Algunas de las canciones de Billie Holliday que fueron condenadas en su tiempo hoy serían himnos cargados de compromiso social. |
En cada momento las cosas tienen un sentido que sólo
se entiende en dicho momento. Y esto ocurre en casi todo. Baste echar un
vistazo, por ejemplo, al devenir de la moda en el vestir: a nadie se le
ocurriría hoy ataviarse con toga y manto al estilo romano, o con faldas cónicas o chaquetillas cargadas de
bordados, chorreras y encajes al gusto rococó del siglo XVIII, o con enorme
pantalón de pata de elefante y jersey minúsculo y ceñido según los gustos de
los años setenta; e igualmente, si alguien aparece en los cincuenta con atavío
punk hubiera sido interrogado por la policía o tratado como majara o pordiosero.
De un modo muy parecido sucede con la parte literaria de la música pop y rock,
con lo que cuentan las canciones, que puede resultar escandaloso en su momento
e ingenuo tiempo después; pero también ocurre que aquello que en su estreno se
vio con naturalidad, como algo campechano y carente de malicia, puede volverse
intolerable pasadas unas décadas…Esto último está sucediendo en el momento
presente, en el nuevo milenio, en el que la corrección política lleva a muchos
a rasgarse las vestiduras ante ciertos versos y expresiones.
Del mismo modo que actualmente hay que tener mucho
cuidado cuando se hace un chiste (ya que siempre habrá quien se sienta ofendido),
también hay que andarse con tiento a la hora de escribir las letras de las
canciones, pues no faltará alguien deseoso de anunciar lo muy ultrajado que se
siente con lo que dicen algunas bandas de rock, pop o estilos afines. Así, hoy no
se tolera que los versos incluyan términos como negro, marica, gitano,
subnormal, moro…, sobre todo si se utilizan como insulto; curiosamente no pasa
lo mismo con lindezas del tipo de hijo de tal o golfa en sus infinitas
variantes. También llama la atención comprobar que los mismos que se
escandalizan con las palabras de algunos estribillos, celebran y corean otros
en los que se habla con alegría de todo tipo de violencias, como colgar a este,
reventar a aquel, amenazar, quemar…
En las primeras décadas de la biografía de estos
géneros musicales, lo habitual era que no se permitieran alusiones sexuales
aunque procedieran de dobles sentidos; tampoco se dejaba pasar una si la cosa
trataba de drogas, si se metían tacos y groserías, si atacaba a la religión y
las buenas costumbres; sin embargo, la agresión machista era incluso motivo de
chiste y risa… Sólo unos cuantos años después, al cambiar el modo de pensar,
todo aquello que entonces era motivo de escándalo (sexo, drogas, amenazas) se
convirtió en lenguaje habitual, sobre todo en géneros como el punk y cercanos, pero
también en el pop más inofensivo. En este siglo el pensamiento correcto ve con
buenos ojos estrofas cargadas de amenazas violentas contra personas,
colectivos, instituciones, pero se siente herido cuando intuye el menor atisbo
de terminología racista, xenófoba, homosexófoba, machista; los vigilantes de la
corrección amparan aquellas violencias verbales con la libertad de expresión,
pero excluyen de la misma indicios de estos, por otro lado, indeseables sentimientos.
Hay casos ciertamente pintorescos, chuscos,
desconcertantes. En 2011 se denunció en Canadá el tema ‘Money for nothing’ de
Dire Straits, puesto que en un verso utiliza la palabra ‘faggot’ (marica);
cuando el tema salió en 1985 (y fue un éxito millonario) a nadie le pareció
insultante, sobre todo porque el contexto muestra con evidencia el pensamiento
de un tonto; sin embargo, la canción fue prohibida en muchas emisoras de radio
canadienses cuando llevaba más de 25 años sonando en todo el mundo... Caso
contrario es el de algunas de la gran Billy Holliday, como ‘Strange Fruit’,
sobre los linchamientos de negros, o ‘Love for sale’, sobre la prostitución,
prohibidas ambas en los años cincuenta del XX y que en el XXI serían
consideradas brillantes piezas cargadas de compromiso y denuncia (cosa que, sin
duda, son). Tampoco quedó exenta de polémica la añeja ‘Light my fire’ (1967) de
The Doors, que decía “vamos nena, enciende mi fuego”, o “chica, no podemos
llegar a lo más alto” (refiriéndose a la máxima euforia lisérgica). La lista
podría alargarse indefinidamente.
Centrando la atención en el cervantino idioma,
sorprende que apenas hubiera repercusión en 1978 con ‘En el rollo está la
solución’, en la que Micky se explaya en las bondades del droguerío; claro que
eran los años inmediatos a la muerte de Franco, cuando se tenía la sensación de
que la libertad permitía todo. Pero también sorprende que poco después se
montará la gorda con la canción ‘Me gusta ser una zorra’ de Las Vulpes, que hoy
pasaría desapercibida.
Tampoco hubo alboroto con ‘Atrapados en el ascensor’
(1988), de Un Pingüino en mi Ascensor, que incluía versos como “No trates de
alcanzar el timbre de alarma … deja de llamar a la portera … yo que puse toda
mi ilusión en esta violación”. E igualmente nadie expresó la mínima protesta
cuando en 1983 Polansi y el Ardor publicó ‘Negra’, tema que decía jocoso: “Hoy
por fin lo conseguí, tengo una negra sólo para mí”. Ni estas canciones ni otras
ya claramente señaladas, como ‘La mataré’ de Loquillo o ‘Sí sí’ de Los Ronaldos,
podrían emitirse en este siglo sin que la ciudadanía más correcta pusiera el
grito en el cielo. ¡Y qué decir de gran parte de las clásicas de Siniestro
Total!, algunos de cuyos títulos y mensajes, vistos como chistes intrascendentes
en su momento (primeros ochenta), tendrían ahora inmediata contestación en
algunos sectores sociales; así ‘Matar jipis en las Cíes (“le arranco una
pierna, le saco las uñas … son unos jipis y los voy a matar”), ‘Las tetas de mi
novia’ (“tienen cáncer de mama, por eso no quiero tocarlas”), ‘Ayatollah’ (“no
me toques la pirola”); en realidad no es más que ingenua irreverencia juvenil.
Lo que ayer era intolerable para casi todos hoy es
moneda corriente, pecata muy minuta; y lo que entonces se entendía como chanza
ingenua resulta en estos días inadmisible, motivo de protesta en las redes y en
la calle. Y viceversa. ¡Qué rápido cambia la perspectiva a la hora de valorar
modos, pensamientos y expresiones!
CARLOS DEL RIEGO
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