Por increíble que parezca, hay quien piensa que a estas bestias se las puede derrotar con diálogo |
En España, al primer modo de pensar (el de la
solución exclusivamente verbal) pertenecen mayoritariamente los partidos de
izquierda ‘inmoderada’, los antisistema, los populistas. De este modo, voces de
estas corrientes de pensamiento exponen como solución el diálogo, la educación,
el envío obligatorio de ayuda (sobre todo económica), la apertura total de
fronteras… En este barco viaja la alcaldesa de Madrid (que parece tan escasa de
luces como si su segundo apellido fuera Zapatero) ha declarado sin rubor que “en
lugar de bombardear a Daesh hay que hablar con él”…; ¿se ofrece esta señora
para ir a hablar con los que degüellan, queman, lapidan, mutilan?... ¿Y qué se
puede decir de su colega de Córdoba, que guardó un minuto de silencio por las
víctimas y otro por los verdugos? Analizando la cosa, resulta ciertamente
difícil, en realidad imposible, dialogar con un ladrillo, que es a lo que
equivale el cerebro de un fanático dispuesto a detonar un cinturón de explosivos:
no hay debate, no hay razón o argumento que tenga la mínima posibilidad de
convencer a quien va a suicidarse y sólo tiene el deseo de llevarse consigo
cuantas más víctimas mejor. Volviendo la vista atrás, ¿de verdad alguien piensa
que diálogo y diplomacia hubieran frenado a los nazis?
Lo de la
educación suena a broma, puesto que educar en territorios del islamismo bestial
es adoctrinar en las madrasas, donde se manipulan mentes infantiles y
adolescentes con el fin de que estén listas para el sacrificio. Quien piense en
la educación allí ha de empezar por hablar de derechos y libertades de la
mujer, de los homosexuales, de los ateos…, reivindicaciones a las que no está
dispuesto ni siquiera el islam menos extremo; de este modo, ¿quién se ofrece
voluntario para ir allí a educar según valores y derechos democráticos? Por
otro lado, muchos de los que hacen estallar las bombas en medio de la multitud
proceden de familias de clase media, han sido educados en los mismos colegios
que los autóctonos y viven económicamente desahogados; o sea, no llegan al
aquelarre terrorista desde la pobreza y la marginalidad. Algunos expertos
apuntan a que la caída en ese pozo negro se produce cuando el joven (de segunda
o tercera generación en el país de acogida) se desconcierta al tener su vida en
un sitio al que no acaba de adaptarse, mientras sus raíces, tradiciones,
creencias y cultura están a miles de kilómetros; llegado un momento sienten el
inevitable impulso de escoger, de tomar partido…
Lo de las ayudas económicas sólo serviría para que
se llenasen los bolsillos las autoridades y todo el entramado dominante en el
país receptor…, como viene demostrándose desde hace décadas cada vez que se
entrega dinero a un país. En este sentido parece apropiado preguntarse si hay
que enviar ayuda, condonar deuda, 'prestar' dinero a fondo perdido, acoger a
todo el que se presente y proporcionarle casa, sustento, sanidad…, todo ello
¿sin exigir nada a cambio?, ¿sin pedir ninguna contraprestación?, ¿sin al menos
una declaración de intenciones?; ¿es obligatorio darles todo eso a la vez que ellos
evitan a toda costa integrarse en la sociedad que los acoge?; ¿no hay que reclamarles
una mínima aceptación de la sociedad que les abre sus puertas?
Es verdaderamente curiosa y digna de estudio, por
otra parte, la manera de entender el asunto terrorista que muestran algunos presuntos
ideólogos. Así, muchos de los que casi exculpan a los salvajes matarifes se
autoinculpan e inculpan a toda la sociedad occidental, y se dan golpes en el
pecho diciendo: “algo habremos hecho para obligar a esta buena gente a venir a masacrarnos”.
Tan injusta e inexacta reflexión procede de la incomprensible culpa que esos
caletres sienten por pertenecer a una sociedad que evoluciona (sobre todo en el
terreno del pensamiento) y prospera (de modo imperfecto y mejorable) mientras
la de aquellos desgraciados sigue anclada en la Edad Media. Como si los
culpables de este anacronismo fueran los que han promulgado los Derechos
Humanos o extendido la Democracia.
En fin, nunca se consiguió derrotar al agresor con
diálogo, buenas palabras y flores en las manos. La Historia muestra abundantes
ejemplos de que sólo los fusiles pueden enfrentarse a los fusiles.
CARLOS DEL RIEGO
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