Tras la Guerra Civil, muchos republicanos españoles, gran parte de ellos comunistas, fueron secuestrados por la Urss y enviados al Gulag |
Poco conocido es el calvario sufrido por
los republicanos que estaban en manos de la URSS al terminar la Guerra Civil
Española. Aviadores, marineros y otros españoles fueron retenidos sin
acusación, sin juicio ni motivo, o sea, secuestrados, por la Unión Soviética en
aquellos inciertos días entre el final de esa guerra y el comienzo de la
mundial, a finales de 1939
La Unión Soviética de Stalin no tuvo
nada que envidiar a los más extremos, paranoicos y deshumanizados
totalitarismos del siglo pasado. Allí todo el mundo era sospechoso: ya fueran
altos cargos del partido, militares, poderosos funcionarios o ciudadanos de a
pie, cualquiera podía ser detenido, juzgado o no y enviado a Siberia, o al
paredón; no importaba si había acusación formal, pruebas o testigos. Por ello,
si el que era señalado por el NKVD o cualquier otra policía política era
extranjero, las sospechas se convertían en condena.
Esto ocurrió con no pocos republicanos
españoles en los últimos años treinta y la década siguiente. Trágica y a la vez
ridícula, incluso kafkiana, es la desventura padecida por un grupo de
comunistas españoles que, al terminar la Guerra Civil Española, se fueron al
exilio en Francia; cuando ésta fue ocupada por los nazis fueron capturados y
deportados a Alemania como mano de obra forzosa. Luego, en 1945, al entrar los
rusos en Berlín, aquellos españoles, viéndose libres de los nazis, crecidos y
envalentonados, deciden esperar al Ejército Rojo en la Embajada de España (ya
abandonada), donde izaron una bandera republicana y otra roja llenos de orgullo
y satisfacción. Sin embargo, al llegar los oficiales soviéticos los tomaron por
el embajador y demás miembros de la legación española y sus familias. Aquellos
desgraciados españoles trataron de explicar que eran comunistas, que eran
republicanos huidos del régimen franquista, no eran diplomáticos franquistas, y
que si estaban en la embajada era porque la habían ocupado para recibir, como
se merecían, a sus camaradas del Ejército Rojo que acababan de derrotar a los
nazis… Nada, no hubo forma de convencer ni a los militares ni a los
funcionarios soviéticos, así que, de entrada, fueron enviados a un campo de
concentración cerca de Moscú, y luego a otro, y luego a otro… Veinte años
después, aquel grupo de desdichados republicanos españoles que quisieron
agasajar a los soldados soviéticos seguían secuestrados (no había ni siquiera
acusación contra ellos) en la URSS, y ello a pesar de que, con total seguridad,
Moscú ya sabía que aquellos no eran diplomáticos.
Durante los tres años de la Guerra
Civil, la República envió grandes cargueros a recoger material bélico a los
puertos de la Unión Soviética. Sin motivos razonables, varios de aquellos
barcos fueron incautados con los pretextos más peregrinos (errores en la
documentación, papeles, permisos, embarque…), de manera que para julio de 1939
eran nueve los buques que la principal aliada del bando republicano se había
quedado: el Cabo San Agustín, el Juan Sebastián Elcano, el Cabo Quilates, el
Inocencio Figueredo, el Mar Blanco, el Isla Gran Canaria, el Marzo, el Ciudad
de Tarragona y el Ciudad de Ibiza. La mayoría de sus tripulantes fueron
repatriados rápidamente, pero hubo otros, alrededor de cincuenta, que fueron
retenidos en Unión Soviética; ¿por qué a unos se les dejó marchar sin problemas
y a otros no? El caso es que la policía política, llegado el momento, les
preguntó qué opción escogían: quedarse a vivir en la URSS y adoptar su
nacionalidad, volver a España o irse a otros países; los que eligieron quedarse
fueron enviados a los koljós (granjas colectivas) y de ellos nunca más se supo;
quienes dijeron que preferían irse a México o Francia siguieron retenidos
(secuestrados), pues los comisarios políticos entendieron como un desprecio que
quisieran vivir en esos países antes que en el paraíso comunista; sorprendentemente,
los pocos que se atrevieron a pedir volver a España fueron repatriados sin más,
pues la policía política pensaba que serían represaliados por el aparato
franquista. Al pasar el tiempo, los retenidos-secuestrados fueron detenidos formalmente
y enviados de un campo de concentración a otro; a varios se les perdió la pista
para siempre (por ejemplo al capitán del Mar Blanco, Ángel Leturia, y otros
cuatro marineros), mientras que al resto se les embarcó en el río Yeniséi
(frontera entre Siberia Occidental y Central) hasta su desembocadura (al norte
de Círculo Polar Ártico) para construir carreteras. Luego pasaron a otro campo
del Gulag para, diecisiete ó dieciocho años después, ser finalmente
repatriados. Al igual que los anteriores, no habían sido acusados ni juzgados
ni condenados, simplemente secuestrados. No hará falta decir que, a su regreso,
eran profundamente anticomunistas.
Durante 1938 el Gobierno Republicano
envió muchos estudiantes a la escuela de pilotos de Kirovabad (hoy Ganja), en
Azerbaiyán. Al terminar la Guerra Civil quedaban allí unos doscientos. Las
autoridades soviéticas les hicieron la misma pregunta, ¿quedarse o irse? Un tercio,
más o menos, decidió quedarse, y el resto pidió irse a Argentina, Chile,
México… Pasado un tiempo y tras presiones y promesas, otros cuarenta comunican
su deseo de adoptar la nacionalidad rusa, mientras que algunos optaron por
quedarse sólo hasta que terminara la II Guerra Mundial. El resto fue recluido
en una ‘residencia’ llamada Monino; de ésta, a principios de 1940 fueron
sacados y fusilados cinco de ellos, los que con más aplomo y vehemencia exigían
su liberación. Los pilotos republicanos, entonces, deciden pedir ayuda a las
embajadas de los países aliados de la URSS, pero sólo tres de ellos
consiguieron salir de allí al acreditar tener familiares en otros países.
Después de meses de retención y vigilancia (ya en 1941) aquellos aviadores
españoles que habían resistido casi lo irresistible para conservar su dignidad
y su nacionalidad, son finalmente detenidos, iniciando el consabido viaje por
el Gulag, de un campo siberiano a otro. Fueron repatriados en 1954 (una vez
muerto Stalin) echando pestes del comunismo y los comunistas…
Son muestras del ‘aprecio’ que los
gerifaltes soviéticos (empezando por Stalin) tenían hacia la República Española
y sus defensores.
CARLOS DEL RIEGO
(Actualización del texto publicado en septiembre de 2016)
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