Lou Reed se enfadaba con facilidad, incluso estuvo a punto de llegar a las manos con su amigo y colega David Bowie
Ser un gran personaje,
en el campo que sea, suena de lo más apetecible. Alcanzar ese estatus en el planeta
del rock & roll es, seguramente, el sueño de mucha gente, y ya no sólo
entre la juventud, sino que muchos con más de medio siglo a sus espaldas habrán
soñado con el triunfo, la fama y todo lo demás. Y seguro que cada soñador
creerá que si fuera una gran figura mundial sería tan feliz que nunca tendría
motivos para quejarse o protestar. Sin embargo, no pocos ilustres en este negocio han adquirido fama
de gruñones, huraños, cascarrabias
En realidad, todo
tiene cara A y cara B, como los discos de vinilo. Incluso en una posición tan
deseable como la de gran astro del rock. Así, hay veces que éste pierde los
nervios y se revuelve contra quien esté delante, ya sean periodistas, colegas e
incluso contra sus propios incondicionales.
Uno de los grandes
héroes del rock (y muchos otros estilos) que siempre es tildado de viejo
cascarrabias es el irlandés Van Morrison. Cierto que es de los que en sus conciertos
no se dirige al público en ningún momento, ni siquiera un frío ‘buenas noches’
al empezar o al terminar, nada; y cierto que es un tipo de pocas palabras (cosa
acentuada con el paso del tiempo), pero él achaca esa reputación a que se le
estereotipó desde el comienzo. Explicó que todo surgió cuando concedió una
entrevista en los años setenta, una entrevista que “no salió como quería el
periodista, no le respondí como él esperaba, se sintió ofendido y me guardó
rencor para siempre, de modo que desde entonces, en cuanto tiene oportunidad, dice
algo feo de mí”, contó el músico de Belfast; y añadió que “bueno, no está tal
mal, gracias a eso soy más conocido, incluso en el escenario a veces desempeño
ese papel de tipo arisco”. Pero él no se considera tan gruñón: “No soy el mismo
que en los sesenta o los setenta, pero hay mucha gente que se hace una imagen
de mí basándose en tres o cuatro tópicos de entonces”. De todos modos, quien lo
haya visto en vivo sabrá que no es lo que se dice un tipo afable y cercano.
El neoyorquino Lou
Reed se ganó una bien merecida fama de hosco e insociable. Detestaba
abiertamente a los periodistas, a los que solía contestar con monosílabos, con
flagrantes embustes, contradicciones hilarantes o con gruesos insultos “son
repugnantes, unos cerdos”, bramó más de una vez, y se dice que encañonó a un
crítico… Parece que ya se esperaban sus palabras gruesas e incluso el intento
de agresión, algo que sufrieron incluso sus más incondicionales, pues cuando
alguno se le acercaba para saludarlo, halagarlo o pedirle un autógrafo, lo
normal era recibir una grosería; en sus últimos años los ahuyentaba blandiendo
la escopeta. En 1979 Reed propuso a Bowie que produjera su siguiente Lp, pero
el inglés le exigió que estuviera sobrio y sin drogas, algo que enfureció a
Reed, que empezó a gritarle y lanzarle puñetazos; luego, en el hotel, Bowie se
plantó ante la puerta del otro gritando: “sal y pelea como un hombre”·, pero
Reed ya estaba durmiendo la kurda…
El gran guitarrista
Gary Moore fue muy maleducado con sus seguidores, sobre todo en sus últimos
años (murió en Estepona en 2011). En escena no dirigía al público ni una mirada,
y cuando algún fan tenía ocasión de acercársele (cosa rarísima) él siempre
respondía con palabras y expresiones soeces y ofensivas, dejando al osado cortado
e incrédulo.
Aunque en su momento
siempre aparecía como el más gracioso y divertido de los cuatro, Ringo Starr ha
ido avinagrando su carácter con los años, e incluso hay quien lo ha descrito
como “un anciano amargado y permanentemente malhumorado”, que sólo quiere que
lo dejen solo; incluso se comporta de ese modo en Liverpool y con sus paisanos.
Muchas veces ha pedido a sus incondicionales (con palabras altisonantes) que no
le escriban, que lo dejen en paz ”de una puta vez”. Contrasta esta actitud con
la de su compañero McCartney, quien siempre tiene buena cara para la prensa
cuando le hace las mismas preguntas que hace cincuenta años, y atiende
cordialmente al público, al que agasaja en escena y complace en la calle. En
fin, cuentan que hay veces que da la impresión de que Ringo considera una
maldición haber pertenecido a los Beatles. No hace mucho grabó un vídeo para
sus fans en el que decía alto y claro: “Dejad de enviarme vuestros jodidos e-mails”.
Bien ganada fama de
malhablado, faltón y ordinario tiene Bob Geldof, que suele ponerse como un
basilisco cuando las cosas no son como él quiere. El que fuera líder de los Boomtown Rats rara vez
se corta; así, cuando en 2003 el álbum recopilatorio de ese grupo vendió mucho
menos de lo previsto lanzó improperios para todos, público prensa, discográfica,
promoción… Tres años después, en la entrega de premios de la revista New
Musical Express, recibió un premio de manos del actor y presentador Russell
Brand a la vez que decía claramente “Russell Brand, ¡qué cabrón!”, a lo que
éste respondió: “Es lógico que Geldof sea un experto en hambrunas, lleva comiendo
de ‘I don´t like Mondays’ treinta años”. Otros, como Noel Gallagher, también
han sido objeto de sus iras. Será recordado por esa canción y sus iniciativas
solidarias.
Considerado uno de
los mejores bateristas de la historia del rock, Ginger Baker fue creando
problemas a su alrededor, desde que estaba con Clapton y Bruce en Cream casi
hasta sus últimos días. Más que gruñón y antipático, llegaba a la amenaza
fácilmente, ya fuera ante compañeros, prensa o público, en privado o ante las
cámaras, como cuando en 2010 apenas contestó a las preguntas del entrevistador
y sólo respondía que ya no tenía que ver con la música…, hasta que se cansó y
se largó, dejando colgado al presentador. Muchos que compartieron estudio y
escenario con él afirman que Baker se quejaba de todo, protestaba cuando le
comunicaban una gira y parecía desear que un periodista o fan se le acercara
para montarla. Afirman que su fuerte adición a las drogas durante décadas agrió
notablemente su carácter (seguro que sus neuronas también se vieron afectadas),
de modo que saltaba a la mínima, incluso cuando no había el menor motivo.
Bob Dylan también se
ha ganado reputación de tipo esquivo, borde e incluso hostil. De gira vive en
un gran camión, siempre aislado, custodiado, y al que tienen acceso unos pocos
señalados. En directo parece esconderse entre el grupo, pues muchas veces
aparece en una orilla del escenario, de lado, tras un pequeño teclado; y no
cede a los deseos de su público de acercarse él sólo al micro armado con su
guitarra y armónica, al revés, a lo largo del concierto jamás se dirige a la
audiencia, ni con un ‘gracias’ o un ‘buenas noches’.
La mayoría de los
mortales estaría encantada y alegre de ser músico de éxito, pero algunos
rockeros famosos, pocos en realidad, parecen estar siempre maldiciendo su
suerte.
CARLOS DEL RIEGO
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