jueves, 18 de julio de 2019

ISABEL DE CASTILLA Y COLÓN, ARMSTRONG Y KENNEDY, DOS EQUIPOS PARA LA HISTORIA

John Kennedy e Isabel de Castilla fueron los impulsores que hicieron posibles tan fabulosas y trascendentes aventuras.


Isabel de Castilla


Cuando se llevan a cabo gestas como las que culminaron Cristóbal Colón y Neil Armstrong, siempre ha de haber detrás alguien que, con medios y poder suficientes, ponga la voluntad y la fe necesarias para realizar lo que se tiene por imposible.

Al celebrarse el cincuentenario de la llegada del Hombre a la Luna es fácil recordar aquel otro viaje de 1492 que supuso el descubrimiento de todo un continente y el comienzo del de todo el planeta. En ambos casos, los protagonistas de las dos gestas, Neil Armstrong y Cristóbal Colón (junto a sus tripulantes), estuvieron apoyados por dos personajes imprescindibles en el devenir de la Historia de la Humanidad, John Kennedy e Isabel de Castilla. Sin la voluntad de ambos gobernantes aquellas fabulosas aventuras no hubieran tenido lugar.

John F. Kennedy dijo a principios de los sesenta que tenía intención de llevar un hombre a la luna y devolverlo a casa sano y salvo antes del final de los años sesenta, “y vamos a hacerlo no porque sea fácil, sino porque es difícil”. Desgraciadamente, él no pudo verlo, ni siquiera el desarrollo del proyecto, pero su voluntad puso a muchos en marcha y consiguió ilusionar a la población, con lo que logró hacer cierto el sueño.

Hace casi cinco siglos y cuarto las tres frágiles embarcaciones comandadas por Colón llegaron a donde nadie había llegado; cierto que hay indicios de que los vikingos pudieron arribar a las costas de Terranova antes, pero si así fue no dieron importancia al hecho, no lo difundieron, lo mantuvieron silenciado por no merecerles mayor atención, y al no dar a conocer la noticia el continente siguió desconocido; puede afirmarse que su viaje fue estéril. Para emprender tan arriesgada aventura, pues no se tenía noticia de que alguien hubiera hecho algo parecido, se necesitaban muchos apoyos. Probó Colón ante varios comités de expertos, que indefectiblemente calificaban el proyecto como una memez. Hasta que se lo propuso a Isabel del Castilla, cuyos asesores calificaron igualmente el asunto como descabellado. Sin embargo, la reina castellana vio algo en aquel tipo tan decidido y en su aparentemente absurda idea, así que le dijo que, una vez conquistada Granada, volviera para tratar nuevamente el asunto. Cumplido el requisito, se presentó el navegante ante la reina, y ésta, a disgusto de muchos de los que la rodeaban, encargó a Colón y otros expertos la preparación del viaje.

Isabel de Castilla y John Kennedy fueron imprescindibles para que las dos gestas lograran sus objetivos, y ambos representan la figura de quien pone los medios y, sobre todo, la voluntad para que algo cercano a lo imposible se convierta en realidad, ya que sin ese empeño, sin ese anhelo y esas ganas de atentar contra lo inalcanzable, probablemente el Hombre seguiría en el Paleolítico. Pero luego hay que tener a la persona adecuada para subir a la nave y sortear los infinitos problemas que surgirán, a ese que no se acobarda ante las dificultades y que sabe poner prudencia a cada situación, a ese que posee arrojo y valentía, capacidad de liderazgo, recursos ante cualquier situación y conocimientos suficientes para saber qué hacer en cada momento.

Como es sabido, Colón era un muy experto navegante (y un horroroso gobernante) y, con seguridad, estaba convencido de que la Tierra era redonda, pero no tenía idea ni aproximada de las distancias. Por eso las cosas se complicaron en los últimos días de travesía, con el descontento entre las tripulaciones de los tres barcos y la amenaza de motín. En ese momento culminante mostró convicción y temple, calmó los ánimos y…, en fin, hace más de medio milenio se escuchó el castellano por primera vez en América.

Armstrong era un tipo frío con miles de horas de vuelo en cazas de guerra. Cuando le hablaron de viajar a la Luna no lo dudó un instante, no porque fuera un loco temerario, sino porque vio ante sí un reto cercano a la ficción, pero posible. Al igual que Colón, justo antes de llegar se vio ante graves imprevistos. El módulo lunar, debido a un error del ordenador, se pasó del lugar indicado para alunizar, por lo que desde la Tierra le dijeron que le quedaba combustible para unos segundos y, por tanto, que suspendiera la misión e iniciara el regreso a la nave en la que esperaba Collins; sin embargo, Armstrong propuso intentarlo manualmente. En aquel momento todos tenían el corazón en la garganta y bombeando frenéticamente, pero alguien seguía realizando su trabajo sin que sus pulsaciones apenas subieran; con gran destreza y una serenidad incomprensible (sitúese uno en aquel momento) Neil Armstrong posó suavemente su bote de desembarco sobre la luna sólo unos segundos antes de la catástrofe. Y lo hizo a mano.  

Armstrong y Colón personifican la valentía, la determinación y la maestría que exigen las gestas de tal trascendencia que modifican el rumbo de la Humanidad. La principal diferencia conceptual entre el tándem Isabel-Colón y Kennedy-Armstrong reside en que éstos sí sabían dónde iban y qué podían encontrar, mientras que aquellos emprendieron un viaje a lo desconocido, sin contacto ni ayuda de nadie, sin saber cuándo y con qué se iban a topar. Afortunadamente, en ambos casos se unieron la voluntad de desafiar a la utopía con la tenacidad y entereza precisas para romper el imposible.

CARLOS DEL RIEGO

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