El fútbol, la otra pasión de Bob Marley, le reveló que tenía cáncer, pero sus creencias le impidieron combatirlo |
Las estrellas del rock, como todos los mortales, se
han ido con aquella de todas las maneras imaginables, pues la guadaña siega e
iguala todas las briznas de vida, sin distinguir. Sin embargo, hay veces en que
el modo de irse puede ser calificado de tonto, evitable, patético. En el universos
rockero hay numerosos ejemplos de grandes personajes que abandonaron la vida
prematuramente, la mayoría debido a causas que tópicamente se asocian a esta
actividad, como las drogas o los accidentes (de coche, de avión, fuego); pero
también hay muchos que se fueron a causa de enfermedades de lo más corriente
(cánceres de todo tipo, infartos), los que buscaron ellos mismos su final y los
que fueron víctimas de la violencia… Y también hubo protagonistas de la
tragicomedia del rock que palmaron antes de tiempo a causa de la fatalidad, ya
fuera por torpeza, cabezonería, estupidez o verdadera mala suerte. En cualquier
caso, la fatalidad. ¿Y qué se puede hacer contra la fatalidad?
Bob Marley dejó este mundo en 1981. Como todo
interesado en el reggae conoce, Marley era un fanático del fútbol, y le
encantaba echar un partidillo en cada ciudad donde actuaba, con periodistas,
sus músicos, ayudantes, encargados del equipo (los pipas) y el resto de la
cuadrilla. En una de esas pachangas, en 1977, le hicieron una dura entrada que
le provocó enormes dolores en un pie; en la clínica le dicen que tiene un
melanoma (cáncer) en el dedo gordo, que es bastante típico, y que se extenderá
por todo el cuerpo a no ser que se ampute el dedo. Pero la creencia rastafari
va en contra de separar ninguna parte del cuerpo, es más, casi prohíbe cortarse
las guedejas o las uñas, así que mucho menos si es carne y hueso, de modo que
el autor de ‘Jammin’ continuó como si nada ocurriera. Tres años después,
mientras hacía deporte en Nueva York, cayó, lo llevaron al hospital y le
advirtieron de que su cuerpo estaba absolutamente invadido. La muerte (a la que
tenía verdadero pánico) llegó en pocos meses... Cada persona es libre de pensar
y creer como quiera, pero no deja de ser verdadera cabezonería, casi fanatismo,
no renunciar a un dedo de un pie aun con la certeza de que, de no hacerlo, la
muerte será muy prematura.
Asesinados fueron tres grandes músicos que brillaron
en géneros muy diferentes. El más universal es, claro, John Lennon, tiroteado por
un imbécil que, afortunadamente, sigue en la cárcel desde aquel fatídico día de
1980. El genio del soul y rythm & blues Marvin Gaye estaba en casa de sus
padres en abril del 84; casi a diario discutía y se daba de puñetazos y patadas
con su padre (a causa de drogas y dinero), de modo que el día de autos papá se
cansó de recibir, cogió la pistola y le pegó dos tiros (versión oficial);
cuentan que, ya con el plomo en el cuerpo, Marvin amenazó “me marcho y no
volveréis a verme por aquí”… Otro imprescindible del reggae es Peter Tosh; el
rastafari fue asaltado en su casa en Jamaica (en septiembre de 1987) por un
delincuente al que había ayudado anteriormente; junto a otros dos secuaces le
exigió dinero, pero el músico no tenía; en esas llegaron unos amigos a la casa
y se montó una buena ‘balacera’, que comenzó cuando aquel ingrato le metió dos
balas en la cabeza. Son tres muertes tan absurdas como inesperadas, sin
sentido, cargadas de patetismo.
Terry Kath, el cantante, guitarrista y compositor
del grupo estadounidense Chicago, murió por una fatal estupidez. Aficionado a
las armas, en enero del 78 estaba en casa con unos amigos; jugaba con un
revólver y, sonriendo, se lo colocaba en la sien a la vez que decía “tranquis
tíos, está descargado”; a pesar de las advertencias de los presentes, Terry
dejó el revólver y tomó una pistola 9 mm, también descargada; finalmente, le
cambió el cargador y volvió al jueguecito. Pero la pistola tenía una bala y
murió instantáneamente. Con él se cumplió el dicho de que ‘las armas las carga
el diablo’. Imprudencia, negligencia, torpeza… En todo caso, una muerte
patética.
Stiv Bators, cantante de The Lords of the New Church
(y otros grupos) estaba en París en 1990, de vacaciones. Bebido, fue
atropellado por un taxi y luego llevado al hospital. Sin embargo, al tener que
aguardar en la sala de espera, y creyendo que no tenía ninguna herida seria, se
largó a casa sin haber sido examinado. Murió a causa de una conmoción cerebral
esa noche, mientras dormía. ¿El alcohol nubló su mente y le hizo creer que no
necesitaba revisión médica?, ¿pensó que alguien tan importante como él no tenía
obligación de esperar? ¿Necedad o soberbia?
Lo de Marc Bolan, el pequeño gran líder de T. Rex e
icono del glam-rock, es pura ironía, trágica ironía. Le encantaban los coches
pero a la vez les tenía auténtico pánico, tanto que nunca quiso aprender a
conducir a pesar de poseer varios automóviles. Aquel día de septiembre de 1977
su novia conducía un Mini de su propiedad, perdió el control y chocó contra un
poste telefónico y luego, rebotado, contra un árbol. Ella sufrió varias
fracturas en brazos y cara, pero él murió casi instantáneamente. ¿Intuía el
pobre Marc lo que el destino le tenía preparado? Ninguno llevaba puesto el
cinturón de seguridad, así que es oportuno preguntarse ¿hubiera sobrevivido con
el cinto ajustado?
Y la lista es más larga. La muerte tonta, evitable,
prematura, patética, no sabe de rock ni de nada, y por eso se presenta en el
escenario igual que en el patio de butacas. Y aunque muchas veces es pura
fatalidad sin que el sujeto intervenga, en no pocas ocasiones el imprudente y
el que hace tonterías pone mucho empeño en atraerla. Y en el mundo del rock es
valor la temeridad.
CARLOS DEL RIEGO
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