miércoles, 15 de enero de 2020

LA DELIRANTE Y CATASTRÓFICA REVOLUCIÓN DE RAFAEL DEL RIEGO HACE 200 AÑO


Rafael del Riego fue llevado al patíbulo arrastrado por un burro entre los insultos y vejaciones de los que tres años antes lo aclamaron

Poco se ha tratado el segundo centenario del levantamiento del general Rafael del Riego en Cabezas de San Juan, Sevilla, el 1 de enero de 1820. El XIX fue en España un siglo saturado de pronunciamientos, motines y revoluciones (casi todas fracasadas estrepitosamente), siendo la protagonizada por dicho militar asturiano una de las más conocidas y con mejor prensa. Sea como sea, esta revolución fue una chapuza encabezada por un hombre de escasa valía
El reinado de Fernando VII fue absoluto, terrible, tiránico, sangriento…, por lo que una acción contra él estaba más que justificada. Era una situación ideal para las sociedades masónicas, que se pasaban los días conspirando (“ser masón es conspirar” se lee en ‘La segunda casaca’, de Galdós), sobre todo algunos jefes militares. El asturiano Rafael del Riego se sintió el elegido, y el primer día de 1820 arengó a sus tropas para marchar contra ‘El rey felón’ y proclamar la Constitución de 1812. Pero aquel pronunciamiento fue de chiste, y si finalmente y momentáneamente logró su propósito, fue porque el rey y su camarilla se quedaron pasmados, inertes, incapaces de mover un dedo.
Según Jaume Vicens Vives, “La revolución de 1820 fue un triunfo, en primer lugar, de las apetencias personales de algunos jefes militares; luego, de las sociedades secretas que los apoyaban; también del oro americano, hecho circular oportunamente por emisarios argentinos para disgregar la fuerza del cuerpo de ejército expedicionario”. Una descripción muy acertada.
Aquellas tropas que mandaba del Riego estaban destinadas a sofocar intentonas y rebeliones de las provincias de ultramar; de hecho hacía tiempo que deberían haber cruzado el océano, pero había llegado noticia de epidemia de fiebre amarilla y permanecían allí acantonadas, esperando órdenes para embarcar. El coronel del Riego, henchido de sentimiento mesiánico y furor masónico, se apropió de ese cuerpo de ejército para otros fines, con lo que alteró la Historia; en su obra ‘Masones que cambiaron la Historia”, el autor madrileño Gustavo Vidal afirma con rotundidad que “este levantamiento favoreció enormemente el avance de los movimientos independentistas en Sudamérica”.
La revolución de 1820 fue un ridículo tras otro. Del Riego se pronunció y, sin tener idea clara de qué hacer, vagó por Andalucía entre la indiferencia del pueblo, sin tomar decisiones militares ni marchar sobre Madrid, lo único que hacía era esperar que otros iniciaran acciones similares en otros puntos de España. Con el paso de las semanas sus hombres fueron desertando, de modo que cuando efectivamente otros militares lo imitaron se sublevaron ya había perdido unos dos tercios de sus efectivos. Por su parte, el gobierno y el Rey también esperaban, no hacían nada para organizar una fuerza y enfrentarse al rebelde. La situación era delirante: los sediciosos permanecían parados esperando, indecisos, desorientados y perdiendo fuerza; y la autoridad se mantenía igual de anonadada, igual de vacilante, confusa y temerosa de que su ejército se pasara al enemigo. Digno de una película de los Hermanos Marx.
En los cinco Episodios Nacionales que van de ‘La segunda casaca’ a ‘El terror de 1824’, Pérez Galdós explica todo con detalle, y su narración resulta imprescindible para comprender cómo fue aquello (en realidad los cuarenta y tantos episodios son una crónica atinada del XIX español). Así, de del Riego se dice: “De ese no puede esperarse gran cosa (…). En lengua sí le ganan pocos. Es de los que más hablan y de los que menos hacen”. Más adelante menciona a otros jefes insurrectos: “Ni Quiroga, ni Riego, ni Arco Agüero, ni O´Daly valían todos juntos para componer un mediano estratégico” (todos masones, incluyendo Demetrio O´Daly, que fue Diputado de Puerto Rico en las Cortes  que se constituyeron durante el llamado ‘Trienio liberal’, 1820-23).
A lo largo de esos meses que pasan desde el levantamiento hasta que Fernando VII fingió aceptar la Constitución a principios de marzo, los madrileños no sabían a qué carta quedarse, ya que un día alababan entusiásticamente la rebelión y al día siguiente apoyaban incondicionalmente al Rey, todo dependía de las noticias que llegaran. A causa de que la incompetencia del gobierno y el Rey fue superior a la de los insurrectos, la revolución triunfó…, momentáneamente. Cuando se impuso la Constitución de Cádiz, la alegría de los madrileños se desbordó; escribe Benito Pérez Galdós por boca del cínico Bragas de Pipaón: “… salí gritando como todo el pueblo, como los discretos y los ignorantes, como los ancianos y las mujeres, como las viejas y los chiquillos de escuela, ¡Viva la Constitución! Era una fiesta nacional, un desbordamiento impetuoso de alegría, ¡la mayor parte no sabían por qué!”. Y en ‘Siete de julio’ explica cómo estaba la cosa: “El Rey era absolutista, el Gobierno moderado, el Congreso democrático; había nobles anarquistas y plebeyos serviles. El ejército era en algunos liberal, en otros realista, y la Milicia abrazaba en su vasta muchedumbre todas las clases sociales”.
Finalmente, Rafael del Riego, absolutamente hundido moralmente, lloroso y suplicante, renegó de todos sus actos e ideas; fue conducido al cadalso no en un carro, sino sobre una especie de cesta de esparto arrastrada por el suelo por un burro, mientras los mismos que tres años antes lo aclamaron ahora le insultaban y escupían. Su ejecución fue patética.
El resultado de aquella aventura tan desastrosa como bienintencionada fue absolutamente catastrófico para España; por un lado, las rebeliones independentistas en los territorios americanos (hechas por españoles y criollos) avanzaron definitivamente con gran perjuicio para España; y por otro, excitó las ansias represoras de Fernando VII cuando en 1823 recuperó todo el poder, con consecuencias mortales para los españoles y el país en general. No puede saberse cuál hubiera sido el resto del XIX sin la revolución de Rafael del Riego, pero difícilmente hubiera tenido tanta calamidad, tanta crueldad.
CARLOS DEL RIEGO

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