Lo admitan o no, casi todos los guitarristas de rock han seguido el camino que abrió Scotty Moore. |
El gran público se quedará frío ante tal nombre,
pero el conocedor profundo de esto del rock, y no digamos el incondicional del
rockabilly y el r & r de los primeros momentos, recordará que se trata de
uno de los compañeros insustituibles de Elvis desde sus inicios hasta finales
de los sesenta; sí, todo adicto al género contestaría de corrido: ‘Scotty Moore
y Bill Black’, si le preguntaran quiénes acompañaban al rey ya en los años
cincuenta del siglo pasado.
Moore es uno de esos colaboradores imprescindibles
sin los que algunos nombres legendarios nunca hubieran alcanzado la gloria.
Esta figura es bastante habitual en el devenir de este estilo tan característico
de la segunda mitad del XX: los focos apuntan permanentemente al centro del
escenario, donde está el gran protagonista, y dejan en una discreta penumbra a
sus acompañantes; pero hay veces en que alguno de estos resulta ser algo así
como el brazo derecho del astro, de modo que sin aquellos, éste estaría
incompleto y, sin duda, no sería tan grande. Hay bandas en las que el
estrellato, aunque de modo desigual, está más repartido, ya sea porque la
faceta creativa es cosa de varios y así se reconoce, o porque el brillo de los
focos no ilumina sólo al gran figurón. Situación distinta es la de los
productores, quienes suelen ser artífices del modo final en que se presenta la
obra, es decir, el artista crea, pero luego es el productor el que moldea esa
creación y le proporciona la forma y el ornato con que llega al público; así,
aunque prácticamente desconocidos para los consumidores, estas piezas
esenciales en el proceso no suelen tener vocación ni posibilidad de convertirse
en astros de la música.
El gran Scotty Moore es perfecto para trazar el
perfil del gran artista que, aunque secundario, es tan indispensable como
brillante. Aunque parezca exagerado, él fue quien marcó las pautas por las que
se regiría la guitarra de rock en prácticamente todas sus ramas. Los solos
entre las estrofas que cantaba Elvis no sólo muestran un pasmoso virtuosismo,
sino que estaban explorando nuevos caminos que, a la larga, han sido los que
otros han recorrido y desarrollado desde aquellos últimos cincuenta del veinte;
en fin, a partir de ahora, cuando se vea o se escuche a aquel Elvis, sería de
justicia fijarse no sólo en la voz, sino en el toque y el punteo de Scooty y
degustar su magisterio. Su influencia en posteriores guitarristas ha sido
enorme, tanto que el mismo Keith Richards confesó que en los años sesenta todos
deseaban ser Elvis, pero él, en secreto, lo que anhelaba era ser como Scotty
Moore. En aquellos años publicó un sobresaliente álbum en solitario cuyo título
era de lo más elocuente: ‘La guitarra que cambió el mundo’. Fino, preciso, muy
talentoso, imaginativo…, Scotty Moore fue una gran estrella cuyo brillo siempre
quedó eclipsado por el hecho de estar muy cerca de una supernova.
Otro lugarteniente con un talento desbordante fue el
también desparecido Mick Ronson. Quien sabe de él lo reconocerá como el
guitarrista de David Bowie durante sus mejores años; sin embargo, este
excepcional guitarrista fue un lúcido creador de ambientes, un imaginativo
coordinador de instrumentos y sonidos, un productor y arreglista superlativo.
Así (por ejemplo), cuentan quienes estaban allí, que cuando Lou Reed mostró en
el estudio su fantástica canción ‘Perfect day’, apenas era un esbozo, un dibujo
de trazo esquemático que no dejaba entrever su potencial (de hecho, aseguran
que las canciones de Lou, antes de que fueran elaboradas, eran algo así como el
cuadro de la bici, es decir, no tenían ruedas, ni manillar, ni cadena…); pero
ahí estaba Mick Ronson, quien ideó los arreglos de cuerda (¡ese chelo pone los
pelos de punta!), la melodía que dibuja el piano y, en fin, el ambiente dramático
e inquietante que convierte ese ‘Día perfecto’ en una obra de arte que roza la
perfección. Asimismo, además de construir la pieza maestra de Lou Reed (el
álbum ‘Transformer’), este guitarrista superlativo dio forma también a algunas
de las mejores piezas y elepés de Bowie (entre otros gigantes del rock),
aportando no sólo el elegante sonido de su Gibson o su Fender, sino también su
clarividencia para concebir estilos, para moldear melodías, para convertir un
boceto en una obra maestra perfectamente acabada. Sin embargo, aunque esencial
para algunas grandes estrellas, siempre estará en un discreto segundo plano, y
sólo los más especialistas le tendrán la consideración que sin duda merece.
Asimismo, es preciso recordar su fabuloso álbum en solitario ‘Slaughter on 10th.
Avenue’.
Georges y Malcom Young serán eternamente los
hermanos de uno de los más icónicos héroes de la guitarra, Angus. Pero tanto
uno como otro son más, mucho más que los ‘hermanos de’. Georges, el mayor, ya
conocía el éxito con The Easybeats cuando el menudo solista de AC DC iba al
cole en pantalón corto… Luego, pasó al otro lado del escenario y se convirtió
en el artífice del sonido de la poderosa banda australiana, pues produjo sus
primeros ocho o diez elepés, dando forma a ese estilo inconfundible; luego,
animado por la fiebre de los ochenta, formó otro grupo, Flash & The Pan,
con el que también logró escalar listas; aun así, nunca dejó de estar detrás de
la banda de sus hermanos, y de las de muchos otros. Por su parte, el otro,
Malcom, que también participó en la construcción de la propuesta sonora,
entendió que su sitio estaba a un lado, así que dejó todo el protagonismo a
Angus…, y la cosa ha funcionado. El caso es que cuando hay que hablar de ellos
casi siempre hay referencia al hermano pequeño, lo que no quiere decir que Georges
y Malcom no atesoren méritos más que suficientes para ser considerados por sus
propias obras.
Hay más, claro, pero estos casos son perfectamente
ilustrativos de esa figura que roza la excelencia aun estando siempre a la
sombra. Por eso, es necesario reconocer el valor que sin duda tienen todos esos
actores secundarios de esta comedia que es el rock & roll.
CARLOS DEL RIEGO
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