El Premio Nobel no otorga el don de la infalibilidad. |
La diana principal de estos envenenados dardos ha sido
la organización ecologista Greenpeace (cuya postura al respecto parece, por
otro lado, un tanto cerril), pues no es otra la acusada indirecta pero
gravemente por los nobeles: “¿Cuántos pobres tienen que morir antes de que
consideremos esto un crimen contra la humanidad?”, termina la agitadora misiva.
Para empezar, resulta desconcertante la contundencia, el maniqueísmo y la
soberbia con que se han manifestado esos cien sabios; parecen estar incondicionalmente
convencidos de que ese producto industrial es la panacea, a la vez que presentan
a los ecologistas como unos pervertidos que desean el mal universal (esto
último puede traer indeseadas consecuencias); además, entre los que tienen tan
alta condecoración habrá gente honesta y sinvergüenzas, al igual que ocurre con
los pescaderos y los jueces, los taxistas y los cirujanos. Por otra parte, no
sería difícil citar a otros tantos científicos que proponen serias dudas acerca
de esa especie de maná. Puede añadirse que la opinión que sobre este asunto aporte
un Nobel de Literatura es respetable, pero irrelevante.
La polémica admite, evidentemente, no pocas
visiones. Es posible que los transgénicos sean alimentariamente válidos y muy
beneficiosos, aunque no ha transcurrido tiempo suficiente para comprobar sus
efectos a largo plazo. Sin embargo, la experiencia que se tiene hasta ahora es
que allí donde están plantados se han hecho con el entorno, es decir, han
terminado con toda biodiversidad. Y nadie ignora (aunque este ‘pequeño’ detalle
no se menciona en la susodicha carta) que quien usa ese tipo de semilla tendrá
que comprarla año tras año, siempre, pues como es sabido su fruto no produce
simiente válida para posteriores siembras. Esto sí que es una evidencia indiscutible,
y puede explicar los desesperados intentos del lobby GMO (organismos
genéticamente modificados) por prestigiar sus mercaderías.
Además, ¿alguien puede creerse que a Monsanto le
preocupa el hambre en el mundo?, habría que beber muchos litros de agua para
tragarse esa rueda de molino; nada de eso, lo único que pretende es obtener
beneficio, que es la única obligación de cualquier empresa. Bien puede
deducirse que, dado que a pesar de sus esfuerzos durante años no han conseguido
convencer al consumidor, las corporaciones dedicadas a la manipulación genética
de alimentos han optado por otro tipo de estrategias, en este caso buscar la
credibilidad de unos premios mundialmente conocidos para que proclamen las
bondades de su producto. Algo muy parecido
a lo que hace la firma de artículos deportivos cuando contrata a una
estrella del deporte para que publicite sus manufacturas.
También es preciso tener en cuenta que ser Premio Nobel
no significa estar en posesión de la verdad, es más, los que han recibido tal
distinción no son infalibles ni tienen necesariamente a la ciencia y la ética de
su parte. Por otro lado, algunos de esos laureles pueden ser considerados
dudosos; por ejemplo el de Obama, que fue distinguido con tal cosa a los pocos
meses de ocupar la Casa Blanca, o sea, sin haber tenido tiempo para hacer nada,
ni bueno ni malo, y cuyo principal mérito hasta ese momento era ser el primer
presidente negro de Usa. Asimismo no hay que olvidar que personajes tan oscuros
como Henry Kissinger también ostentan los honores de la Academia Sueca; por no
recordar las palabras racistas de James Watson, Nobel de Medicina y Fisiología en
1962, que venían a señalar que los negros son genéticamente menos inteligentes
que los blancos… No, los Premio Nobel no son espíritus puros ni lo que dicen es
dogma de fe.
Sea como sea, acusar a Greenpeace (una organización,
eso sí, más bien dogmática y adoctrinadora) de un cometer un crimen contra la
humanidad por oponerse a un producto industrial parece un disparate; es decir,
poner a dicha entidad a la altura de las SS o el KGB se antoja un exceso, un
esperpento. Y es que si más de cien personas con reconocido prestigio señalan
tan gravemente quiere decir que esos sabios han perdido la cabeza, o no han
leído lo que han firmado, o han sido convencidos con razones y/o propuestas que
no se pueden rechazar.
No se trata de oponerse dogmáticamente a la
biotecnología alimentaria, pero tampoco hay que exagerar y calificar de
criminales a quienes estén en contra; algo parecido ocurre con los más
fanáticos veganos, que tachan de asesinos a quienes degustan el chuletón y el
jamón. Del mismo modo, no se pueden presentar este tipo de productos como el
remedio definitivo contra el hambre en el mundo, ya que esta calamidad es
consecuencia de diversas causas (tiranías, estados desestructurados,
fanatismos, corrupción, codicia, violencia, o la propia naturaleza), no exclusivamente
de la agricultura.
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario