miércoles, 16 de agosto de 2017

LAS SANTAS INQUISICIONES DEL SIGLO XXI. La Inquisición, que nació para perseguir herejes y brujas en el contexto medieval, desapareció hace siglos. Sin embargo, la idea ha sido retomada por ciertos colectivos que señalan y hostigan a los nuevos herejes, que son los que les llevan la contraria.

Algunas inquisiciones del siglo XXI coinciden en métodos y deseos con la inquisición medieval.

El término inquisición se asocia automáticamente a intolerancia, a imposición por la fuerza, a represión y castigo sangriento. Nacida en el siglo XII en Francia, de un modo u otro se extendió por la mayor parte de la Europa medieval, siendo muchas veces un instrumento de gobiernos y poderosos. En todo caso, tonto sería valorar hechos, ideas y personas de épocas tan lejanas bajo el prisma de la mentalidad actual. Sin embargo, sí que aparecen hoy grupos ideológicamente totalitarios y sectarios que se autolegitiman para señalar a los modernos herejes, los cuales son todos aquellos que tienen la osadía de no compartir las mismas ideas, inquietudes y objetivos que dictan cada uno de esos tribunales de las santas inquisiciones del siglo XXI. Seguro que hay más, pero estos serían los principales tribunales que vigilan el cumplimiento de los diversos dogmas. 

Típica de España es la santa inquisición segregacionista catalanista que, entre sus últimas ocurrencias (VIII-17), trata de menospreciar a Antonio Machado y proponer retirarle la calle que tiene en Sabadell (Barcelona) por ser ‘españolista’; y aun hay esperpento mayor, pues el informe que aconsejaba quitar la calle al poeta exigía lo mismo con las dedicadas a Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Goya o Larra por ser “un modelo seudocultural franquista”…, pronto serán así señalados el rey godo Chindasvinto, Séneca y Viriato. ¡Cómo hay que tener las entendederas para decir semejantes sandeces sin avergonzarse!… Pero lo que deja sin palabras es que existan criaturas convencidas de que es pura democracia el hecho de arrinconar, insultar o acongojar al que lleva la contraria al oficialismo. Esta inquisición separatista, que también existe en otros territorios, trata de imponer una historia y un lenguaje que se ajuste a su creencia, y además está convencida de que hace lo correcto. 

Mucho más universal es la santa inquisición feminista, que está constantemente a la caza de cualquier gesto, imagen o palabra susceptible de ser interpretada como machismo. La última es prohibir cantantes y canciones con letras consideradas machistas, tal vez interpretando que esas canciones pueden producir agresiones sexistas o normalizar comportamientos odiosos; la realidad es que sólo son canciones malísimas. Sea como sea, es extremadamente difícil decir tres frases seguidas sin que exista alguien que encuentre algo que pueda ser entendido como machismo o (término nuevo) ‘micromachismo’. La feminista es gemela de la santa inquisición autodenominada LGTB, que ve fobias por todas partes; lo sorprendente es que los que más alto denuncian  aquí, callan como muertos a la hora de condenar la brutalidad de los países donde se producen más y más sangrantes casos de machismo y homosexfobia…   

La santa inquisición anticatólica tiene larga tradición en España; es la que se siente ofendida por la visión de un crucifijo, por la existencia de iglesias o por las procesiones. Los que componen esta especie de sanedrín se sonríen o aplauden agresiones contra religiosos e iglesias, dando a entender que comprenden esos ataques (“la única iglesia que ilumina es la que arde”, según un dicho de este entorno). Asimismo, esta modalidad inquisitorial también culpa de casi todos los males del planeta al cristianismo basándose en que se han cometido grandes matanzas en su nombre…, como si no se hubieran llevado a cabo mayores barbaridades en nombre de la libertad, la democracia o la justicia. Es necesario recordar que quien mata u ordena matar es la persona, con nombre y apellidos.

Bastante nueva  es la santa inquisición animalista, que ve maltrato animal a cada paso. Por ejemplo, están en contra del uso de animales para experimentación, pero cuando llevan su mascota al veterinario no caen en la cuenta de que éste ha aprendido practicando con animales, o que los avances en procedimientos, en farmacia o en cirugía se han logrado tras ensayar en animales tratamientos, medicamentos o técnicas. También entienden intolerable el uso de irracionales para diversas actividades, pero ellos son capaces de tener al perro metido en un pisito 22 ó 23 horas al día. Igualmente resulta contradictorio el hecho de que, muchas veces, pretendan demostrar su animalismo extremo gritando su odio a las personas. ¿Y cuando dicen que los animales son personas no humanas, dando a la palabra el significado que se le antoja?

También es de reciente creación la santa inquisición vegana, la cual suele presentarse asociada a la anterior. Más que conocido es el caso del dueño del restaurante vegano que expulsó de su local a una madre porque daba biberón con leche de vaca al bebé. Este fanatismo se manifiesta, ante todo, en círculos cercanos, aunque no pierden sus militantes la ocasión de llevar a cabo acciones callejeras con las que tratan de acusar de pervertidos a quienes tienen otros gustos, otras prioridades, otras inquietudes.

La santa inquisición izquierdista es universal y fácil de detectar. Quien se dice de izquierdas siempre mira por encima del hombro al conservador y al que no lo desprecie; lo curioso es que para integrarse en algún colectivo izquierdoso basta con decirlo, basta con despotricar contra ‘los reaccionarios’, es decir, no hay que hacer nada, no hay que llevar una vida diferente a ‘ellos’, sólo hay que declararse.

El caso es que, como los buenos inquisidores, quienes militan en alguno de estos santos oficios están siempre ojo avizor para detectar cualquier atisbo de indicio que les dé ocasión de denunciar…, tal y como hacía el inquisidor medieval, que buscaba presentarse como implacable martillo de herejes o endemoniados. Otro rasgo común de los adscritos a las diversas variantes de las inquisiciones del siglo XXI es que, invariablemente, están siempre deseosos de hacer notar la creencia a la que pertenecen, y a la primera ocasión que se presenta (y aun sin venir a cuento) presumen con voz campanuda un “es que soy vegano yo”, o animalista y antitaurino, o feminista, o comunista…, pues así sienten un prurito, un añadido de superioridad intelectual, moral o humana sobre quien no profese su dogma.

CARLOS DEL RIEGO


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