La más olímpica de las portadas. |
Es cierto que en las últimas ediciones
ha habido bandas y solistas que, encuadrables en el cajón del rock, han tomado
protagonismo en las ceremonias de apertura de los JJ OO, pero en realidad apenas
hay composiciones (en clave rock y que merezcan la pena) concebidas
específicamente para el más importante congreso multinacional que tiene lugar
en el mundo; por otra parte, algunas de las piezas que se han cantado en las
galas de inicio resultaron… prescindibles, como la de Bjork en Atenas 2004, un
tema amorfo e imposible de recordar o tararear. Igualmente, tampoco hay
demasiadas partituras escritas teniendo en cuenta el escenario olímpico; de
hecho, dentro del catálogo del rock el deporte en general ocupa muy poco
espacio. Y en cierto modo no deja de ser hasta lógica esta distancia entre uno
y otro universo, puesto que el uno basa su ser en lo físico y el otro en lo
espiritual.
Aún así, se pueden encontrar especies
más que interesantes en este terreno tan poco fecundo. Por ejemplo, nadie habrá
olvidado a Freddy Mercury y Montserrat Caballé en su ‘Barcelona’. La canción (grabada
unos cinco años antes de los juegos del 92) en sí no era muy allá (tampoco
estaba mal) y, además, es una oda a la ciudad y no contiene ninguna referencia
olímpica, pero la potente presencia y personalidad artística de ambos
personajes y ese engarce de voces convirtió aquel dueto en algo emblemático. Haciendo
memoria, de aquella cita barcelonesa también se puede recordar otro estribillo,
‘Amigos para siempre’, pieza compuesta por Andrew Lloyd Weber (el autor de
‘Jesucristo Superstar’ o ‘Evita’) en la que se alternan el inglés, el
castellano y el catalán, pero alude a la camaradería y la fraternidad universal
que, eso sí, indefectiblemente surge entre quienes tienen la suerte de tomar
parte en unos Juegos Olímpicos; también merece la pena rememorar a uno de sus
más dicharacheros y pintorescos intérpretes, Los Manolos.
Una canción escrita específicamente
para la cita olímpica es el ‘One moment in time’, que la malograda Whitney
Houston cantó para los Juegos de Seúl 88. Escrita por Albert Hammond (¿alguien
recuerda aquella de ‘Nunca llueve en el sur de California’?), el texto parece
surgir de la propia pista, pues son continuas las referencias al espíritu y
esencia de cualquier disciplina realizada bajo la bandera blanca con los cinco
aros. Así, el tema habla de valores propios del olimpismo como la superación, el
esfuerzo y el dolor, la importancia de dar el máximo en el instante oportuno,
la satisfacción de la medalla…, y lo expresa en unos versos con tanto y tan
inequívoco contenido como estos: “He luchado cada enfrentamiento para saborear
la dulzura (del triunfo), he afrontado el dolor, me levanto y caigo (…) Serás un ganador toda la vida si aprovechas
ese momento en el tiempo”. La cristalina voz de Whitney transmite esa idea del
momento cumbre, ese corto espacio de tiempo en el que se está a un suspiro
tanto del éxito como de la decepción; una experiencia (por otra parte) que más
del 99,99% de los mortales jamás sentirá.
Otra melodía estrechamente relacionada con
los juegos es el ‘Games witht frontiers’ de Peter Gabriel, que identifica el
escenario deportivo con el campo de batalla, y la propia competición con la
lucha armada, sin embargo, estos ‘juegos sin fronteras’ carecen de la maldad de
la violencia, puesto que equivalen a una ‘guerra sin lágrimas’. El vídeo
oficial incorpora imágenes de gimnastas de los juegos en blanco y negro, pero
también unas inquietantes escenas bélicas y de miedo a la guerra atómica; la
pieza posee una atmósfera dotada de una rara intensidad y un atractivo ritmo
premioso.
Pero tal vez sea la música de la
película ‘Carros de fuego’ (1981), de Vangelis, la que mejor ha captado la
esencia, la épica, la naturaleza mitológica del espíritu olímpico. La novelesca
historia de los velocistas británicos Eric Liddell y Harold Abrahams, que
alcanzaron la gloria en la cita de París 24, así como sus vidas y sus
circunstancias, sus entrenamientos, sus rivales, la competición… todo adquiere
una irresistible carga dramática con la imponente, majestuosa partitura que Vangelis
Papathanassiou escribió para este filme. Verdaderamente no podía ser de otro
modo: la obra del griego miró a los juegos a través del deporte olímpico por
definición, el atletismo, y al mirar a su interior vio la soledad de corredor,
su lucha interna, la muda relación con los rivales…, consiguiendo así la
creación musical que mejor encaja con la emoción de vivir (mirando o
participando) la heroica que contienen las carreras celebradas a la luz del
fuego sagrado.
Por último, parece oportuno recordar la
portada del álbum ‘Flesh & blood’ (de 1980, año de los Juegos de Moscú) de
los británicos Roxy Music, que muestra a tres chicas ataviadas a la usanza de
la Grecia antigua y a punto de lanzar la jabalina. Como en todo lo relacionado
con la banda de Bryan Ferry, esa cubierta tiene un halo de elegancia clásica, tan
clásica como los Juegos Olímpicos.
CARLOS DEL RIEGO
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