miércoles, 21 de noviembre de 2018

LAS MENTIROSAS PREDICCIONES APOCALÍPTICO-MEDIOAMBIENTALES Las ridículas predicciones que a décadas vista proclaman ciertos gobernantes con voz campanuda y tono apocalíptico tienen tanto valor como las que vaticinaban el fin del mundo en el año mil o el caos de los ordenadores en el dos mil. Echando un vistazo a los vaticinios de algunos ‘expertos’ ecologistas y comparándolos con la realidad que el tiempo ha mostrado puede deducirse que era evidentemente exagerados, cuando no auténticas mentiras

Según auguraron ciertos expertos en 1994, en el año 2010 sería imposible esquiar en el sur de España, sin embargo, esta foto de junio de 2018 muestra un muro de cuatro metros de nieve (foto, websierranevada).


Hay ocasiones en que la obsesión por una causa justa lleva a sus defensores a pasar por encima de la realidad, de la verdad, ya sea consciente o inconscientemente. De este modo se conducen muchas bienintencionadas criaturas preocupadas por el medio ambiente y los excesos contaminantes, las cuales no dudan en proponer futuros cercanos casi apocalípticos; sin embargo, cuando se cumplen los plazos anunciados y las cosas no son como habían predicho, algunos de los que creyeron aquellas profecías catastrofistas empiezan a dudar, a sentirse engañados y manipulados y, fácilmente, a pasarse al lado negacionista.

Eso de anunciar grandes catástrofes a escala planetaria viene de muy antiguo.  Una de las herejías altomedievales es el mito milenarista, que predecía, más o menos, el fin del mundo con la llegada del año mil; lo curioso es que con la llegada del año dos mil (el último año del siglo XX y del segundo milenio) se produjo un mito semejante, ya que se habló del colapso de todos los ordenadores en caso de que hubiera algunos no preparados para el cambio de dígito. Sobra decir que no pasó nada. Sin embargo, por curioso y sorprendente que parezca, y a pesar de que todos los vaticinios de enormes catástrofes fallan, se siguen anunciando, y muchas veces desde organismos científicos.

Cuando en el año 1994 se suspendió el Campeonato del Mundo de Esquí en Sierra Nevada por falta de nieve, voces autorizadas y conocedoras del asunto del clima publicaron en revistas especializadas artículos sensacionalistas en los que afirmaban que, para el año 2010, sería imposible esquiar en el sur de España por falta permanente de nieve; igualmente se dijo que, alrededor de dicho año el río Ebro perdería un gran porcentaje de su caudal, mientras que algunas poblaciones costeras del Mediterráneo serían inundadas. Poco antes, a principio de la década de los noventa, otros ‘expertos’ anunciaron que en torno al año 2020 el petróleo empezaría a dejar de utilizarse por la simple razón de que apenas quedaría, y que su extracción ya no sería rentable; la principal razón era que el acceso masivo de chinos e indios al automóvil terminaría rápidamente con las reservas mundiales. Son apenas un par de ejemplos, pero podría elaborarse una larguísima lista de augurios de enormes calamidades enunciadas en el último medio siglo que, evidentemente, no se han cumplido ni de lejos. En todo caso, como es sabido, Sierra Nevada ha recibido copiosísimas nevadas en los últimos años y el petróleo no parece escasear.

Es imposible negar la contaminación de los mares (desde plásticos hasta combustibles), de las tierras (desde desechos tecnológicos hasta residuos nucleares), del aire, de los ríos y subsuelos. No cabe duda, se esquilman los recursos naturales mucho más allá de la lógica, se destruyen estúpidamente ecosistemas sin calcular las consecuencias y, en fin, no se hace un uso racional de esos recursos. Pero anunciar cataclismos, predecir escenarios cercanos a las plagas bíblicas o hecatombes a escala global de aquí a unas décadas es acercarse no ya a la adivinación, sino a la simple mentira. Claro que hay creencias aun más disparatadas, como la que sostienen quienes están convencidos de que ‘nos estamos cargando el planeta’, sin tener en cuenta que el planeta ha pasado por episodios infinitamente más catastróficos y duraderos que el actual (la gran extinción del Pérmico duró un millón de años) y que la Tierra tiene mucho tiempo para regenerarse. En otras palabras, todos esos excesos los pagarán las personas, pero lo que sucede ahora es para la Tierra apenas un rasguño.    

No cabe duda de que mucha gente sinceramente convencida y comprometida con el medio ambiente prefiere pasarse, exagerar, elegir siempre el peor de los escenarios sin valorar las infinitas e imprevistas variables. Pero esta postura, a la larga, resulta contraproducente, pues creará escépticos.

En realidad, sólo tipos de la talla de Julio Verne o Isaac Asimov fueron capaces de ‘adivinar’: aquel predijo el viaje a la luna, y este anunció que un día todos los humanos estarían intercomunicados permanentemente.

CARLOS DEL RIEGO




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