En España aún no se ha llegado a las manos, aunque si sigue la tendencia actual tal vez se llegara a esto, que ocurrió en Ucrania. |
Desgraciadamente
la cosa parece ir a peor, ya que hay hoy sitios en los que quienes se han subido
al privilegiado tren de la política están convencidos de que para solucionar
los problemas del personal (desde el paro a las listas de espera médica) lo que
hay que hacer es cambiar los nombres de las calles y las figuritas luminosas de
los semáforos, retorcer el lenguaje hasta convertirlo en un galimatías
políticamente correcto y gramaticalmente incorrecto e ignorante, ser
maleducados, groseros e insultones…, estas y otras ‘ideas geniales’ sólo tienen
objetivos ideológicos y, evidentemente, no solucionarán nada, pero es en lo que
se pasan las horas.
Por
otro lado, se equivocan quienes piensan que las cosas mejorarán a base de meter
más y más ideología. Se equivocan los que creen que un país marchará o no en
función del partido político que esté en el poder. La realidad es que todo irá
bien según sean las personas que están al mando, es decir, si en un entorno
democrático tiene la última palabra un político honrado, trabajador y eficiente,
poco importará cuál sea su partido, cuál su ideología para que el colectivo se
beneficie.
Sea
como sea, no cabe duda de que esto de la política ensimisma a los que no tienen
nada más en la cabeza, incluso termina por impedirles ver el verdadero color de
las cosas, y los obliga a mirarse continuamente el ombligo. Para evitar este
mal tal vez habría que impedir que la gente la practique demasiado tiempo. Por
ejemplo, si la esperanza de vida en España es de unos ochenta años, estaría
bien que, quien lo deseara, dedicara a las labores públicas un máximo del diez
por ciento de su vida, o sea ocho años. De este modo, posiblemente, quien
optara por invertir ese tiempo en el ejercicio político estaría más atento a la
eficacia que a la propia política y a la ideología… De todos modos tal vez no
haya forma de evitar los cambios que se producen en la mente del que alcanza
cargo, del que siente el subidón del poder. En fin, aunque sea una utopía,
merece la pena repetirlo: hay que erradicar la figura del político profesional
y sustituirla por la del ciudadano metido temporalmente (un diez por ciento de
su vida ya está bien) a esta función.
El
parlamento no es ya un lugar de contraste de ideas, de debate de proposiciones
y de la búsqueda general del bien común, sino una especie de espacio teatral en
el que lo que importa (al menos a una parte muy importante) es demostrar
continuamente, exclusivamente, con gritos e insultos, la ideología que se
profesa. Sin embargo, lo curioso es que la totalidad de los políticos de todos
los partidos y de todas las administraciones, el cien por cien, estaría
radicalmente en contra de la idea de limitar la permanencia en cargo público. En
habría acuerdo unánime sin atender a partidismos e ideologías.
CARLOS
DEL RIEGO
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