Esta es una de las ideas que han provocado la separación. |
Sí, hay varios protagonistas en esta disparatada
tragicomedia. Así, James Cameron, el principal culpable del problema, es lo que
se dice un imbécil, un tonto, un cantamañanas, un producto de la política de
partidos, la cual coloca en puestos máximos a auténticos majaderos. Y la prueba
de ello es que ha creado un problema, un enorme problema, donde no lo había,
pues no tenía ni la más mínima obligación de convocar un referéndum de tal
calibre. Pero Cameron (que ya estuvo a punto de propiciar la secesión de Escocia
y romper su país sin verdadero motivo) es lo que se dice un memo sin malicia y
sin dobles intenciones, un tontorrón ausente de astucia, sutileza o codicia…
es, en fin, un verdadero ‘inmaculate fool’ (¿alguien recuerda aquel grupo y su
éxito homónimo?), es decir un tonto perfecto, inmaculado. Y es que, a
diferencia del político artero y sibilino que siempre calcula las consecuencias
de sus actos, el modelo Cameron, el corto de entendederas, no piensa qué puede
pasar cuando habla o actúa, sino que simplemente lo hace, sin más: lo que le
parece una buena idea lo pone en práctica sin dar trabajo a la mollera. Esta es
una de las perversiones de los partidos políticos: que pueden lograr la proeza
de que un zoquete con menos cerebro que una alpargata se convierta en
presidente.
Su compatriota, el laborista Jeremy Corbyn, es otra
cosa. A pesar de que sus lugartenientes lo han dejado prácticamente sólo y
tiene tres cuartos de partido en contra, permanece impávido en su sillón como
si la cosa no fuera con él a pesar del batacazo recibido. Pero no se puede
esperar otra cosa de este caradura, vago (ni siquiera hizo el esfuerzo de
terminar sus estudios y echó la culpa de su abandono a ‘los profes me tienen
manía y el sistema es muy malo’), mediocre (no tiene ni oficio ni beneficio y
si dependiera de su mérito y esfuerzo sería un indigente), inútil (nunca ha
conseguido nada, absolutamente nada, sólo ha manifestado, proclamado,
posicionado, votado, intentado…, pero logros objetivos, nada), y cobarde (jamás
se ha atrevido a bajar de la limusina de la política y trabajar pie a tierra).
Es este otro modelo de político, mucho más experto en nadar y guardar la ropa
y, como auténtico catedrático en estas lides, conocedor de que para seguir en
el mundillo hay que resistir por muy mal que vengan dadas.
Como casi todos los que quieren independizarse, los
que despotrican de la Unión Europea desean mantener lo que los beneficia y
desprenderse de lo que los obliga. Tal ha demostrado Nigel Farage, uno de ultras
que han liderado la segregación británica, quien ha tenido la desfachatez de
presentarse en el Parlamento Europeo para defender su postura a la vez que exigía
que no se obligase a su país pagar aranceles y otras tasas comerciales como
corresponde a una nación ajena a la UE; así es como proceden otros
separatistas, que quieren mantener las ventajas pero librarse de
responsabilidades y deberes. Tal vez por eso los directivos europeístas han
instado a los representantes ingleses a que comuniquen su decisión cuanto antes,
y cuanto antes empiece la desconexión, ya que se temen la ambigüedad británica,
el “me voy pero no del todo” (igual que hacen con Gibraltar, que para unas
cosas es colonia, para otras territorio británico de ultramar y para otras
espacio soberano, según convenga). De hecho, ha pasado una semana y aun no han
comunicado oficialmente la resolución del pueblo británico, es decir, aun no
han solicitado su salida de la Unión. Lo que subyace en este tipo de
profesional del independentismo más populachero es el enredo y la manipulación,
hábitats que le resultan muy cómodos.
También ha demostrado el asunto del ‘brexit’ la coincidencia
entre las ultraderechas y las ultraizquierdas de toda Europa: sus métodos
siempre son los mismos, pero hay veces, como esta, en que también lo son sus
fines. Así, el populismo, xenofobia y nacionalismo extremos de los partidos más
carcundas y a la diestra en Inglaterra, Francia, Holanda, Italia (hasta Trump
lo celebra)…, se dan la mano con la eurofobia, el populismo y la demagogia de
los partidos más anti y a la siniestra en Grecia o España (aunque algunos cambien
de piel según requiera la ocasión, no vayan a perder sus nuevas poltronas).
También se calcan los extremos el recurso de echar la culpa de todos los males
de su país a los otros, al resto de Europa en este caso. E igualmente
concuerdan los ultras de uno y otro lado en presentarse como paladines de la
libertad, cuando en realidad todos ellos son profundamente liberticidas. Sí,
como escribió el genial y prolífico Pedro Muñoz Seca, ‘Los extremeños se
tocan’.
Por último parece evidente que un referéndum de
tanta trascendencia no debe decidirse por márgenes tan escuálidos como el que
ha arrojado este, pues un dos o tres por ciento es una ventaja ocasional,
circunstancial, coyuntural, de manera que en poco tiempo esa pequeña proporción
puede cambiar de opinión, con lo que la mayoría ya estaría en contra de la
decisión. Para tomar un camino que va a afectar de un modo tan determinante a
todo un país es preciso (o debería serlo) una proporción mucho mayor (por
ejemplo, dos tercios).
Sí, la cosa tiene múltiples lecturas.
CARLOS DEL RIEGO
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