Para evitar la tragedia de los refugiados no basta con poner parches, sino que hay que atacar la raíz del problema. |
La población occidental bienintencionada exige
acogerlos, a todos, bienvenidos sean cuantos vengan… Sin embargo, la cosa es
muchísimo más complicada, de modo que si se pretende hacer una análisis serio y
riguroso, así como buscar una solución, hay que tener en cuenta diversos
factores. En primer lugar es preciso asumir que nadie se va de su casa por
gusto (o casi nadie), lo que quiere decir que quien se pone en camino lo hace
obligado básicamente por dos causas: desastres naturales (hambre, sequía,
carencias de todo tipo y, en menor medida, catástrofes como terremotos o
inundaciones), o empujado por otras personas (guerra, opresión, fanatismo,
persecución…). Así, acoger sin más no deja de ser un parche, un arreglo de
emergencia, es decir, no es solución; hay que buscar y atacar la raíz del
problema, sólo así se logrará solventar (en lo posible) este mal. Además, la
emigración excesiva es terrible para el país emisor, pues pierde uno de sus principales
activos, sus jóvenes, que son quienes emprenden el camino; asimismo, la huida
de ciertos territorios significa el abandono de la tierra natal, con lo que no
sólo se produce sensación de desarraigo, sino que el territorio abandonado
terminará por desertizarse.
Si la causa es la naturaleza, ya sea en forma de un
entorno de pobreza generalizada y necesidades básicas, la solución no es llamar
y acoger o enviar dinero y recursos. Gobiernos y poblaciones del llamado primer
mundo suelen responden a los desastres
rascándose el bolsillo (con mayor o menor generosidad). Sin embargo,
todos esos cuartos no son más que un pequeño remiendo, de modo que podría
decirse que es tonto esperar a que se produzca la tragedia para poner en marcha
un apaño momentáneo. Lo que debería hacerse (y esto es sólo una opinión) es
invertir de una vez en los países que lo necesiten, es decir, reunir todo lo
que surja de la solidaridad de unos y otros, ya sean gobiernos e instituciones,
empresas y multinacionales o población en general, y destinarlo a paliar las
carencias estructurales de los países menos desarrollados; o sea, a construir
infraestructuras, poner en marcha fábricas y centros de producción (siempre
prestando atención especial al medio ambiente), potenciar y colocar en el
mercado internacional lo poco o mucho que cada país beneficiario pudiera
ofrecer: turismo, naturaleza, patrimonio… y, en fin, aquello que cada lugar de
este planeta tiene de único y especial. Si todo se hace con orden, el país
receptor terminaría por ordenarse, arrancará y tendrá un futuro. Claro que hay
que tener presente que toda iniciativa siempre estará a expensas de la voluntad
(buena o mala) de las personas…
Cuando el origen del éxodo es tan humano como la
guerra, la violencia fanática y la persecución del semejante que piensa
distinto, la solución será mucho más enrevesada y requerirá mucha colaboración
internacional, lo cual complicará todo, a veces hasta el absurdo. Por ejemplo,
actualmente (VI-16) la mayoría de los refugiados proceden de lugares donde se
han hecho fuertes los extremistas religiosos que han regresado a la Alta Edad
Media, volviendo la espalda así a siglos de avance social y de derechos.
Combatir esta especie de absolutismo mental y moral es extremadamente difícil,
y ello a pesar de que las pautas a seguir están claras y son de sobra conocidas:
primero ahogar financieramente a las organizaciones violentas, las cuales no
son difíciles de identificar, pues de eso se encargan ellas mismas; para ello
es preciso el aislamiento internacional de los paraísos fiscales (los que se
asumen como tales y los que parecen tener bula) que permiten los movimientos de
compra-venta de esas organizaciones criminales; asimismo es imprescindible la
vigilancia escrupulosa de terceros e intermediarios, ya sean gobiernos u
organizaciones, que buscan hacer negocio sin importarles con quién lo hacen y
cuya colaboración es fundamental para la existencia de las corporaciones
terroristas. En segundo lugar, la comunidad democrática internacional tiene que
imponer un mayor control a las fábricas y mercados de armas y suministros
indispensables para la guerra; en este sentido conviene recordar que el Daes
mostró hace unos meses una infinita hilera de camionetas nuevecitas que lucían
en su trasera el nombre de una marca japonesa, eran cientos y cientos,
cantidades que no están al alcance de un concesionario, es decir, sólo puede
suministrarlas la fábrica (ya sea directamente o a través de intermediarios). Y
por último, cuando las gentes con mentalidades ancladas en el Medievo sólo
dispongan de armamento y tecnología militar acorde con su pensamiento, es
preciso ayudar a las poblaciones autóctonas a perseguirlos hasta que la plaga
haya sido extinguida.
Es evidente que todo esto es teoría y que sobre el
terreno surgirían infinidad de imprevistos. Sin embargo, si es la naturaleza la
que obliga a marchar de casa y occidente pretende ayudar al refugiado, siempre
será mejor (en todos los sentidos) que la ayuda se utilice para construir antes
que para curar; en pocas palabras, es preferible proporcionar cañas y enseñar a
pescar que quedarse sólo en dar peces. Y si es el hombre el que es lobo para el
hombre, hay que enfrentarse a ello con voluntad y decisión, que siempre será
mejor que limitarse a recoger exiliados, la mayoría de los cuales, sin duda,
preferirían quedarse en su tierra.
CARLOS DEL RIEGO
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