Así salvó el muro la familia Holzapfel. Ilustración de los cómics 'Berlin geteilte Stadt' (Berlín, ciudad dividida) de S. Buddenberg y T. Henseler |
El muro de Berlín
(Die Berliner Mauer) dividió Alemania y su capital durante 28 años, 2 meses y 26
días. El nueve de noviembre se cumplen treinta años de su caída, pero mientras
estuvo en pie fueron muchos los que sintieron el impulso de atravesarlo, de
huir del ‘paraíso’ comunista que los mantenía encerrados. Algunos los
consiguieron, mientras que no pocos dejaron la vida en el intento
Cuando se estaba
construyendo, multitud de berlineses del este se agolparon a ver las obras,
pero se encontraron con gran cantidad de soldados con armados que lo custodiaban. Ante las protestas de los
ciudadanos, los oficiales que mandaban la tropa les dijeron que estaban allí
para ‘protegerlos de la ‘perfidia capitalista’; sin embargo, desde la multitud
se escuchó una voz de mujer: “Entonces ¿por qué estáis apuntando hacia este
lado?”. Las cifras oficiales señalan que desde su construcción, el 13 de agosto
del 61, hasta su derribo, el 9 de
noviembre del 89, más de 100.000 ciudadanos de la extinta RDA intentaron huir a
través de la vergonzosa pared. Lo lograron poco más de 5.000, pero alrededor de
600 murieron en el intento (hay autores que elevan la cifra a 700, pues hay
decenas de los que no se supo más), unos 140 en Berlín. La fuga más numerosa
fue a través de un túnel, que proporcionó la libertad a más de 50 alemanes.
Günter Litfin,de 24
años, fue la primera víctima abatida al intentar cruzar la inmensa muralla,
pues fue muerto a tiros cuando intentaba volver a Berlín Occidental, donde
tenía trabajo y casa, ya que sólo habían pasado once días desde la construcción
del muro: era el 24 de agosto de 1961.
El 17 de agosto de
1962, poco más de un año después de la construcción, lo intentó Peter Fechter,
que junto a su amigo Helmut Kulbeik decidieron arriesgarse y dejar atrás la
República Democrática Alemana. El plan era muy simple: esconderse en un alto
cerca del muro para observar el movimiento de los guardias y, en el momento
oportuno, saltar desde una ventana hasta el que se conocía como ‘corredor de la
muerte’, la franja de tierra entre el muro principal y un muro paralelo que se
había empezado a construir por aquellos días. Pero la cosa no salió bien, al
menos para Fechter, pues la Deutsche Grenzpolizei (policía de frontera alemana)
disparó enrabietada; Kulbeik logró pasar al otro lado, pero Fechter fue alcanzado
en el vientre a la vista de cientos de testigos. Cayó en el lado este del corredor
de la muerte, a la vista de los berlineses occidentales (entre los que había periodistas);
el pobre Peter Fechter gritaba de dolor, pero nadie se atrevía a socorrerle,
pues los guardias de uno y otro lado temían que los ‘enemigos’ abrieran fuego a
quien pisara el mencionado corredor. Una hora más tarde murió desangrado. Tenía
18 años. Aquella noche fue recogido su cadáver por los del este, y poco después
los guardias que lo abatieron fueron condecorados.
El 4 de septiembre de
1962 lo intentó un carpintero de 41 años llamado Ernst Mundt, cuya madre vivía
en el otro lado y con la que se carteaba a diario. Ese día Mundt se decidió, cogió
su bicicleta y pedaleó hasta el cementerio de la Bergstrasse, que tenía una
parte a cada lado del muro. Se aupó sobre su bici y caminó sobre el borde de la
tapia del cementerio. Cuando estaba a menos de 50 metros del oeste un guardia
lo vio y disparó un tiro de aviso. La gente que estaba en el cementerio le
gritaba que no hiciera tonterías, que volviera o lo matarían, pero Ernst estaba
decidido y no iba a dar marcha atrás. El policía no se atrevía a dispararle
pero, de repente, cuando apenas estaba a dos o tres pasos de poder saltar al
oeste, desde un edificio cercano un francotirador no tuvo tantos escrúpulos y
disparó, le dio en la cabeza y Mundt cayó en el lado este, donde fue recogido
para fallecer unas pocas horas después. Sólo su gorra logró pasar.
Tal vez la fuga más
elaborada fuera la protagonizada por la familia Holzapfel. Corría el verano de
1965 cuando un ingeniero de Leipzig, Heinz Holzapfel, decidió jugárselo todo e
intentar escapar junto a su esposa Jutta y su hijo Günther. Lo planearon todo a
la perfección y todo salió a la perfección. La noche del 28 al 29 de julio
entraron en el edificio de los Ministerios de la RDA, que estaba a apenas unos
metros del muro. Se encerraron en un lavabo, colocaron en la puerta un letrero
de ‘fuera de servicio’ y esperaron. A llegar la noche y cuando en el gigantesco
edificio (que era de la época nazi) sólo quedaban los vigilantes, salieron de
su escondite y con gran sigilo (incluso se quitaron los zapatos y se pusieron
unos calcetines previamente preparados) caminaron hasta la azotea. Allí, Heinz
ató un extremo de un cable de acero al asta de la bandera y el otro a un
martillo pintado con pintura fosforescente; lanzó el artefacto que, sin mayor
problema, cayó al otro lado, donde esperaban los familiares de los Holzapfel.
Éstos fijaron el cable a la trasera de una camioneta y lo estiraron. Entonces
Heinz colocó una polea sobre el cable a modo de teleférico y sujetó a su hijo a
la misma mediante unos arneses (todo hecho a mano en casa); Günther se deslizó
por el cable perfectamente, y poco antes de ‘tomar tierra’ sus tíos y abuelos
lo sujetaron para amortiguar la velocidad. Luego fue el turno para Jutta, que viajó
sin problemas sujetada por su funicular casero. Y, finalmente y tras algunas
dificultades técnicas, Heinz tocó suelo occidental. Lo curioso es que los ‘Sowjetische
beobachtungsposten’, los vigilantes soviéticos, vieron el vuelo de Heinz, pero
pensaron que era uno de los suyos, un espía que cruzaba al otro lado para
cumplir alguna misión secreta, así que no hicieron nada (¿qué pasaría con ellos
cuando sus superiores descubrieran la fuga?). Fue, sin duda, una fuga de
película con final feliz.
Chris Gueffroy, de 21
años, fue tiroteado hasta la muerte en febrero de 1989, nueve meses antes de la
caída del muro. Fue el último muerto a tiros, pero hubo otro después, Winfried
Freudenberg, de 32 años, que lo intentó en marzo de aquel año subido en un
globo que él mismo había fabricado; terminó en la Alemania libre, pero estrellado contra el
suelo. Con él se cerró la negra lista.
Hace ya treinta años
que el muro de aquella cárcel fue derribado.
CARLOS DEL RIEGO
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