John Kennedy e Isabel de Castilla fueron los impulsores que hicieron posibles tan fabulosas y trascendentes aventuras. |
Isabel de Castilla |
Cuando se llevan a cabo gestas como las que
culminaron Cristóbal Colón y Neil Armstrong, siempre ha de haber detrás alguien
que, con medios y poder suficientes, ponga la voluntad y la fe necesarias para
realizar lo que se tiene por imposible.
Al celebrarse el cincuentenario de la llegada del Hombre a la Luna es
fácil recordar aquel otro viaje de 1492 que supuso el descubrimiento de todo un
continente y el comienzo del de todo el planeta. En ambos casos, los
protagonistas de las dos gestas, Neil Armstrong y Cristóbal Colón (junto a sus
tripulantes), estuvieron apoyados por dos personajes imprescindibles en el
devenir de la Historia de la Humanidad, John Kennedy e Isabel de Castilla. Sin la
voluntad de ambos gobernantes aquellas fabulosas aventuras no hubieran tenido
lugar.
John F. Kennedy dijo a principios de los
sesenta que tenía intención de llevar un hombre a la luna y devolverlo a casa
sano y salvo antes del final de los años sesenta, “y vamos a hacerlo no porque
sea fácil, sino porque es difícil”. Desgraciadamente, él no pudo verlo, ni
siquiera el desarrollo del proyecto, pero su voluntad puso a muchos en marcha y
consiguió ilusionar a la población, con lo que logró hacer cierto el sueño.
Hace casi cinco siglos y cuarto las tres
frágiles embarcaciones comandadas por Colón llegaron a donde nadie había
llegado; cierto que hay indicios de que los vikingos pudieron arribar a las
costas de Terranova antes, pero si así fue no dieron importancia al hecho, no
lo difundieron, lo mantuvieron silenciado por no merecerles mayor atención, y
al no dar a conocer la noticia el continente siguió desconocido; puede
afirmarse que su viaje fue estéril. Para emprender tan arriesgada aventura,
pues no se tenía noticia de que alguien hubiera hecho algo parecido, se
necesitaban muchos apoyos. Probó Colón ante varios comités de expertos, que
indefectiblemente calificaban el proyecto como una memez. Hasta que se lo
propuso a Isabel del Castilla, cuyos asesores calificaron igualmente el asunto
como descabellado. Sin embargo, la reina castellana vio algo en aquel tipo tan
decidido y en su aparentemente absurda idea, así que le dijo que, una vez
conquistada Granada, volviera para tratar nuevamente el asunto. Cumplido el
requisito, se presentó el navegante ante la reina, y ésta, a disgusto de muchos
de los que la rodeaban, encargó a Colón y otros expertos la preparación del
viaje.
Isabel de Castilla y John Kennedy fueron
imprescindibles para que las dos gestas lograran sus objetivos, y ambos
representan la figura de quien pone los medios y, sobre todo, la voluntad para
que algo cercano a lo imposible se convierta en realidad, ya que sin ese
empeño, sin ese anhelo y esas ganas de atentar contra lo inalcanzable,
probablemente el Hombre seguiría en el Paleolítico. Pero luego hay que tener a la
persona adecuada para subir a la nave y sortear los infinitos problemas que
surgirán, a ese que no se acobarda ante las dificultades y que sabe poner
prudencia a cada situación, a ese que posee arrojo y valentía, capacidad de
liderazgo, recursos ante cualquier situación y conocimientos suficientes para
saber qué hacer en cada momento.
Como es sabido, Colón era un muy experto
navegante (y un horroroso gobernante) y, con seguridad, estaba convencido de
que la Tierra era redonda, pero no tenía idea ni aproximada de las distancias.
Por eso las cosas se complicaron en los últimos días de travesía, con el
descontento entre las tripulaciones de los tres barcos y la amenaza de motín.
En ese momento culminante mostró convicción y temple, calmó los ánimos y…, en
fin, hace más de medio milenio se escuchó el castellano por primera vez en
América.
Armstrong era un tipo frío con miles de
horas de vuelo en cazas de guerra. Cuando le hablaron de viajar a la Luna no lo
dudó un instante, no porque fuera un loco temerario, sino porque vio ante sí un
reto cercano a la ficción, pero posible. Al igual que Colón, justo antes de
llegar se vio ante graves imprevistos. El módulo lunar, debido a un error del
ordenador, se pasó del lugar indicado para alunizar, por lo que desde la Tierra
le dijeron que le quedaba combustible para unos segundos y, por tanto, que
suspendiera la misión e iniciara el regreso a la nave en la que esperaba
Collins; sin embargo, Armstrong propuso intentarlo manualmente. En aquel
momento todos tenían el corazón en la garganta y bombeando frenéticamente, pero
alguien seguía realizando su trabajo sin que sus pulsaciones apenas subieran;
con gran destreza y una serenidad incomprensible (sitúese uno en aquel momento)
Neil Armstrong posó suavemente su bote de desembarco sobre la luna sólo unos
segundos antes de la catástrofe. Y lo hizo a mano.
Armstrong y Colón personifican la
valentía, la determinación y la maestría que exigen las gestas de tal
trascendencia que modifican el rumbo de la Humanidad. La principal diferencia
conceptual entre el tándem Isabel-Colón y Kennedy-Armstrong reside en que éstos
sí sabían dónde iban y qué podían encontrar, mientras que aquellos emprendieron
un viaje a lo desconocido, sin contacto ni ayuda de nadie, sin saber cuándo y
con qué se iban a topar. Afortunadamente, en ambos casos se unieron la voluntad
de desafiar a la utopía con la tenacidad y entereza precisas para romper el
imposible.
CARLOS DEL RIEGO
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