Los australianos se quejan, con razón, de esta falta que pitaron a favor de España, aunque a lo largo del partido los árbitros se equivocaron mucho en perjuicio de todos.. |
Justo al terminar los Juegos de Rio
2016 comenzó la XXXII Olimpiada, que terminará con los Juegos de Tokio 2020. La
cita brasileña (como todas en realidad) dejará buenos y malos recuerdos; aquellos
son cosa de los competidores, éstos son exclusivos de organizadores y árbitros.
Las diferentes canchas han ofrecido al mundo asombrosas batallas deportivas.
Los centelleantes sprints pusieron al
mundo de pie, e igualmente los fondistas, saltadores, lanzadores…; fueron
admirables la incontenible fuerza y ansia de triunfo de los tritones y las ondinas;
los duelos en pista de tenis y bádminton resultaron agónicos, dramáticos; las
proezas de los y las gimnastas obligan a preguntarse hasta dónde se puede
llegar; emociones hasta el infarto en los choques en baloncesto y balonmano,
elegantes y veloces kayaks deslizándose por el agua lisa o encrespada,
poderosos levantadores (y levantadoras) de peso elevando al cielo cientos de
kilos, luchadores dejándose la piel en la palestra… No cabe duda, en el plano
deportivo Río 2016 ha dejado inolvidables estampas del más alto valor deportivo
y olímpico.
El terreno de la organización, sin
embargo, estuvo lleno de baches, socavones, zanjas. Se puede recordar el hecho
de que dos días antes de la ceremonia de clausura no estaban instalados los
carteles indicadores dentro y fuera de la villa olímpica; el pantalán instalado
para la salida de la natación en aguas abiertas se lo llevó la corriente horas
antes de iniciarse la prueba y hubo que improvisar; también los miles de metros
cuadrados de gradas vacías que se vieron en todos los recintos debido a los
precios elevados, la falta de información y unos transportes delirantes; los
robos en las habitaciones de la villa olímpica (cientos, dicen algunos deportistas)
y su deficiente o ausente de servicio de limpieza… No fue muy edificante el
comportamiento del público brasileño con los rivales de sus compatriotas, y
como imagen indeseada ahí queda el abucheo y las posteriores lágrimas del gran pertiguista
francés Lavillenie; la conducta de gran parte de los aficionados locales es
habitual en el campo de fútbol, pero
insólita en otros recintos, sobre todo en la pista de atletismo.
También se puede hablar de horarios
ridículos con apelotonamiento de pruebas (en natación, en tenis), problema que
va en contra de los deportistas y que procede de la locura de embutir nada
menos que 39 disciplinas, con todas sus distancias, modalidades, eliminatorias…
en apenas dos semanas; esto es culpa del COI, que se ha convertido en algo así
como un estado multinacional (mucho más que una gran empresa) del que viven
miles de personas de dudoso mérito y que está por encima de las leyes; por
ejemplo, hay que recordar que este comité no paga impuestos por los ingresos de
los juegos al país organizador; ¡y qué decir de sus criterios para designar
sedes olímpicas! Sí, el Comité Olímpico Internacional en poco se diferencia del
patio de Monipodio.
Pero peor, mucho peor, ha sido la
prestación de jueces y árbitros en términos generales. Cierto es que los
errores son inevitables, pero sí es evitable la actitud absolutamente soberbia,
arrogante y chulesca de quienes están ahí como un mal necesario; y es que no
terminan de entender que el resultado de la contienda deportiva no puede decidirse
en función de que el del pito acierte o falle. Y ante esto no sirve ese
argumento de que también los competidores fallan, puesto que la contienda la
debe decidir la destreza o la torpeza del participante, no el parecer del juez;
igualmente, cuando el atleta o el jugador yerra se perjudica a sí mismo y a su
equipo, mientras que si el que mete la pata es el del pito arruinará a otros,
nunca a él mismo. Es evidente que la figura del árbitro tiene que cambiar,
sobre todo con la cantidad de ayudas electrónicas con que se cuenta
actualmente, las cuales dejan en evidencia la miopía o mala fe de los que están
ahí para velar por la equidad; no hay que olvidar que quienes tienen la última
palabra en la pista están sometidos a las mismas debilidades que el resto de
los mortales. En el parqué de balonmano y baloncesto se comprobaron errores
garrafales, cambios de criterio, decisiones incomprensibles y, en fin,
perjuicios a unos y otros, a diestro y siniestro, es decir, sí que estuvieron
ecuánimes en su torpeza: en general no miraron la camiseta a la hora de cometer
sus innumerables dislates.
Dos casos ilustran la calamitosa
actuación de quienes están ahí para hacer cumplir la norma, y no se trata de
situaciones en las que hubo que decidir instantáneamente… Por un lado está la
escena que se vivió en el partido Nadal-Nishikori que valía el bronce; el
asiático iba set arriba y 5-2 en el segundo, pero su rival le remonta y le
empata, así que, con 1-1 se va al vestuario; lo normal es que un par de minutos
después esté de vuelta, sin embargo, su ausencia se prolongó durante once
minutos, y a su regreso el árbitro ni siquiera le amonestó verbalmente; llama
la atención que se amoneste (el ‘warning’ conlleva multa) a un jugador por
retrasarse unos segundos en el saque y se permita que otro se ausente durante
once largos minutos…, la connivencia del juez principal es incuestionable. Todo
el que sepa de tenis sabe que cuando la dinámica del partido es desfavorable lo
mejor es romperla, ¡y qué mejor manera que interrumpir el partido todo lo posible!
El japonés quebró la norma con el consentimiento del encargado de velar por su
cumplimiento. El enigma es ¿qué hizo durante todo ese tiempo?; con la mitad hay
para evacuar aguas mayores y menores, para ducharse y afeitarse, para ejecutar
unas posturas de yoga, para aislarse, recapacitar y rearmarse mentalmente…, y
si se trataba de problema médico no hay por qué irse de la pista.
El otro caso se produjo en el estadio.
En la calificación de 5.000 femenino una fondista estadounidense tropieza con
una neozelandesa y caen ambas; se levantan y, en un gesto de enorme valor
olímpico, se ayudan mutuamente hasta que consiguen traspasar la meta, aunque
muy lejos de los puestos de clasificación. Entonces, los jueces toman la
decisión de calificarlas para la final esgrimiendo el argumento del valor
olímpico… Un auténtico disparate, ya que no hay norma que señale que el
comportamiento deportivo es una de las vías para alcanzar una gran final. Luego
se les otorgó el premio correcto, la Medalla Pierre de Coubertin.
Sí, estos juegos serán recordados…
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario