El saxo es brisa o huracán dorado para cualquier partitura. |
Adolfo Sax, belga él, inventó hace algo más de dos
centurias un instrumento de viento a partir de los existentes (flautas,
clarinetes). El caso es que con el paso de los años su idea pasó a integrar la
panoplia instrumental de todo tipo de géneros musicales. Y llegado el momento,
desde el primer instante, el rock & roll supo aprovechar la capacidad comunicativa
del retorcido artefacto dorado…, como antes habían llegado a la misma
conclusión el jazz o el blues. Y es que,
sin duda, se trata de un instrumento tan versátil que puede enlucir y dar
lustre a cualquier ambiente; o sea, vale para todo: ya sea para proporcionar el
aire festivo al circo o para acelerar los corazones en una inquietante escena de
una peli de terror, para elevar el termómetro de la atmósfera tórrida de una
secuencia subida de tono o para sugerir serenidad total. Sí, el saxófono (el vocablo
más español) puede sonar fuerte o dulce casi a la vez, y cuando uno se imagina
el jazz, el soul, el blues, aparece la figura de un saxofonista negro. Por
ello, instrumento tan vibrante y con tanto potencial expresivo no podía quedar
fuera del escenario del rock & roll, género al que proporciona
personalidad, carácter.
¿Canciones con saxo?, innumerables. ¡Cómo no
recordar el maravilloso tono del ‘Take five’ de Paul Desmond para el grupo de
Dave Brubeck!; sí, es jazz, pero no hay oído que se le resista. ¿Y la explosiva
y deslumbrante docena de notas que componen la melodía ‘Baker street’ de Gerry
Raferty?, ese impetuoso son sólo precisa una escucha para convertirse en un
símbolo ‘saxual’.
Ya dentro del universo del rock no se puede olvidar
al grupo estadounidense Morphine, que sólo tenía sección de ritmo y saxo. Sin
embargo, a pesar de que el rock no precisa ese metal para ser lo que es, no
cabe duda de que numerosísimas piezas adscritas a este estilo han elevado su
intensidad, su poder de sugestión, su grado de apasionamiento, cuando el viento
se libera por esa redonda y áurea boca siempre abierta.
Aquí va un pequeño recorrido por unos pocos títulos
enriquecidos con saxos. Alegría y vitalidad, diversión, irrefrenable felicidad
juvenil es lo que contagia el vertiginoso ‘One step beyond’ de los siempre
estimulantes Madness; aquí el saxo lleva la voz cantante, es el solista…, y su
voz pone a todo el mundo en marcha, inevitablemente. Por el contrario, el ‘Us
& them’ de Pink Floyd propone un ritmo calmo en el que el instrumento
acompaña y acaricia la melodía, sutilmente, elegantemente; incluso cuando la
intensidad vocal aumenta, el aparato no abandona el tono ligero y delicado. Los
Rolling Stones (a diferencia de The Beatles, que recurrieron muy poco al
saxofón) le otorgaron mucha presencia en sus canciones; así se pueden recordar
las dos virtuosas intervenciones que hizo el gran Sonny Rollins en su ‘Waiting
for a friend’, al que aporta un toque de clase delicioso. Supertramp, que tenía
saxofonista en nómina, le da mucho primer plano; en su ‘Logical song’ hay una
entrada ‘saxofónica’ rabiosa y desabrida que transmite gran excitación, sin
embargo, segundos después se vuelve suave para arrullar la melodía. Incluso los
casi olvidados King Crimson ya tiraron de saxo en los últimos sesenta del siglo
XX: en su iniciático ‘21st Century schizoid man’ pintan con tonos
sorprendentemente jazzísticos una pieza rasposa y salvajemente sicodélica (en
su álbum ‘Islands’ también muestran usos increíbles para este chisme). Del
torbellino de la ‘new wave’ estadounidense sobresale la dulzura infinita del
apasionante solo que incluye el precioso ‘Total control’ de The Motels, que
dibuja una melodía bellísima, un toque primoroso que parece flotar en el éter.
Pero para solo emblemático ahí está la fina
pincelada que se escucha al final de la no menos simbólica ‘Walk on the wild
side’ del ya desaparecido Lou Reed. Como todo seguidor del rock sabe, el tema
invita a adentrarse por el camino más animal, más salvajemente sexual, sin
embargo, cuando el saxo avanza al primer plano, da la impresión de que desaparece
toda tensión. Sobre todo cuando suena la versión de estudio (producida por
Bowie, quien, dicen, aprendió a tocar el saxofón con Ronnie Ross, el que se
encarga de soplar en esta canción), todo el mundo está esperando la voz del
saxo: es una de esas canciones que nadie se atreve a quitar hasta que esa brisa
de oro deja de suspirar.
¡Y quién puede resistirse al poder que transmite el
gigantesco Clarence Clemons cuando Sprignsteen le daba paso! (cosa que era muy
habitual). Entre los muchos solos con los que engalanó las composiciones de
Bruce, sobresale el estremecedor que regala en ‘Jungleland’. Tarda en aparecer
(hay que esperar casi hasta el minuto cuatro), y lo hace con una nota sostenida
con la que parece pedir la palabra (sobre todo en el original del Lp ‘Born to
run’); los bramidos ponen los pelos de punta, hasta el punto de que el propio
Jefe se vuelve espectador entusiasmado ante el vehemente despliegue de
emociones que era capaz de revelar este tipo tan grande…, de cuerpo y de
talento. Cuando Clarence daba un paso adelante todo el mundo sabía que iba a
pasar algo excitante.
Su inventor nació hace más de doscientos años y presentó
en sociedad su aparatoso ingenio hacia 1846. Hoy es un imprescindible en
formaciones musicales de todo pelaje e intención, tal es su aptitud para
irradiar emociones y sentimientos. Bien puede defenderse la idea de que el saxo
es algo así como la materialización del ‘feeling’.
“No toques el saxo. Deja que él te toque a ti”,
dicen que dijo aquel monstruo de la música llamado Charlie Parker.
CARLOS DEL RIEGO
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