Cuesta creer que aun haya gente persuadida de que esto fue un colosal y multitudinario montaje, a pesar de que todos los 'indicios' de esta leyenda urbana han sido refutados con pruebas concluyentes. |
Era noviembre de 1969 cuando se llevó a cabo el
segundo viaje a la Luna. El primero todo el mundo lo recuerda o, al menos, sabe
de él, sin embargo, no son pocas las personas que desconocen que hubo un
segundo, y un tercero, cuarto, quinto y sexto alunizaje. A pesar de ello, sigue
contando con muchos convencidos la teoría conspiratoria, la que niega que algún
terráqueo haya puesto sus pies en el satélite. Cuesta creer que existan
criaturas que sólo necesiten escuchar las ‘razones’ que esgrime cualquiera, en
la barra del bar, en la oficina o en la mesa, para creerse a pies juntillas que
fueron un pérfido montaje los logros de los Apolo 11, 12, 14, 15, 16 y 17 y
que, por el contrario, no tengan en cuenta los argumentos expuestos por
científicos y estudiosos del tema; debe ser que hay quien encuentra
irresistible lo de creerse en el ajo, lo de saber algo que los demás no, para
así poder mirar por encima del hombro a quienes, según ellos, se han tragado la
bola. Sea como sea, hay que ser un poco testarudo para mantener la convicción
de la conjura a pesar de todo lo que todos los especialistas han manifestado.
Los ‘indicios’ que esgrimen los empeñados en la
teoría del complot han sido rebatidos infinidad de veces, a pesar de lo cual siguen
presentándose como pruebas concluyentes. No es, por eso, cuestión de ir enumerando
esas supuestas pruebas para ir refutándolas una por una. De todos modos, hay diferentes
versiones: está quien afirma que sólo el primer viaje está en duda, no los
siguientes, ante lo cual cabría preguntarse, ¿por qué harían un montaje tal si
sólo cuatro meses después fueron de verdad?; otros sostienen que sí llegaron,
pero que el vídeo se rodó en un estudio (una de las señales que apuntan como
evidencia es que el viento mueve la bandera…, como si en los estudios hiciera
viento); también están los que apoyan su posición incrédula en las fotos, las
sombras y distancias de los objetos o en algunas veladuras…, sospechas que han
sido explicadas (cualquiera puede encontrar esas explicaciones) por activa y
por pasiva. ¿Y por qué no se ven estrellas?, preguntan algunos persuadidos de
la conjura sin tener en cuenta que la respuesta es de lo más simple: porque es
de día y, entre otras causas de carácter fotográfico, porque la superficie de
la luna refleja muchísima luz.
Se podría continuar revisando todos los motivos de
desconfianza, pero sería repetir una vez más lo expuesto hasta la saciedad. Por
eso es más oportuno presentar otras líneas de razonamiento. Aquí van tres.
Pocos años después de la desintegración de la Unión Soviética, varios de los
especialistas que habían trabajado en los diversos proyectos espaciales
soviéticos (incluyendo el ingeniero Vasily Mishin, quien había sido el brazo
derecho de Sergey Koroliov, el genial diseñador de cohetes y naves como Sputnik
o Vostok) contaron cómo habían seguido la trayectoria del Apolo 11 desde el
momento del despegue hasta el amerizaje con todos los instrumentos con que contaba
su avanzada tecnología aerospacial; además, tal y como confesó uno de ellos, si
hubieran tenido la más leve sospecha de fraude lo hubieran proclamado a los
cuatro vientos para, así, demostrar la ‘perfidia del capitalismo’. Sin embargo,
reconocen no les quedó más remedio que asistir en butaca de primera clase a
aquel primer viaje a la Luna, cuyo éxito significó el abandono del proyecto que
la URSS tenía en marcha para poner un hombre sobre su superficie antes que
nadie. Por tanto, si los máximos enemigos de todo lo estadounidense corroboran
sin el mínimo atisbo de duda aquel primer viaje… Ah!, y ya en el presente siglo
sondas de Japón, India y China (que tiene programa espacial propio) han
fotografiado el suelo selenita (con resolución de hasta 1,5 metros), mostrando las
huellas y restos de los alunizajes. Como curiosidad puede añadirse que los
familiares de Gagarin y Komarov (héroes soviéticos del espacio) entregaron a
Neil Armstrong pequeños recuerdos de sus fallecidos para que los llevara con él
en su aventura.
Otro argumento. En la odisea del Apolo 11 (al igual
que en las demás) tomaron parte directa cientos, tal vez miles de técnicos y
especialistas, destacados expertos en las múltiples disciplinas que la magnitud
del proyecto requería: en las fotos y grabaciones del control de Tierra se ve
una auténtica multitud. Así las cosas, en caso de que todo hubiese sido trola, una
de dos, o todos esos técnicos participaron en el fraude o todos ellos fueron a
su vez engañados; si es que tomaron parte en la farsa resulta difícil pensar
que, tras tantos años transcurridos, ninguno haya sucumbido a la tentación de
desmontar todo el tinglado, de hacerse rico y famoso e incluso ser considerado
un héroe a escala planetaria…; por el contrario, si ellos, las máximas
autoridades mundiales en cada especialidad, fueron víctimas de la estafa, cabe
preguntarse ¿quién sabría más que ellos para poder falsear todos los datos y de
este modo burlar su pericia y experiencia? En cualquiera de los dos casos…
Y otro más. No hay astrónomo, astrofísico, estudioso
del cosmos o científico de cualquier rama del saber que vacile a la hora de dar
como hecho evidente cada una de aquellas asombrosas aventuras. De este modo,
puede tenerse como irrelevante (incluso calificarse de ignorante) la opinión de
gentes absolutamente ajenas a los verdaderos entresijos del asunto.
No puede dejar de mencionarse el curioso falso
documental francés ‘Operación Luna’ (2002), el cual cuenta con entrevistas a
grandes personalidades que parecen explicar cómo se construyó el supuesto embuste;
la filmación de éste habría sido dirigida por el aclamado director Stanley
Kubrik; sin embargo, al final de la película se desvela entre risotadas que
todo ha sido una chanza, e incluso salen algunas divertidas tomas falsas. Por
cierto, cualquier aficionado al cine se sorprenderá al darse cuenta de que muchos
de los ‘testigos’ que aparecen en esta inocentada (se estrenó el día de los
inocentes en Francia) se llaman igual que personajes emblemáticos de pelis de
Kubrik y Hitchcock.
Bromas aparte, nadie en su sano juicio puede
defender esta leyenda urbana. Atreverse a tal cosa equivale a dárselas de saber
más que nadie, de ser más experto y conocedor del tema que todos los
profesionales que corroboran la veracidad de aquellos asombrosos viajes
espaciales.
CARLOS DEL RIEGO
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