miércoles, 23 de abril de 2025

UN HIPÓCRITA ALÉRGICO AL TRABAJO LLAMADO KARL MARX

 



 Sus palabras, inflexibles y contundentes, fueron contrarias a su elástico comportamiento y su vida personal

Como ocurre casi siempre con personajes históricos que son admirados e incluso idolatrados, Karl Marx, el principal ideólogo del comunismo, esconde muchos, muchísimos ‘cadáveres’ en el armario en forma de contradicción, discriminación, hipocresía, tergiversación, plagio, y lo que hoy se definiría como cara dura. Se cumplen 140 años de la edición del segundo tomo (póstumo) de su obra ‘Das Kapital’, un texto farragoso, dificilísimo de leer, casi ininteligible

Karl Marx (1818-1883) es un personaje clave en la historia contemporánea que, como suele ser habitual, muestra una biografía con muchas sombras. No son pocos los autores, historiadores e investigadores que han puesto a la vista los abundantes trapos sucios del fundador del marxismo. Y no se trata de ideología (algunos de esos autores habían sido marxistas), sino de la verdad documentada, probada, indiscutible, una verdad que, por otro lado, será insuficiente para convencer a quien jamás aceptará la evidencia si ésta no coincide con su ideología.

 

El gran defensor de los trabajadores y martillo de la burguesía, el ‘inventor’ del comunismo, se casó con una rica aristócrata (Jenny von Westphalen) y vivió a costa de su herencia hasta que se acabó…, y ello a pesar de haber escrito y ‘filosofado’ sobre lo injusto de las herencias. Jamás quiso ni tuvo lo que se dice una ocupación, un trabajo con el que mantener a su familia, una obligación masculina que nadie (ni él mismo) cuestionaba en el siglo XIX. De este modo, cuando se acabó el patrimonio de su mujer, se las arregló para vivir a costa de su amigo y colaborador Friedrich Engels, auto-declarado comunista y, a la vez, millonario propietario de fábricas en Inglaterra; Engels escribía contra la propiedad y la riqueza pero era muy rico y posesor de grandes propiedades. Esta contradicción también se observa en Marx, pues escribió o coescribió cientos de páginas acerca del trabajo y el trabajador y, sin embargo, no sólo se negó a trabajar (en la factoría de su amigo, por ejemplo), sino que ni siquiera tuvo curiosidad por ir a ver por sí mismo qué era eso de una fábrica y cuáles eran las condiciones de los proletarios que trabajaban para Engels.

 

Sorprendente y contradictoria es su relación con su sirvienta Helene Demuth, de la que nació un hijo. El adalid del comunismo engañó a su mujer (doblemente) haciéndole creer que el recién nacido era de su incondicional Engels. Sin embargo, lo verdaderamente incoherente no es que se entendiera con la fámula, sino que caía en una postura que él siempre había tenido por ‘asquerosamente burguesa’: tener criados, personas a su servicio.

 

Leopold Schwarzschild (1891-1950) fue un escritor e historiador alemán que estudió la correspondencia que durante cincuenta años mantuvieron Marx y Engels. Así, en su obra ‘El prusiano rojo. La vida y la leyenda de Karl Marx’ deduce (con muchísimos argumentos y evidencias incontestables) que “fue un hombre que encontró en el proletariado un instrumento de su ambición personal”. Igualmente este autor expone que Marx siempre fue un vividor alérgico al trabajo (sus escritos le proporcionaron poco rédito), así que cuando la familia de su mujer dejó de ser su fuente de ingresos, “sedujo a Engels para que lo mantuviera”. O sea, que jamás trabajó. “Nunca realizó el más mínimo esfuerzo por visitar una fábrica o conocer un sistema productivo. Más bien, sus esfuerzos se volcaron en vivir de Engels, consiguiendo de su amigo una auténtica pensión vitalicia”.

 

Que era racista queda evidente en su correspondencia. Por ejemplo, a Ferdinand Lasalle (filósofo, político, 1825-1864) lo trató de “negrito judío” y “judío grasiento”; en una carta que le escribió a Engels en 1862 dice de él: “Ahora no tengo la menor duda de que, como indica la conformación de su cráneo y el nacimiento de su cabello, desciende de los negros que se unieron a Moisés en su huida de Egipto, a menos que su madre o abuela paterna tuvieran cruce con negro” (¿?). Por la misma razón se oponía  a la boda de su hija con Paul Lafargue porque éste era de origen cubano y tenía la piel oscura; sus desprecios no terminaron una vez casados, pues tildaba despectivamente a su yerno de “negrillo” o “gorila”. La soberbia era otra de sus ‘virtudes’: si algún obrero se atrevía a discutirle alguna de sus afirmaciones reaccionaba con violencia y lo tachaba de “ignorante”; por ello, cuando alguno de sus compañeros de la Liga Comunista le contradecía era apartado fulminantemente de los órganos de dirección, donde sólo estaban sus afines incondicionales.

 

Casi nadie niega ya que la mayor parte de las obras literarias que se le atribuyen las escribió Engels (fuera quien fuera, esa escritura no puede ser más confusa y enrevesada, tan oscura que parece no quiere ser entendida). Pero también se apropió de pensamientos y reflexiones ajenas; por ejemplo, en sus textos aparecen máximas y sentencias que, al no citar al verdadero autor, parece que son originales, como “la religión es el opio del pueblo”, que Heinrich Heine escribió en 1840 (y otros antes); igualmente se apropió de “los obreros no tienen nada que perder salvo sus cadenas”, cuyo autor es el sanguinario revolucionario francés Jean Paul Marat (‘L´ami du peuple’); o la tan divulgada “¡proletarios del mundo, uníos!”, que aparece en el Manifiesto del Partido Comunista como propia, aunque es del también alemán Karl Sapper.

 

A pesar de la enorme influencia de Karl Marx en el último siglo y pico, hay que conocer la cara más personal del hombre para poner al personaje en su sitio.

 

CARLOS DEL RIEGO

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