El jugador de fútbol americano Colin Kaepernick permanece sentado mientras suena el himno de su país. |
Al explicar sus razones para adoptar
tal postura, el ‘quarterback’ de los San Francisco ‘49ers’ dijo que ni se
levantaba ni se mostraba orgulloso “ante la bandera de un país que oprime a la
gente negra y de color” (sic). El asunto es que el gesto del deportista ofende
a todos los estadounidenses, blancos y negros, oprimidos y opresores, poderosos
y débiles…, puesto que la bandera representa a toda la población, es decir, también
a los que al igual que él rechazan el racismo, y no sólo a los racistas a los que
pretende denunciar. Es decir, está generalizando, lo cual es esencialmente
injusto, falso y pueril.
Por otro lado, ni el país ni la bandera
ni el himno son racistas, es más, ni siquiera sus leyes lo son. O sea, quienes
creen en la superioridad racial no son esos símbolos, sino personas concretas (y
estúpidas) con nombre y apellido. El jugador demuestra con su desplante un
simplismo absoluto, un maniqueísmo primario y una gran cortedad de miras. Asimismo,
ese gesto no cuesta mucho. Si tantas ganas tenía de denunciar actitudes tan
indeseables como esas de corte racista de las que hablan a diario los
periódicos de Usa, podía haberse negado a firmar el contrato con su equipo,
demostrando de ese modo que no quiere jugar para divertir a un país que “oprime
a la gente negra y de color” (hay que señalar que su rendimiento deportivo no
ha dejado de descender en los últimos años, por no hablar de que enlaza una lesión
con otra); o también podría entregar cinco de los grandes a las familias de los
muertos por la brutalidad policial, pero no ha soltado ni un pavo de los
alrededor de cien millones que lleva embolsados. Pero claro, el chico está
dispuesto a comprometerse por la causa hasta un punto en el que no se pongan en
riesgo los beneficios que le proporciona “el país que oprime…”. Además, tampoco
tiene mucho reparo a la hora de gastarse la pasta en automóviles de lujo y
otros carísimos caprichos en ese “país que oprime…”. Un detalle interesante es
que Kaepernick (hijo de una pareja mixta) fue abandonado por su familia negra y
acogido por su familia blanca… Si de verdad fuera coherente (al igual que
muchos otros deportistas de allí que elevan la voz contra el país en el que
viven, trabajan y ganan millones), el ‘49er’ simplemente rechazaría todo lo que
de ese país procediera; dicho de otro modo, resulta de lo más hipócrita ofender,
menospreciar y acusar a una nación y a toda su población y, a la vez,
aprovecharse de todo lo que ella le proporciona. Algunos medios estadounidenses
sostienen que la cosa tiene su origen en la reciente conversión del deportista
al Islam… De todos modos, este tipo de grosería no es muy habitual por allí.
En España las cosas son distintas,
puesto que hay una gran parte de su población que odia sus propios símbolos
debido a que los identifica con la dictadura y el dictador (algo que a éste le hubiera
encantado). Por eso, partidos políticos con presencia en todo el territorio
jamás exhiben la bandera y sus líderes no se dejan fotografiar con una cerca; es
más, procuran no pronunciar la palabra España y la suplen con ‘el país’ o ‘el
estado’. Y por las mismas, hay muchos españoles que (de modo atenuado o
exaltado) han asumido el significado del grito antiespañol que a veces se
escuchaba por las calles madrileñas durante la II República: “¡Viva Rusia y
muera España!”. Debido a este sentimiento, los desprecios a la bicolor son muy
habituales e incluso hay quien lo ve casi como algo obligatorio, hasta el punto
de que el que la exhibe corre el riesgo de ser insultado e incluso agredido. Sin
embargo, a diferencia de Estados Unidos, lo de despreciar los símbolos patrios es
aquí más propio de ciertos sectores de la cultura y la política que del deporte;
y así, se pueden escuchar cosas como “no me siento representado por esa
bandera” o “jamás me he sentido español”, y ello a pesar de que esos colores
adornan todos sus documentos, y de que viven y prosperan gracias a lo que ella
representa: sus compatriotas, sus ciudades y territorios, sus instituciones,
sus ventajas, sus subvenciones…
¿Alguien recuerda cuando, durante un
acto oficial, un prominente político español se mantuvo repantigado en el
asiento al paso de la bandera de Estados Unidos? Aquel infausto personaje quería
dejar evidencia de su rechazo a la invasión de Iraq y al gobierno que la ordenó,
pero no se le ocurrió modo más inteligente para demostrarlo que hacerle un feo
a todos los estadounidenses, incluyendo a los que, como él, estaban en contra
de esa acción bélica. Unos pocos meses después la Armada Usa canceló un
contrato que tenía con unos astilleros españoles para construir varios buques
de guerra, barcos que al poco fueron encargados a Corea del Sur. ¿Tendría algo
que ver aquella ‘sentada’ (y otras groserías similares) con la anulación del provechoso
encargo?
El caso es que cuando se ofende a los
símbolos de un país se está ofendiendo de un modo general e indiscriminado,
injusto y simplón. Ocurre lo mismo con otras generalizaciones más escandalosas;
por ejemplo, todo biennacido se escandaliza cuando se produce un bombardeo
general e indiscriminado (como cuando se machaca una ciudad dominada por el
Daesh con víctimas en los hospitales y salones de boda), e igual sentimiento se
genera cuando el grotesco Donald Trump vocea que todos los musulmanes son
terroristas o que todos los mexicanos son violadores y asesinos. Pura, injusta
y falsa generalización. Igual que con los desaires a símbolos nacionales.
CARLOS DEL RIEGO
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