Ian Curtis, el malogrado cantante de Joy Division. |
La historia de la música pop y
rock está plagada de artistas muertos prematuramente; según un estudio
publicado hace unos años, más de mil músicos y cantantes de renombre dentro del
universo rock dejaron este mundo antes de tiempo. Las causas son variadas,
aunque una importante mayoría se fueron a causa de los excesos, drogas y
alcohol sobre todo; accidentes de todo tipo, asaltos, suicidio, enfermedades y
desgracias varias completan la larga lista de ‘pretextos’ utilizados por los
muertos del rock para irse (el último en incorporarse a ella es Reg Presly, de
The Troggs, que dejó para siempre ‘Wild thing’ y ‘Love is all around you’,
entre otras). Durante los años del punk y siguientes cundió la frase “vive
deprisa, muerte pronto y tendrás un cadáver bien parecido” y, desgraciadamente,
tanto antes como después de acuñarse dicha consigna muchos siguieron el
consejo, la mayoría sin pretenderlo. Brillaron mucho durante muy poco tiempo y
con eso les sirvió para tener un cadáver (o sea, un recuerdo) siempre cargado
de atractivo. Pero también hay otro tipo de caídos por la causa, están los que
vivieron una vida de estrella sobre el escenario y de padecimientos y
calamidades lejos de los focos, como Roy Orbison e Ian Dury, y también los que
apenas tuvieron tiempo de brillar en vida pero se convirtieron en iconos tras
su adiós definitivo, pues fue entonces cuando se entendió y difundió su valía,
como Ian Curtis, de Joy División.
Roy Orbison (1936-1988) estuvo en
esto del rock desde el primer momento, pues fundó su primer grupo con apenas 13
años y en 1956 (cuando el rock atisbaba su primera luz) ya saboreó el éxito con
‘Ooby dooby’. Durante los cuarenta años que estuvo en el escenario (con mayor o
menor repercusión pero siempre con gran reconocimiento de otros artistas) Roy
regaló rock & roll y rockabilly, pop, rock y canción melódica con una clase
excepcional, con un gusto delicioso, un estilo inconfundible y una voz alta,
fina y cristalina. ‘Only the lonely, ‘Oh pretty woman’ o ‘You got it’ son
algunos de sus muchos títulos imperecederos. Aquejado de problemas en la vista,
Roy vivió los años sesenta entre el triunfo profesional y la catástrofe
personal: en el 66 su primera mujer murió en accidente de tráfico y poco más de
dos años después se incendió su casa mientras él estaba de gira, muriendo entre
las llamas dos de sus tres hijos, uno de nueve y otro de seis años. Su familia
se desintegró pero él siguió poniendo buena cara (el espectáculo debe
continuar) hasta que a finales de los ochenta, cuando había vuelto al
estrellato (dentro del supergrupo Travelling Wilburys), el corazón le falló. En
diciembre de 1988, tras cumplir su agotadora agenda promocional en la que quedó
patente su deteriorado aspecto, murió de un fulminante infarto.
Ian Dury (1942-2000) lo tuvo mal
desde niño. Contrajo la polio a los siete años cuando se bañó en un estanque
contaminado; tras larguísima convalecencia se quedó raquítico y con brazo y pierna
izquierdos casi paralizados. Como solía ser, padeció todo tipo de burlas, acoso
y maltrato en todos los colegios donde fue matriculado, donde sus compañeros lo
tenían como al último mono; en los internados el pobre Ian debió pasar las de
Caín, recibiendo palos y humillaciones a diario por ser el más débil y el de
más fácil menosprecio. Todo ello lo convirtió en un tipo amargado y con más
taras y minusvalías morales que las que mostraba su físico. Pero tras infinitos
avatares y adversidades (como que cuando iba a publicar su primer disco quebró
la discográfica) alcanzó el triunfo con canciones extraordinarias, llenas de
intensidad, descaro, personalidad, rabia, intención, con ambientes de pub-rock,
punk y new wave; ‘Hit me with your rythm stick’, ‘Sex & drugs & rock
& roll’, ‘Sweet Gene Vincent’, ‘Wake up and make love with me’ son una
muestra de su larga lista de grandes canciones…, aunque él solía afirmar que
sólo había escrito siete buenas letras. Mientras, su vida cotidiana era
cualquier cosa menos feliz y satisfactoria, pues bebía y se ponía agresivo,
pegón, malvado, rabioso, frustrado, brutal, golpeaba a su compañera (a todas
las que tuvo) y faltaba, insultaba y se metía con todo el que se le ponía por
delante (entonces su bastón era un arma), de modo que más de una vez se llevó
un buscado puñetazo. Al final se tranquilizó, el cáncer que se le diagnosticó
disipó su amargura y, afirman, cambió su humor. Su vida intensa, dolorida y
luminosa al tiempo, terminó tranquilamente, serenamente en su casa en marzo de
2000. Dicen que acababa de iniciar una autobiografía, pero sólo escribió el
escueto comienzo: “Hola zoquetes”.
Ian Curtis (1956-1980) padecía
epilepsia con fuertes convulsiones y espasmos (a veces en pleno concierto),
pérdidas de conocimiento, depresión, agorafobia (miedo al desamparo, temor al
propio miedo), sufrió tratamientos médicos inadecuados y varios intentos de
suicidio. En plena efervescencia punk formó el grupo Warsaw, que aunque no era
punk sí utilizaba recursos punk y también poseía la energía rabiosa del género.
Luego, con Joy Division, alcanzó la plenitud artística. Con la voz siempre
grave y profunda de Ian, el grupo hablaba de desesperación, abandono,
pesimismo, oscurantismo, desánimo, amargura.., jamás un atisbo de alegría o
ilusión. Sin embargo, las canciones de Curtis en Joy Division resultan
apasionantes, hipnóticas, impactantes, únicas, inconfundibles, inimitables y
mil veces imitadas. Sólo publicó dos discos (el segundo póstumo) y sus éxitos
comerciales llegaron tras su muerte, sobre todo con la bellísima y
descorazonadora ‘Love will tears us apart’; además, piezas como ‘Heart &
soul’, ‘Decades’, ‘Atmosphere’ o ‘She´s lost control’ siguen asombrando y
estremeciendo por su singularidad, su oscuridad, su romanticismo desesperado y
tortuoso. En mayo de 1980 estuvo viendo la película ‘Stroszek’ del alemán
Werner Hertzog (que trata de un artista que se suicida), luego puso el disco
‘The Idiot’ de Iggy Pop y acto seguido se ahorcó en la cocina de su casa con la
cuerda de tender. Sus enfermedades y la separación de su mujer Deborah fueron,
oficialmente, los detonantes de la fatal decisión que, en realidad, es la de
los románticos más clásicos.
CARLOS DEL RIEGO
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