Milicianos y guardias de asalto conformando una curiosa unidad motorizada. |
Dejando a un lado las cuestiones
ideológicas o morales y atendiendo exclusivamente a los aspectos estrictamente
bélicos, se pueden encontrar con relativa facilidad las causas principales de
la derrota de la República en la Guerra Civil Española. Del final de ésta se
cumplen ochenta años, por lo que parece momento oportuno para recordar lo que
inclinó la balanza hacia el bando sublevado.
Motivo siempre de encendidas
controversias, el mejor modo de comprender por qué la Guerra Civil Española
acabó como acabó es despojándose de prejuicios, de ideologías, de odios, para
que nada distorsione la realidad (esto es imprescindible para estudiar y
entender cualquier episodio de la Historia). En caso contrario, o sea, si se
estudia la Guerra con la ideología por delante, se verá todo a través de las
gafas ideológicas que cada uno tenga, con lo que todo aparecerá distorsionado
por el color de dichas gafas. Centrándose exclusivamente en cuestiones bélicas
y todo lo que conlleva una situación de guerra, pueden señalarse las
principales causas de la derrota republicana.
Puede empezarse recordando cómo fueron
disueltas las unidades del ejército cuyos mandos se unieron a la sublevación y
se licenciaron esas tropas, cuyos soldados no tenían por qué concordar con sus
mandos. Asimismo, el Gobierno republicano se quedó anonadado tras el intento de
golpe estado, desconcertado, sin saber qué hacer y sin tener idea de quiénes
permanecían leales, quiénes no y quiénes esperaban cómo iba la cosa para tomar
partido. Esa indecisión tuvo importancia en el comienzo.
Mal que aquejó a la República desde su
instauración fue la falta de autoridad y orden, sobre todo en la calle. Unos
días después del 18 de julio del 36, en muchísimos pueblos y ciudades de España
se incrementaron los actos violentos; y hay que recordar que en los primeros
meses de ese año hubo no menos de 300 muertos por violencia callejera (además innumerables
actos vandálicos) sin que hubiera respuesta del Gobierno, sin que las fuerzas
policiales recibieran orden de poner fin a todo ello. El caso es que una vez
declarada la guerra aumentaron los casos de saqueos, robos y requisas por la
fuerza, incendios, violencias y asesinatos, con un Gobierno incapacitado, paralizado, con terror a dar las órdenes de acabar con los
infinitos disturbios.
Una de las causas determinantes de la
derrota fue la negación de ayuda por parte de las potencias democráticas. Pero
hay que tener en cuenta que los gobiernos de esos países (Francia e Inglaterra
sobre todo) vieron con horror esos estragos y atentados en la zona republicana,
las ejecuciones masivas, la persecución hasta la muerte de los ‘desafectos’ y,
sobre todo, la inacción del Gobierno; es decir, Londres y París tomaron la
decisión de negar la ayuda no tanto por el estado de anarquía y violencia como por
el hecho de que el poder ejecutivo no moviera un dedo para detener los excesos.
Evidentemente no iban a ayudar al bando rebelde, pero tampoco echarían una mano
a un gobierno que permitía todo tipo de barbaridades. No será necesario
remarcar que a las potencias que ayudaron al bando nacional la violencia contra
el enemigo les traía sin cuidado.
El desorden y la indisciplina reinantes
en el bando republicano desde los primeros momentos también afectaba a la
eficacia de su ejército. Al no haber una intendencia ordenada se producía un
tremendo despilfarro de recursos (armas y municiones, transporte, combustible,
alimentos, material médico…), que se distribuían según preferencias y
simpatías, no según necesidades. Además, las tropas (regulares o milicianos)
sólo obedecían a sus propios mandos: los cuerpos sindicalistas a sus
comisarios, los comunistas a los suyos, los socialistas a los suyos…, con lo
que existía una falta de autoridad y coordinación que mermó su eficiencia en
combate. Hubo muchos jefes que hicieron tremendos y desesperados esfuerzos por
poner orden, pero…
Esa indisciplina provocaba que (en no
pocas ocasiones) las tropas acordaran en asamblea por dónde avanzar sin tener
en cuenta las exigencias que toda acción militar requiere; otras veces
cambiaban de rumbo sobre la marcha o porque se quería ‘escarmentar’ a este o
aquel. Los jefes y oficiales de cada compañía, división o cuerpo de ejército
también desconfiaban el uno del otro, por lo que no existía coordinación, ni
objetivos comunes, ni colaboración, sino que cada uno decidía por sí sin
informar (hubo casos en que uno avanzaba o retrocedía sin dar cuenta a nadie,
con lo que se contaba con ellos y no estaban o se topaban con tropas que no se
esperaban); además aquellas rivalidades y rencillas de partido llevaba a unos a
no apoyar un ataque, a otros a no proteger un flanco, y a los otros a una
retirada injustificada… En resumen, cada uno de las unidades estaba integrada
por militantes de los diversos grupos políticos que conformaban el Frente
Popular y cada cual trataba de hacer la guerra por su cuenta según su interés o
parecer.
No hay que olvidar que ese desgobierno,
ese desbarajuste provocó innumerables ‘incidentes’. Por ejemplo, cuenta el
anarquista Cipriano Mera en sus memorias que tanto las Brigadas Internacionales
como las unidades de Líster o los batallones de la CNT “retrocedían en desorden
sin que hubiera forma de pararlos y reorganizarlos”, y señala que la causa era
la falta de disciplina de la tropa y la negativa a obedecer órdenes. De hecho,
el cuerpo que mandaba Mera recogió miles de fusiles y muchas piezas de artillería
abandonadas por las tropas de El Campesino que huían en desbandada.
Una muestra evidente del desgobierno y descoordinación
que imperaba en las filas leales a la República es lo que se conoce como el
‘Incidente de Tarancón”, sucedido en noviembre del 36. El mencionado Cipriano
Mera estuvo a punto de fusilar a los miembros del Gobierno de la República que
escapaban de Madrid pensando que la ciudad estaba perdida y que había que
ponerse a salvo. Es decir, sin comunicar nada a los altos mandos militares, varios
ministros y altos cargos eran los primeros en huir. Mera, el albañil que llegó
a general de división, lo calificó como “verdadera vergüenza”, y añadió “si no
monto ahora una gorda por mi cuenta es porque tengo conciencia de que no deben
imponerse los puntos de vista particulares”. Otra muestra del desbarajuste se
produjo al final de la guerra, cuando el coronel Casado se rebeló contra lo que
quedaba del gobierno republicano: una guerra dentro de la guerra.
El otro bando se recompuso rápidamente
del desorden inicial, se reorganizó, estableció una cadena de mando, impuso la
disciplina, todo el mundo obedecía a sus superiores, las operaciones militares
estaban coordinadas, pensadas, organizadas… Todo lo cual es imprescindible para
ganar una guerra, y sin ello la derrota es segura. Habrá otras causas, pero
estas fueron determinantes.
CARLOS DEL RIEGO
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