Unos mil hinchas españoles han ido a Arabia, la mayoría familiares del los jugadores, un país donde no hay libertades pero sí mucho dinero |
La venta de la Supercopa de fútbol de España a Arabia Saudí ha sido, como todas las ventas, por dinero. Los que hayan ingresado la pasta tratarán de buscar razones de un tipo o de otro, e intentarán convencer al personal de que lo que han llevado a cabo es una acción humanitaria que nada tiene que ver con una compraventa. Sin embargo, la realidad resulta tan evidente que sólo los que tengan intereses en la operación negarán el verdadero por qué del asunto
En los últimos años
se están cerrando importantes operaciones de compraventa de acontecimientos
deportivos a países sin tradición y sin libertades. Así, competiciones de rango
nacional o internacional son entregadas a estados en los que no sólo no existe
la menor tradición deportiva, sino que están gobernados por regímenes dictatoriales
cuyos mandamases padecen una alergia visceral a los Derechos Humanos. La más
reciente de estas operaciones de compraventa (enero-2020) ha sido la cerrada
entre la dirección futbolística española como vendedor y el estado de Arabia
Saudí como comprador. Los vendedores (que habrán ingresado gran pastón en A y
otro tanto en B) alegan que llevando grandes eventos deportivos a este tipo de
países se ayuda a su democratización. Sin embargo, sólo un ingenuo o un
interesado pueden pensar que estos regímenes abrazarán el sistema de libertades
por el simple hecho de acoger grandes competiciones; es decir, hay que ser muy
simple o tener la vista en el beneficio para creerse que algo cambiará tras una
supercopa o cualquier campeonato en estas naciones de corte absolutista,
dictatorial, fascistoide, en las que las mujeres son tratadas como animales sin
cerebro, y donde se ejecutan (colgados de una grúa, lapidados, decapitados) a gentes
tan ‘peligrosas’ como los homosexuales, las mujeres adúlteras, los ‘enemigos’
de Alá, los blasfemos, los que se atreven a cuestionar al gobierno...
No cambió el sistema
ni se mejoró la vida de los perseguidos en Alemania tras los Juegos Olímpicos
de Berlín 1936, del mismo modo que todo siguió igual tras los Juegos de Moscú
1980 o Pekín 2008. Italia llevó su supercopa a Arabia Saudí el pasado 2019, y
también la jugó en Usa, China y Libia en años anteriores, y nada cambió en
ninguno de estos territorios. Como tampoco hubo cambios en Catar después del
Mundial de Atletismo 2019. La celebración de grandes acontecimientos deportivos
siempre ha sido utilizada por los gobiernos como operación de propaganda, pero
en los casos de países totalitarios, además, se convierte en operación de
blanqueo, de ensalzamiento del sistema, de justificación de la dictadura y sus
métodos.
En definitiva, los
únicos que ganaron y mejoraron tras la entrega de deporte de élite a países
contrarios a la libertad y la democracia fueron los gestores, los que
ejercieron de vendedores, en ningún caso los ciudadanos de esos países. Y los
compradores, claro, que obtuvieron su ansiado lavado de imagen.
Y esa tendencia de
vender a buen precio alta competición a cambio de una operación de blanqueo del
régimen comprador continuará; el próximo Mundial de Fútbol será Catar 2022, obligándose
(por pasta) a parar las competiciones internacionales de los países
participantes, ya que se tiene que jugar en invierno. Todo por la pasta. Y por
la cara.
En fin, por más que
insistan los vendedores de que se trata de una operación humanitaria y con
objetivos benéficos, una venta es una venta, sea de un bien, un servicio o,
como en este caso, la Supercopa de España. Es como si un agente de ventas despacha
un coche eléctrico y dice que lo hace para combatir la contaminación.
CARLOS DEL RIEGO
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