimo trago, rezó en ruso, se santiguó al estilo ortodoxo y
se preparó para morir; los médicos comentaban en voz baja la gravedad de su
estado y la casi seguridad de su muerte, pero el durísimo Rachevsky, que les
oyó, sacó fuerzas para decir en español: “que no, que el ruso no se muere” (¿qué
tendría aquel vino?). Y no murió entonces, sino que se recuperó a tiempo para
irse a su querida Rusia a combatir a los comunistas; volvió a España y murió en
1944 en Pamplona.
Con sesenta años
llegó Anatol Fok, antiguo general de artillería del Zar; se batió como soldado
raso con tanto valor que fue ascendido; en agosto de 1937, en Quinto del Ebro,
al verse rodeado y en situación desesperada, se pegó un tiro. Nicolai Otoff
recibió ¡cinco balazos!, pero sobrevivió y murió en Madrid años después de la
guerra. Constantin Goncharenko demostró tal valentía que ascendió hasta
capitán; al terminar la guerra española se enroló en la División Azul y murió
en el frente ruso en 1943. El georgiano Constantin Goguionahvilly también
alcanzó galones de oficial tras recibir tres balazos en los frentes españoles,
uno le costó un ojo cuando combatía en Asturias. El capitán Bronovich, de la
Guardia del Zar, peleó bravamente como soldado raso en el frente de Teruel,
donde encontró la muerte: cuando fue encontrado su cuerpo se comprobó que tenía
no menos de una docena de bayonetazos. Jacques Poulokin fue herido de extrema
gravedad en Quinto del Ebro, pero consiguió llegar a la Iglesia de Belchite,
donde fue acorralado y, agonizante, rematado a tiros. El ex general de
caballería Nicolai Sinkarenko, que también logró el grado de teniente, recibió ¡seis
tiros!, uno en la cabeza, pero sobrevivió…, para ser atropellado por un camión
en San Sebastián muchos años después. El aviador Marchenko Larinoff estaba en
Madrid en julio de 1936, pues había venido en los años veinte como instructor
de vuelo y se había nacionalizado español en 1927; en cuanto pudo huyó a zona
nacional y combatió hasta que fue derribado en alguno de los frentes aragoneses
en 1937, se lanzó en paracaídas pero fue capturado y fusilado..
La mayoría de los
rusos blancos que sobrevivieron a la guerra se quedaron en España. Unos
ejercieron la profesión que tenían antes o entre las guerras, otros siguieron
en el ejército, y no pocos de los supervivientes, un total de 22, se organizaron para llevar espectáculos de
canto y danza tradicional rusa por los pueblos de España.
En cualquier caso, no
cabe duda, eran auténticos tipos duros.
CARLOS DEL RIEGO
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