A finales de los años sesenta la música
pop tenía unos pocos grupos estrella que marcaban el camino a la gran mayoría.
Sin embargo, había ya quien no se conformaba y se atrevía a adentrarse por
terrenos inexplorados buscando caminos diferentes, como los primeros Pink
Floyd, The Move o King Crimson. Lógicamente, en esa exploración el error abundó
tanto como el acierto. Y entre los grupos que acertaron a la hora de ofrecer
material absolutamente nuevo dentro del ya incontenible universo pop está el
Rey Carmesí, King Crimson, con su inclasificable primer álbum, ‘In the court of
the Crimson King’, publicado a finales de 1969.
Es un disco que choca desde la portada,
con ese rostro en hipnótico primer plano, y otra cara entre sonriente y triste
en el interior; el autor era un programador informático, Barry Godber, que
murió de un infarto a los 24 años y no vio el disco publicado; esta es su única
obra plástica. El disco tiene cinco temas y un ambiente absolutamente
imprevisible.
Se abre con ‘21st Century Schizoid Man’,
una canción agresiva, retorcida y complicada, con una voz distorsionada (de
Greg Lake, luego en Emerson, Lake & Palmer) y una poderosa guitarra
acompañándola. Arreglos y sonoridades absolutamente nuevas, texturas pioneras y
solos crispados proporcionan una ambientación que inquieta y seduce. Se dice
que es uno de los primeros discos de rock progresivo, aunque en este tema hay
un pasaje instrumental muy jazzístico, mientras las partes cantadas tienden más
hacia un incipiente hard-rock con ritmo obsesivo. Una letra que resulta indescifrable
(eso sí, merece la pena recordar el verso “la pira funeraria de los
políticos”), muy barroca y con difícil sentido, termina de completar una
canción excelente pero desconcertante y que no tiene parecido a prácticamente
nada.
Sigue una atmósfera totalmente opuesta,
una deliciosa melodía titulada ‘I talk to the wind’, con arreglos suaves y
delicados y la voz de Lake, más melodiosa que nunca, ideal en un ritmo lento
como este. También tiene este corte una parte instrumental de claros matices
jazz en los que los músicos (con el líder Robert Fripp a la cabeza) muestran de
qué son capaces. Pieza ideal si se busca total serenidad.
El título que cierra la primera cara es
‘Epitaph’, otro tiempo lento con comienzo en plan apoteósico y decoración
tirando a clásica con la guitarra marcando la melodía. Ésta, nuevamente con un
Lake de seda, resulta irresistible, muy dramática y cargada de pasión. No falta
el cambio de ritmo que da paso al momento instrumental, que vuelve a escorarse
hacia tonalidades clásicas. Y nuevamente la entrada de la melodía principal y
la voz solista, enmarcadas en un cuadro sumamente emotivo. La letra (de Peter
Sinfield, como en el resto del disco) es también muy enigmática, pero bastante
menos que las anteriores; así los versos “el conocimiento es un amigo mortal
cuando nadie escribe las reglas” o el angustioso, atinado y resignado “veo que
el destino de la humanidad está en manos de los tontos”.
El tema que abre la cara b, ‘Moonchild’,
es tremendamente experimental, tanto que a veces puede dar la impresión de
acercarse mucho al jazz improvisado; dura algo más de 12 minutos y sólo se
puede entender en el contexto del disco. La letra vuelve a ser totalmente
enigmática.
Finalmente, ‘In the court of the Crimson
King’, tal vez la pieza que más repercusión tuvo del disco (que no es que fuera
mucha). Un instrumento que empezaban a utilizar los grupos más arriesgados, el
mellotron, cobra varias veces papel protagonista, proporcionando uno halo de
exclusividad y distinción. La canción es un medio tiempo con momentos
arrebatados que luce gracias, sobre todo, a otra inspirada melodía que parece
brillar más gracias a la voz de Greg Lake. Por supuesto, también hay un
importante fragmento instrumental que vuelve a presentar recursos clásicos y
del jazz. Pero lo más impactante es la entrada de lo que se puede llamar
estribillo, aunque en este disco las estructuras clásicas de la canción pop o
rock, con estrofa-estribillo, puente instrumental, estrofa-estribillo...,
parecen desvanecerse, ser innecesarias. La letra sigue siendo desconcertante,
ahora onírica, surrealista, con frases como “el guardián de las llaves de la
ciudad pone cerrojos a los sueños”.
Este fue el primer disco de King Crimson,
un grupo que sigue funcionando hoy tras diversas desapariciones y regresos.
Entre su discografía también pueden destacarse su segunda entrega, ‘In the wake
of Posedon’ y, a pesar de que no tubo buenas críticas, ‘Islands’ (1971), que
contiene delicias como ‘Formentera lady’, ‘Ladys of the road’ o ‘The letters’.
En definitiva, este primer disco de King
Crimson es de obligada audición para todo el que tenga interés por el pop y el
rock, y más concretamente por lo que se sale de todos los modelos y se inventa
uno particular en el que no falta el talento.
CARLOS DEL RIEGO
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