Hay personas que, como las sardinas, sólo se sienten felices y seguras en medio de la multitud. |
La
estrategia se ha utilizado infinidad de veces: “Cien millones de personas no
pueden equivocarse”, “visto por cincuenta millones”, “ha vendido cinco millones
de ejemplares”… Este modelo de reclamo propagandístico tiene un enorme éxito,
pues de modo tácito (aunque a veces explícitamente y con todas las letras) viene
a decir al receptor que si no entra en esa masa, si no forma parte de esa
multitud, estará marginado, señalado, anticuado… Tal es el propósito de los
arteros muñidores del mensaje a divulgar: conseguir que el consumidor entienda y
asimile que o compra el producto en cuestión o será una especie de peligroso
inadaptado, un tontorrón que no se entera.
Sin
embargo lo que predomina es lo contrario, o sea, que el individuo vaya corriendo
voluntariamente a integrarse en el rebaño, no por temor a quedarse atrás, sino
por terror a verse fuera de la mayoría…, como las sardinas que se sienten
inevitablemente atraídas por el anonimato y la seguridad del banco (donde pasan
desapercibidas), y perdidas lejos del mogollón.
Y
lo curioso es que hay veces que las cosas no pueden presentarse más
contradictorias, como en el caso de las modas en el vestir. Muchos llevan o han
llevado pantalones muy caídos pensando que así están manifestando una postura
inconformista, contestataria, cuando en realidad lo que hacen es sumarse a la
mayoría, ya que la mayoría conformista y manejable es la que sigue la moda
ciegamente. En este terreno de la vestimenta se ven verdaderos desacatos cuando
la persona se suma invariablemente a la actualidad textil sin importarle si le es
apropiada o si le sienta como un martillazo en el dedo; así cincuentonas
rechonchas con muslos de levantador de pesas que lucen ropa apretada y escasa y
piercing-grano en torno a la boca, así hombres cercanos a la jubilación que van
tan ufanos en camiseta de tirantes y luciendo una escuálida y forzada coleta, la
cual no es sino un pequeño haz trenzado con las últimas pilosidades que quedan
en los laterales de su cráneo. ¿Por qué se aderezan y endomingan de tal guisa?,
para estar a la última y así sentirse dentro del rebaño, o para verse joven e
incluso atractivo, aunque los resultados objetivos sean muy distintos a los que
percibe en el espejo (viene al pelo la anécdota de la niña que, observando a la
señora pintarse, peinarse y retocarse durante horas, le pregunta que para qué
lo hace, y la dama responde que para estar más guapa, a lo que la chiquilla
replica ¿y por qué no lo estás?). Pero cuidado, todo quisque tiene derecho y
legitimidad para cubrirse y adornarse como le venga en gana aunque vaya hecho
un adefesio, aunque cause risa o vergüenza ajena (y por eso lo de ‘ande yo
caliente…’).
Lo
verdaderamente pernicioso es la mella que hacen aquellos señuelos casi
intimidatorios entre los más vulnerables, niños y adolescentes (por cierto, hay
mentes adolescentes con 30 años), que necesitan sentirse integrados, que
precisan formar parte de algo y que, por tanto, caen fácilmente en las
artimañas e insidias audiovisuales de los maestros de la manipulación de masas,
que convierten así al joven en presa fácil de convencer; y además, en caso de
que el producto anunciado sea inaccesible, su campaña de márketing puede causar
angustia y sentimiento de marginación (esto se produce, sobre todo, con los
dispositivos electrónicos y las marcas, de manera que unos meses después de la
compra el chaval ya está reclamando el nuevo modelo, obligado por la coacción a
que le somete la propaganda comercial). En fin, que el quinceañero (tenga la
edad que tenga) sólo se sentirá bien dentro del hormiguero, y para formar parte
de la mayoría no tendrá inconveniente en obedecer y confundirse así con el
resto de las obreras.
Desgraciadamente
la amenaza de quedarse fuera de la manada surte un poderoso efecto, cosa que
conocen a la perfección los estudiosos de la ciencia desarrollada y modernizada
por Goebbels, que consiste en convencer a la gente de que necesita lo que no
necesita y de que su única posibilidad es incorporarse a la tropa.
CARLOS
DEL RIEGO
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