jueves, 25 de agosto de 2016

ÁRBITROS Y JUECES, LO PEOR DE LOS JUEGOS DE RÍO 2016. La primera cita olímpica sudamericana será recordada por las hazañas deportivas de sus protagonistas, pero también por los fallos de organización y, sobre todo, por los calamitosos errores de jueces y árbitros, que dejan en poco a aquellos.

Los australianos se quejan, con razón, de esta falta que pitaron a favor de España, aunque a lo largo del partido los árbitros se equivocaron mucho
en perjuicio de todos..
Justo al terminar los Juegos de Rio 2016 comenzó la XXXII Olimpiada, que terminará con los Juegos de Tokio 2020. La cita brasileña (como todas en realidad) dejará buenos y malos recuerdos; aquellos son cosa de los competidores, éstos son exclusivos de organizadores y árbitros. Las diferentes canchas han ofrecido al mundo asombrosas batallas deportivas. Los centelleantes sprints pusieron al mundo de pie, e igualmente los fondistas, saltadores, lanzadores…; fueron admirables la incontenible fuerza y ansia de triunfo de los tritones y las ondinas; los duelos en pista de tenis y bádminton resultaron agónicos, dramáticos; las proezas de los y las gimnastas obligan a preguntarse hasta dónde se puede llegar; emociones hasta el infarto en los choques en baloncesto y balonmano, elegantes y veloces kayaks deslizándose por el agua lisa o encrespada, poderosos levantadores (y levantadoras) de peso elevando al cielo cientos de kilos, luchadores dejándose la piel en la palestra… No cabe duda, en el plano deportivo Río 2016 ha dejado inolvidables estampas del más alto valor deportivo y olímpico.

El terreno de la organización, sin embargo, estuvo lleno de baches, socavones, zanjas. Se puede recordar el hecho de que dos días antes de la ceremonia de clausura no estaban instalados los carteles indicadores dentro y fuera de la villa olímpica; el pantalán instalado para la salida de la natación en aguas abiertas se lo llevó la corriente horas antes de iniciarse la prueba y hubo que improvisar; también los miles de metros cuadrados de gradas vacías que se vieron en todos los recintos debido a los precios elevados, la falta de información y unos transportes delirantes; los robos en las habitaciones de la villa olímpica (cientos, dicen algunos deportistas) y su deficiente o ausente de servicio de limpieza… No fue muy edificante el comportamiento del público brasileño con los rivales de sus compatriotas, y como imagen indeseada ahí queda el abucheo y las posteriores lágrimas del gran pertiguista francés Lavillenie; la conducta de gran parte de los aficionados locales es habitual en el campo de fútbol, pero  insólita en otros recintos, sobre todo en la pista de atletismo. 
        
También se puede hablar de horarios ridículos con apelotonamiento de pruebas (en natación, en tenis), problema que va en contra de los deportistas y que procede de la locura de embutir nada menos que 39 disciplinas, con todas sus distancias, modalidades, eliminatorias… en apenas dos semanas; esto es culpa del COI, que se ha convertido en algo así como un estado multinacional (mucho más que una gran empresa) del que viven miles de personas de dudoso mérito y que está por encima de las leyes; por ejemplo, hay que recordar que este comité no paga impuestos por los ingresos de los juegos al país organizador; ¡y qué decir de sus criterios para designar sedes olímpicas! Sí, el Comité Olímpico Internacional en poco se diferencia del patio de Monipodio.     

Pero peor, mucho peor, ha sido la prestación de jueces y árbitros en términos generales. Cierto es que los errores son inevitables, pero sí es evitable la actitud absolutamente soberbia, arrogante y chulesca de quienes están ahí como un mal necesario; y es que no terminan de entender que el resultado de la contienda deportiva no puede decidirse en función de que el del pito acierte o falle. Y ante esto no sirve ese argumento de que también los competidores fallan, puesto que la contienda la debe decidir la destreza o la torpeza del participante, no el parecer del juez; igualmente, cuando el atleta o el jugador yerra se perjudica a sí mismo y a su equipo, mientras que si el que mete la pata es el del pito arruinará a otros, nunca a él mismo. Es evidente que la figura del árbitro tiene que cambiar, sobre todo con la cantidad de ayudas electrónicas con que se cuenta actualmente, las cuales dejan en evidencia la miopía o mala fe de los que están ahí para velar por la equidad; no hay que olvidar que quienes tienen la última palabra en la pista están sometidos a las mismas debilidades que el resto de los mortales. En el parqué de balonmano y baloncesto se comprobaron errores garrafales, cambios de criterio,  decisiones incomprensibles y, en fin, perjuicios a unos y otros, a diestro y siniestro, es decir, sí que estuvieron ecuánimes en su torpeza: en general no miraron la camiseta a la hora de cometer sus innumerables dislates.  

Dos casos ilustran la calamitosa actuación de quienes están ahí para hacer cumplir la norma, y no se trata de situaciones en las que hubo que decidir instantáneamente… Por un lado está la escena que se vivió en el partido Nadal-Nishikori que valía el bronce; el asiático iba set arriba y 5-2 en el segundo, pero su rival le remonta y le empata, así que, con 1-1 se va al vestuario; lo normal es que un par de minutos después esté de vuelta, sin embargo, su ausencia se prolongó durante once minutos, y a su regreso el árbitro ni siquiera le amonestó verbalmente; llama la atención que se amoneste (el ‘warning’ conlleva multa) a un jugador por retrasarse unos segundos en el saque y se permita que otro se ausente durante once largos minutos…, la connivencia del juez principal es incuestionable. Todo el que sepa de tenis sabe que cuando la dinámica del partido es desfavorable lo mejor es romperla, ¡y qué mejor manera que interrumpir el partido todo lo posible! El japonés quebró la norma con el consentimiento del encargado de velar por su cumplimiento. El enigma es ¿qué hizo durante todo ese tiempo?; con la mitad hay para evacuar aguas mayores y menores, para ducharse y afeitarse, para ejecutar unas posturas de yoga, para aislarse, recapacitar y rearmarse mentalmente…, y si se trataba de problema médico no hay por qué irse de la pista.

El otro caso se produjo en el estadio. En la calificación de 5.000 femenino una fondista estadounidense tropieza con una neozelandesa y caen ambas; se levantan y, en un gesto de enorme valor olímpico, se ayudan mutuamente hasta que consiguen traspasar la meta, aunque muy lejos de los puestos de clasificación. Entonces, los jueces toman la decisión de calificarlas para la final esgrimiendo el argumento del valor olímpico… Un auténtico disparate, ya que no hay norma que señale que el comportamiento deportivo es una de las vías para alcanzar una gran final. Luego se les otorgó el premio correcto, la Medalla Pierre de Coubertin.

Sí, estos juegos serán recordados…

CARLOS DEL RIEGO


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