El führer sentía mucho cariño por los animales, pero ninguno por las personas |
Estas
mentes no tienen capacidad suficiente para entender que hay personas con otros
gustos y motivaciones, con otros objetivos y prioridades, con otra educación y
otra circunstancia…, en resumen, no son capaces de asumir que haya quien piense
distinto. Están tan engreídamente convencidos de su idea que no les cabe en la
cabeza la posibilidad de que otros difieran de esa su verdad absoluta. Si se
reflexiona sobre ello no es difícil definir ese modo de proceder mental que
lleva a desear la muerte de todo aquel que se enfrente a sus convicciones; la
palabra es fanatismo, puesto que estas gentes han hecho de su idea el absoluto,
con lo que les es inconcebible otra manera de pensar.
Lo
de desear la muerte de todo discrepante molesto a la vez que se defiende a
ultranza el bienestar de los animales ya ocurrió… en la Alemania nazi. Sí,
cuentan los historiadores que Hitler sólo se ponía tierno con sus perros y que
sólo demostró verdadero cariño (mucho más que hacia Eva Braun) cuando
acariciaba a su perrita ‘Blondi’; asimismo se sabe que el odioso personaje era
vegetariano y que, por unas u otras razones, dictó unas normas muy duras contra
el que maltratara, dañara o diera muerte a cualquier animal de un modo innecesario
y sin seguir las leyes establecidas. Se sabe de unos berlineses que, en 1945, con
los rusos en las afueras y acosados por el hambre y la necesidad, encontraron
un caballo reventado por un obús en plena calle, así que se pusieron a
trocearlo y repartirlo para comérselo; en estas apareció uno con el uniforme de
las SS que les preguntó amenazante si ese animal había sido sacrificado
cumpliendo la ley (‘Berlín 1945, La caída’, de Antony Beevor). Por muy
asombroso e increíble que parezca, quienes liquidaron sin esconderse a todos sus
rivales políticos, a comunistas, socialdemócratas, homosexuales, lisiados,
gitanos… y claro está, a seis millones de judíos, manifestaron una preocupación
exquisita por la situación y el trato a los animales.
Aunque
aquella abyecta desproporción está a años luz del asunto en cuestión, su base,
su esencia es la misma, es decir, quienes odian a muerte a toreros (y a
aficionados, y a carnívoros…) hasta el punto de desearles rabiosamente la
muerte más cruel, están llevando a cabo el mismo proceso mental fanatizante que
los nazis: defender a toda costa al animal y liquidar gente o desearlo sin
pestañear, o lo que es lo mismo, unos y otros ven horroroso matar animales y no
tanto matar hombres (o niños enfermos). Otro punto en común entre los
animalistas violentos (hay muchos defensores de bestezuelas que no lo son) y
los nazis es que no soportan que se les lleve la contraria, de modo que cuando
eso ocurre se enfadan, gritan, amenazan, insultan y, llegado el caso, agreden
(como al torero que fue reconocido y apaleado por estas nuevas juventudes
hitlerianas). Habrá quien diga que el nazi es el que lleva al animal a la
plaza, al matadero, al laboratorio…, pero la realidad dice que los nazis repudiaban
y vigilaban esas prácticas mientras enviaban a la gente a la cámara de gas.
Se
puede defender a los animales y evitarles todo daño innecesario (cosa que es
una obligación moral de las personas), pero se pierde toda la razón si a la vez
se desea la muerte de toreros y aficionados al toreo, se califica de asesinos a
quienes consumen carne o cualquier otro producto animal y, en fin, o se
desprecia ‘a muerte’ a todo el que utiliza animales.
Y
por otro lado, este sentimiento animalista existe desde hace muy poco tiempo, mientras
que el aprovechamiento de los animales por parte de los humanos es una
constante desde la aparición del primer homo, hace millones de años; por ello,
hay que reconocer que es imposible modificar esta práctica de un día para otro,
que es en lo que parecen haberse empeñado algunos personajes con mentalidad
absolutista…, y más difícil será extender esa sensibilidad tirando de
violencia, pues los que se sientan agredidos se defenderán. Es decir, si ese
sentimiento animalista sigue aumentando hasta que atraiga a una gran mayoría de
la población, la cosa se resolverá por sí sola. Un ejemplo es la contaminación
y el cambio climático: aunque existan criaturas empeñadas en negar la
evidencia, es innegable que hoy, más de medio siglo después de que el sentimiento
ecologista diera sus primeros pasos, son muchos los millones de personas
concienciados e incluso comprometidos con este problema; la preocupación por el
medio ambiente ha penetrado en las sociedades occidentales, pero se ha
necesitado algo de tiempo.
CARLOS
DEL RIEGO
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