Este es un problema que existe en España (y en todo el mundo), jueces militantes, ideologizados, partidistas y abiertamente forofos. |
Son tres colectivos especialmente sensibles, por lo que exponerles algo parecido a una queja sitúa al criticón en el plano de la incorrección política. La primera discrepancia tiene que ver con la vinculación político-ideológica explícita de los jueces (y también los fiscales). Asimismo puede achacarse a los sindicatos su falta de iniciativa en la búsqueda y creación de empleo. En cuanto a los peatones, el asunto no está en sus manos, sino en las administraciones municipales, y va de la gestión de los pasos de cebra…
Como es sabido, en España (en otras
partes ocurrirá lo mismo) existen asociaciones y agrupaciones de magistrados en
función de su ideología política, es decir, hay jueces militantes en la derecha
y en la izquierda que manifiestan abiertamente sus creencias. Sin embargo, no
parece ni sano ni justo que el encargado de impartir justicia sea parcial,
sobre todo cuando se trata de altas instancias y cuando los encausados sean
personajes notables en el terreno de la política; así, si la ideología del
juzgador coincide con la del juzgado habrá sospechas de trato de favor, aunque
puede ocurrir que para no dar pie a suspicacias el juez se muestre más duro; y
en el caso de que las ideologías sean opuestas, puede suceder lo mismo pero en
sentido contrario: que haya quien piense que el togado le va a ‘dar la del
pulpo’ o que se muestre más benevolente de lo normal “para que no digan”. En
todo caso son dudas sobre una institución basada en la credibilidad; además, la
separación de poderes exige que política y judicatura sean completamente
independientes, compartimentos estanco. El hecho de que un juez declare sus
simpatías políticas o milite en una asociación de carácter político equivale a
que un árbitro de fútbol (o de lo que sea) se diga hincha del Madrid o del
Barça, e incluso sea socio de uno de ellos y siga arbitrando partidos en
Primera División. Sin la menor duda, esta situación no se consentiría en el
fútbol español, sin embargo, sí que se permite en el ámbito de la judicatura, un
lugar donde la imparcialidad debería ser imprescindible y obligatoria. Lógicamente,
el señor juez tendrá sus preferencias y, al igual que el árbitro, también su
corazoncito (faltaría más), pero parece mucho más aconsejable no exhibirlas,
pues la política es partidista, mientras la justicia no. O no debería serlo. Lo
dicho puede aplicarse al gremio de los fiscales (y policías, y militares).
Igualmente resulta inadmisible que haya jueces que busquen el foco y la cámara,
o sea, que aspiren a ser jueces-estrella y aparecer habitualmente en las
primeras páginas; y es que, al igual que a un árbitro de fútbol, lo mejor que
le puede pasar a un juez, lo más profesional, es que no se hable de él, que
huya del protagonismo.
Los sindicatos vienen funcionando desde
hace mucho tiempo sin apenas variación, centrándose su labor en la (necesaria)
protección de los trabajadores, con exigencias de mejora, convenios, manifestaciones,
huelgas… Sin embargo, también podría pensarse que no estaría mal que tomaran la
iniciativa en cuanto a trabajo se refiere. Por ejemplo, suelen cargar contra
las empresas de trabajo temporal, tampoco ahorran reproches a empresas y
patronal, y utilizan sus palabras más gruesas y sus acciones más rotundas
contra el gobierno de turno. Pues el caso es que los sindicatos podrían
reconvertirse, evolucionar e incorporar secciones dedicadas a la búsqueda y
creación de trabajo. Así, cuando se quejan (con razón) de las altas tasas de
paro y de la mala calidad de los nuevos empleos, algún atrevido les diría que
por qué desde los sindicatos no se crean empresas que ofrezcan puestos bien
remunerados…, nadie nació siendo empresario y la mayoría de ellos empezaron de
cero (o menos), pero muchos crearon cientos o miles de trabajos. Además, los
sindicatos disponen de mucha información que sería utilísima a la hora de poner
en marcha nuevos proyectos. Hay que tener en cuenta que estas asociaciones
están subvencionadas por la administración, por lo que no sería un disparate
exigirles más iniciativa, más tiempo y esfuerzo a la hora de encontrar y crear
trabajo, y menos política.
Lo de los peatones no es ni siquiera
crítica, sino denuncia de un despilfarro continuo. El asunto es que, como
quiera que el caminante tiene preferencia de paso en los pasos de cebra, hay
ocasiones en que una sola persona (que tiene todo el derecho a cruzar por su
sitio) obliga a detenerse a veinte, treinta, cincuenta automóviles, con el
consiguiente derroche de combustible. Y así en un cruce, en una calzada, en una
rotonda… No se puede en todas partes, claro, pero se ahorraría muchísimo
combustible si en los sitios de mayor aglomeración (por ejemplo en rotondas y
glorietas) se dispusieran pasos subterráneos para peatones… Aunque seguramente
existan muchas otras soluciones viables y prácticas con las que no gastar tanto
dinero y tiempo.
No hay conexión entre las tres
cuestiones. Sólo se trata de mostrar, desde la incorrección política,
situaciones que no funcionan demasiado bien o que podrían funcionar mejor. Nada
más.
CARLOS DEL RIEGO
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