jueves, 22 de septiembre de 2016

LA DEMOCRACIA NO ES EL REMEDIO UNIVERSAL De todos los sistemas de organización social conocidos, parece más que comprobado que la democracia es el menos malo, lo que no quiere decir que sirva para todo y todo lo remedie. Algunos, sin embargo, creen que votando se soluciona cualquier problem

No se puede estar continuamente votando y no todo puede llevarse a votación.
La democracia no es el curalotodo universal, no es el remedio y el recurso para solucionar todos los problemas habidos y por haber en el planeta. Al revés, mal entendida es origen de infinidad de situaciones indeseables. Por ejemplo, hay quien  está convencido de que lo ideal es consultar al votante cualquier cuestión que se plantee, es lo que se llama democracia directa, la cual conlleva referéndums casi mensuales, quita responsabilidades a los designados para asumirlas y obliga al ciudadano a tomar la decisión que le correspondía al político. Y eso por no hablar de la depravación de algunas consultas…

En Sevilla se están sometiendo a votación (IX-16) cuestiones en torno a la Feria de Abril, un primer intento cuyo final podría ser lo que ocurre en lugares como Suiza o California, donde han adoptado la modalidad de la democracia directa desde hace mucho, con consecuencias dudosas o absolutamente perversas. Así, en el emblemático estado de la costa oeste estadounidense se han celebrado referéndums cuyos resultados iban en contra de la legislación, con lo que fueron tumbados por los tribunales correspondientes; por ejemplo, se preguntó si se excluía a inmigrantes de todo el sistema educativo y sanitario y salió que sí, pero al ser inconstitucional, el resultado fue rechazado; igualmente se dejó en manos de los votantes abolir o no la pena de muerte, y decidieron a favor de la inyección letal; asimismo, algunas propuestas para votación proceden de grupos extremistas y antisistema, que las plantean de un modo oportunista. En Suiza se convoca referéndum cada tres o cuatro meses, lo que ha conllevado un cansancio en la población que se traduce en unos índices de participación bajos o muy bajos; por ejemplo, en elecciones federales hace ya mucho que apenas se llega al cuarenta por ciento , mientras que otras consultas de menor enjundia apenas movilizan al quince por cien de los votantes; y siempre se está expuesto a preguntas indeseables, como ¿permitimos o no la entrada de extranjeros?, o ¿permitimos o no el voto de las mujeres en las elecciones federales?, cosa que se hizo en 1959 con resultado negativo y en 1971 con un sí mayoritario.  

Esto de preguntar continuamente a los ciudadanos por decisiones que deben tomar sus representantes políticos es, sin la menor duda, una muestra de cobardía por parte de esos políticos, que de este modo se quitan el muerto de encima; es decir, diga lo que diga el resultado de la consulta ellos están a salvo, nadie les podrá echar nada en cara, puesto que ellos sólo toman una u otra opción en función de lo que diga la mayoría de los ciudadanos. Si  cualquier iniciativa se resuelve mediante votación popular, ¿cuál es la función del representante público?, o lo que es lo mismo ¿para qué se les elige?; es evidente que se les coloca en puestos de poder precisamente para que tomen decisiones, para que sus expertos y sus técnicos estudien el asunto y ellos, en tanto que cargos con capacidad de decisión, adopten la medida que crean mejor para el bien común. En fin, que si delegan en los ciudadanos la promulgación de leyes o la puesta en marcha de cualquier iniciativa, ¿qué es lo que justifica el sueldo que cobran?, ¿qué otra cosa hacen que merezca una paga tan suculenta? En realidad, si todo va a depender de la voluntad del pueblo no hace falta que exista la figura del político (que, dicho sea de paso, habría que eliminar y sustituir por el ciudadano metido temporalmente a labores políticas). Además, nunca convocarían un plebiscito que preguntara ¿desea usted que los políticos cobren un tope máximo establecido, pierdan dietas, primas y privilegios, y tengan limitada la estancia en política?; por muy fanáticos que sean de la democracia directa, jamás dejarían en manos del ciudadano cosas como estas.

¿Y qué pasaría en España si se preguntara al personal qué hacer con los inmigrantes?, ¿y con la pena de muerte?, ¿y con la construcción de vertederos de residuos, centrales nucleares, mezquitas, carreteras, embalses…?, ¿qué pasaría si se planteara la cuestión de entregar una paga a todo español por el hecho de serlo?, la respuesta a esta última se adivina fácilmente, con lo que se incentivarían (puede decirse así) ‘malas prácticas’. Es fácil deducir igualmente que casi todas esas preguntas tendrían participación y respuesta en función del momento, o sea, interesarían o no, y arrojarían uno u otro resultado, según la actualidad de la cuestión. Y si toda decisión que afecte al colectivo ha de salir de votación (nacional, autonómica, provincial, municipal, por barrios…), la cosa podría volverse interminable. También hay que tener en cuenta que en lugares donde hay tantos comicios como partidos de fútbol en España, se ha dado el caso de someter a consulta popular la rectificación de algo que se acordó en anterior consulta popular… ¿Y qué dirían los incondicionales de este sistema si un referéndum general  prohibiera la democracia directa desde organismos oficiales?

Por otro lado, también es falsa la idea de que la democracia está por encima de todo, incluso de la ley. Esto, que han proclamado políticos catalanes y parte de la población se ha creído, es un absoluto disparate, una distorsión de la realidad en la que basan sus pretensiones. Es como si no vieran la imposibilidad de llevar a cabo cualquier votación si no se tiene una normativa previa, una ley que designe cómo, quién, cuándo, dónde votar, un reglamento que determine qué es legal y qué no. Por ello, no es lógico ni democrático pretender un referéndum que está básicamente en contra de las leyes que rigen la democracia; y así, del mismo modo que no se admitiría una consulta para rebajar la edad de consumo de alcohol a los 14 años porque va en contra de la Constitución, tampoco puede permitirse una que atente contra uno de los pilares de la misma…, por mucho que el proceso fuera correcto.

La conclusión es evidente: no se puede estar continuamente convocando y no todo puede llevarse a consulta. Aunque es el menos malo de los sistemas de organización, la democracia no es solución para todo, y llevada al extremo resultará perjudicial, pues como todo en este mundo, también es cuestión de medidas.      


CARLOS DEL RIEGO

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