Comer sólo vegetales es una opción respetable, pero no lo es imponérselo a los demás |
La causa que a muchos lleva a militar
en este credo del veganismo y el animalismo está, dicen sus feligreses, en el
convencimiento de que los animales tienen sus derechos (algunos dicen que
incluso derechos humanos), entre los que se incluye el de la igualdad; en
resumen, es una filosofía de vida que tiene su base (para gran parte de sus
adeptos) en la personificación de los animales, a los que se dota de rasgos típicos
de la personalidad y sentimientos humanos.
Este modo de entender la realidad es
discutible, pero mientras cada uno tome sus decisiones libremente, respetando
la ley y a quien no piense como ellos, dicha postura es perfectamente asumible
y digna de respeto. Lo malo del asunto es que muchos (no todos) militantes en
el veganismo y el animalismo han hecho de su idea un absoluto, es decir, se han
convertido en ultras, en fanáticos dispuestos a casi todo para defender su doctrina.
Así, ese movimiento tiende a la secta, a ese sectarismo que conduce
inevitablemente al pensamiento maniqueo: los que no usan animales son los
buenos, mientras que el resto son pervertidos y despreciables asesinos; cierto
que esta filosofía extrema no la comparten todos los que han renunciado al bacalao
al ajo arriero, pero también es cierto que todos los que nutren las filas
animalistas se sienten superiores moralmente, éticamente, tanto que no tienen
reparo en manifestar abierta y orgullosamente esa pretendida superioridad.
Varios ejemplos aparecidos en los
medios de comunicación en las últimas semanas ilustran perfectamente esta
deriva fanatizante del vegano, la cual lo lleva a sentir empatía exclusivamente
con los animales y con quienes piensan como ellos, llegando incluso a odiar al
resto. Se supo que los dueños de un restaurante vegano expulsaron de su local a
una madre que pretendía dar el biberón con leche de vaca a su bebé; cabe
preguntarse, ¿y si la leche fuera de la propia madre, o sea, producto animal? Algunos
fenómenos del disparate denuncian que hay que evitar los cuentos infantiles en
los que el ‘malo’ es un animal (lobo, zorro, serpiente…), puesto que, según
ellos, es una forma de fomentar el maltrato animal; por tanto, para estas
criaturas (los animalistas, no el lobo), el ‘malo’ del cuento (de la peli, la
novela) o ha de ser siempre un hombre, cuyo maltrato es siempre preferible al
animal, aun cuando sea en la ficción. Pero lo absolutamente insuperable es lo
que una madre se ha dejado decir: “Tengo dos hijos, si yo fuera una vaca ya estarían
muertos y hubieran sido comidos. Todavía estaría de luto por ellos”…
¡tremendo!; en primer lugar, si la señora fuera vaca pensaría como vaca, o sea,
no pensaría, en segundo lugar, si tuviera ruedas sería una bici, en tercer
lugar, no se ven muchas vacas de luto a pesar de la cantidad de terneras que se
comen, en cuarto lugar, cuando las hienas cazan y comen crías de gacelas sus
madres tampoco se visten de negro, y por último, tanto las vacas como las
gacelas olvidan a sus retoños en poco tiempo; aunque parezca innecesario es
preciso recordar que las madres animales cuidan, alimentan, defienden a sus
cachorros por puro instinto, nada más, sin sentimientos humanos.
Preocupante es la carta que una mujer
inglesa ha remitido a un periódico y en la que explicaba por qué su hija la
odia. Cuenta la señora que un día la chica decidió dejar de consumir productos
de origen animal, sin meterse en más; pero al poco la niña empezó a mostrarse
más y más exígete respecto a la presencia de carne y productos animales; tampoco
pasó mucho antes de que la joven empezara a despreciar e increpar a su madre, “pues
ya no toleras ningún punto de vista contrario. Ya no puedes respetar a nadie
que no sea vegano, y eso me incluye a mí (…) No puedo explicar lo que siento al
saber que le doy asco a mi propia hija”, escribía la atribulada madre. La chica
empezó sintiendo empatía por los animales y ha terminado odiando, insultando y
sintiendo asco por su madre. Y aquí está el meollo de la cuestión, aquí está el
gran peligro del vegano fanáticamente convencido que pasa del amor a los
animales al odio a los humanos: su ideología lo ha penetrado y ocupado hasta
tal punto que ha expulsado de sí cualquier otro sentimiento, puesto que el
proceso mental de todo fanatismo (político, religioso, futbolístico) es
idéntico y conduce inevitablemente al odio a los infieles.
“Que un carnívoro sea violento es
comprensible, pero que lo sea un vegano es filosóficamente incongruente”, dijo
el ambientólogo y naturalista argentino Claudio Bertonatti; y eso que no sabía
de los animalistas que, hace unos meses, desearon la muerte de un niño con
cáncer porque dijo que quería ser torero. Además, este especialista señaló que
es prácticamente imposible, a día de hoy y en las sociedades tecnológicas, cultivar
y consumir vegetales sin que ello afecte a animales, directa o indirectamente.
Si uno decide comer sólo vegetales,
perfecto, está en su derecho; pero tratar de imponer esa opción mediante el
desprecio, el insulto, la amenaza o la agresión a quien opina distinto es cosa
de talibán.
CARLOS DEL RIEGO
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