Ni esto, ni pancartas ni manifas son suficiente arsenal para detener la agresión |
¿Alguien puede imaginarse manifestaciones en
Varsovia con el lema ‘no a la guerra’ después de la invasión nazi de Polonia? ¿Quién
se creería que en Nueva York el pueblo saldría con pancartas con el ‘no a la
guerra’ después del bombardeo de Pearl Harbour? ¿De verdad existe el que piensa
que lo que habría que haber hecho en España en julio de 1936, después del
levantamiento de Franco, era echarse a la calle y exigirle al gobierno ‘no a la
guerra’? Si algo así hubiera sucedido los manifestantes habrían sido considerados
estúpidos traidores y tratados como tales; sin la menor duda y con toda la
razón.
Pues tal cosa ocurre en España y en otros países
donde existen fuerzas políticas que abominan del sistema occidental olvidando que
están ahí gracias a este sistema, olvidando que con otros sistemas ni siquiera
tendrían posibilidad de existir. El problema que parecen no querer ver esos individuos
que disfrutan de las ventajas de la democracia y que, a la vez, le niegan la
legítima defensa, es que Europa viene siendo agredida de modo salvaje desde
hace años, dicho más claro: está en guerra, distinta pero guerra. Asimismo,
bueno es recordar que los que se hacen estallar con un cinto de bombas y
ametrallan a la multitud no tienen por costumbre preguntar por ideologías o creencias.
Los del ‘no a la guerra’ creen poder resolver la
sangrienta cuestión mediante la palabra y el diálogo; sin embargo, tratar de
hablar con los del C-4 y el Kalashnikov es básicamente un disparate, puesto que
si un gobierno legítimamente constituido se sienta a negociar con unos
criminales les está suponiendo una legalidad democrática de la que,
evidentemente, carecen; es decir, solamente el hecho de proponer reunirse de
igual a igual con esa pandilla de terroristas (descerebrados y drogados) significa
colocarla a la misma altura que las autoridades surgidas de la voluntad popular
,y además, se les está transmitiendo el mensaje de que sus métodos, por muy
sangrientos y brutales que sean, son válidos y admisibles por el resto del
mundo.
Asimismo se puede deducir que los que salen a la
calle a gritar ‘no a la guerra’, de algún modo están expresando un
posicionamiento más cercano al totalitarismo que a la libertad. Por ello, los
pancarteros buenistas y vocingleros estarán difundiendo el mensaje de que no se
debe combatir a quienes son la máxima expresión del machismo y la homosexfobia;
igualmente, los europeos que exigen resignarse, aceptar las masacres y poner la
otra mejilla parecen apoyar la religiosidad fanática y violenta…, cuando por
estas latitudes proclaman continuamente lo contrario con mucho menos motivo.
Los abanderados de la mansedumbre suelen argumentar que las políticas y
acciones de occidente obligan a actuar a los asesinos, un razonamiento más
falso que un euro de madera, puesto que, por un lado, muchos de los asesinos
nacieron y crecieron en Europa sin agobios económicos e incluso sin el menor
interés por el Islam hasta el último momento; y por el otro, no hay que olvidar
que más del noventa por cien de las víctimas de los degenerados islamistas son
musulmanes, que son quienes tienen más a mano, más cerca del cuchillo; esto
quiere decir que, en realidad, sólo tienen un objetivo: matar.
Salir a vociferar ‘no a la guerra’ (en las actuales circunstancias,
no en otras anteriores) es una situación descabellada, como si un perro rabioso
fuera mordiendo a diestro y siniestro y el que está en casita, a salvo, se
desgañita e increpa a todos que se deje en paz al pobre animal, que nadie lo
toque, que nadie se atreva a defenderse.
Cuando esa postura buenista, traidora y estúpida
llega a su cima se producen circunstancias como la que acaba de vivirse en Bruselas,
donde un solo terrorista fugado ha tenido asediada a toda la ciudad durante
varios días…; es algo tan tragicómico que recuerda un episodio de Astérix,
concretamente el titulado ‘El regalo del César’: Astérix se ha subido a una
torre de asedio para espiar a los romanos; un legionario que lo descubre, grita
“¡Hay un galo en la torre de asedio. Estamos asediados!”, a lo que el centurión
responde “Calma, tenemos víveres para resistir mucho tiempo”.
Sea por miedo, por buscar una postura falsamente
bondadosa, por cobardía o por un erróneo sentimiento de culpa, el ‘no a la
guerra’ se antoja escasa defensa cuando estallan las bombas en la discoteca
durante un concierto (el rock se ha convertido en uno de sus objetivos), en la
estación o en la redacción de una revista. Y tal postura puede conducir al
esperpento de que un solo terrorista ponga de rodillas a ciudades o países.
Ah!, y ¿por qué no llevan a Siria la pancarta y la
manifa?
CARLOS DEL RIEGO
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