Equipo de radioterapia que no aceptan los de esa asociación, que más que defender la sanidad pública la boicotean. |
El magnate del sector textil Amancio
Ortega (quien empezó de cero hasta llegar a donde está) donó a los hospitales
públicos más de trescientos millones de euros para comprar equipos oncológicos
de última generación; sin embargo, los dignísimos integrantes de la Federación
de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública no quieren que se acepte
el dinero; explican que la salud general ha de ser cosa exclusiva del gobierno,
y que para costearla debería exigirse más impuestos a los que más tienen…,
vale, pero una cosa es algo general y a largo plazo, como la fiscalidad, y otra
muy distinta una donación puntual, instantánea, con la que se podría mejorar el
servicio al enfermo en el acto; no hay que olvidar que este tipo de paciente no
dispone de mucho tiempo… Defender la sanidad pública y pedir más carga
tributaria a los que más tienen no está reñido con aceptar recursos privados,
al revés, cuanto más reciba el sistema mejor para todos. Una cosa no tiene nada
que ver con la otra y, desde luego, no son excluyentes.
Básicamente hay que deducir que los
adscritos a dicha sociedad son de los que se creen de izquierda
(comunistas-tos, socialistas-sociolistos, etc), puesto que este tipo de
doctrina y quienes la profesan fanáticamente detestan que alguien tome una
decisión que puede beneficiar al colectivo; su fe no permite tal cosa: que
alguien libremente y por propia voluntad lleve a cabo una iniciativa destinada
al bien común les es inadmisible, pues lo que ellos quieren es que la
obligación esté por encima de la libertad de decisión. También podría afirmarse
que los militantes de dicha federación están totalmente en contra de la sanidad
pública, puesto que boicotean recursos que, sin la menor duda, iban a
beneficiar a la salud de todos los que dependen de la sanidad pública. La
postura de estos dudosos individuos sería como la del cooperante que, en una
zona de catástrofe alimentaria, quitara el pan de la boca del hambriento si ese
pan procediera de las manos de un rico; ambos casos son idénticos: hay quien prefiere
que el necesitado muera a que viva gracias a dinero privado y/o de millonario. Para
este tipo de pensamiento lo importante no es el bienestar común sino la
procedencia de ese bienestar. Así, en caso de que Ortega (o Gates, o Slim)
fletara diez cargueros con comida, medicinas y todo tipo de recursos con
destino a un campo de refugiados, los que conforman este tipo de asociaciones
exigirían que no se aceptara la entrega alegando que esos bienes tienen que
costearlos los gobiernos.
Asimismo queda en evidencia otro hecho:
a los miembros de esta asociación les importa tres pepinos la vida de las
personas afectadas por el cáncer, lo único que les interesa es su ideología, su
creencia, su dogma, y para defenderlo están dispuestos a aceptar la muerte de las
personas que se hubieran podido mejorar gracias a los equipos que ese dinero hubiera
podido comprar. En el desequilibrado cerebro de estos personajes su credo está
por encima de la salud de los enfermos, de modo que quedan descolocados cuando
alguien que ha hecho fortuna (en este caso, hay que insistir, partiendo de cero
y cumpliendo con la ley) opta voluntariamente por regalar dinero; desean que los
que tienen mucho no donen para así poder señalarlos como unos egoístas
insolidarios.
También cabe otra deducción: leyendo
sus razonamientos se llega invariablemente a la conclusión de que estas
criaturas prefieren que el donante se gaste esos 300 millones en lujos varios
antes que en maquinaria de hospital (los equipos de diagnóstico y tratamiento
de cáncer que cada centro decidiera). Y por otro lado, en el supuesto de que
Ortega hubiera donado tal cantidad a la sanidad privada, ¿dónde hubieran puesto
el grito los fanatizantes elementos de esa asociación?, ¿qué no le hubieran
llamado?
Eso sí, estos mismos que creen más
importante mantenerse puros ideológicamente que salvar las vidas que estos aparatos
pudieran salvar, estarán encantados con los semáforos recientemente instalados
en Madrid, esos que muestran siluetas de personas del mismo sexo cogidas de la
mano; estas criaturas con cerebro invadido y ocupado por una ideología excluyente
piensan que estos semáforos van a solucionar todos los problemas de los
madrileños, convencidos de que los homosexófobos van a dejar de serlo en cuanto
vean esas figuritas verdes. En pocas palabras, existen individuos y colectivos
que dan mayor importancia a los gestos, las palabras, las posturas, los
dibujos, los nombres, la denominación de las cosas…, que a las acciones y los
recursos que benefician efectivamente a todos.
Lo que está en el origen de la posición
de esa asociación (y de otras similares) es su rechazo a que alguien lleve a
cabo acciones humanitarias voluntariamente, a que alguien haga uso de su
libertad, de su libre albedrío para hacer el bien al semejante. Este tipo de
personas odia la toma personal de decisiones, pues lo que ansían es que todo
esté predeterminado por el estado, que la persona no pueda decidir donar, sino
que esté obligada a ello por ley, que nadie pueda hacer uso de su libertad para
ser solidario, sino que sea una imposición legal.
La cuestión, en fin, se puede resumir
en una pregunta: ¿ese equipamiento rechazado mejoraría la actual situación e
incluso prolongaría la vida de los enfermos de cáncer?
CARLOS DEL RIEGO
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