jueves, 25 de junio de 2015

JUEGOS OLÍMPICOS TOKIO 2020: HACIA LA GROSERÍA Y LA VULGARIZACIÓN Los estamentos deportivos internacionales están señalados, acosados por casos sangrantes de corrupción. Tal vez como huida hacia delante, el COI anuncia la aparición en los Juegos de modalidades como los bolos o juegos de cartas.

Por increíble y descorazonador que resulte, este podría ser un escenario olímpico
Quienes tienen los Juegos Olímpicos como esencia pura del deporte, pero también como sublimación del ‘más rápido, más alto, más fuerte’, estarán aterrados ante las amenazas del Comité Olímpico Internacional, las de la organización de los Juegos de Japón 2020 y, en general, las de todos los que presiden cualquier disciplina federada; la razón es que están proponiendo para integrarse al programa olímpico actividades disparatadas y lejanas a lo que ha de ser un deporte y, evidentemente, a años luz de lo que debe ser un deporte olímpico. Todos esos comités (donde, seguro, menudea la corrupción) están dispuestos a convertir los Juegos Olímpicos en algo así como un revoltijo de festival, feria, verbena o romería. ¡Si el barón de Coubertin viera lo que unos cuantos cretinos codiciosos han hecho con ‘sus’ juegos!

La cosa es para echarse a temblar, puesto que ya están reconocidos por el COI ‘deportes’ como el soga-tira, la orientación, bolos (incluso modalidad sobre hierba), floorball (que es como el hockey pero con la bola y los sticks de plástico), el frisbee (sí, eso de tirar y recoger un disco de plástico), el sumo (lo de los gordos japoneses que se empujan) y una especie de kung-fu, también el raquetball (que es casi idéntico al squash), el netball (sucedáneo del baloncesto pero sin tableros), el korfball (muy parecido al anterior), el surf, el golf y, entre otras, ¡el ‘bridge’!, sí, el juego de cartas. Que actividades respetables pero que no son deporte (como la natación sincronizada, la gimnasia rítmica y el patinaje artístico) o deportes-sucedáneo (como el vóley playa) estén en el calendario olímpico ya es prostituir el espíritu de la milenaria reunión, pero que aquello otro aspire a formar parte de los Juegos (y con perspectivas de conseguirlo) es pura charlotada, bufonada surgida de mentes estrechas que ven los aros olímpicos como si fueran $ y €.
Realmente no sería la primera vez que los juegos caen en la indignidad. De hecho, Pierre de Fredy, el barón de Coubertin (quien los rescató a finales del siglo XIX después de casi dos milenios de olvido) se quejó amargamente de cosas como las que ahora pretenden estos mamarrachos que capitanea el presidente del COI, Tomas Bach, un extirador de esgrima alemán impregnado de política hasta el tuétano, lo que significa mentira y manipulación, deshonestidad, inmoralidad… El barón, ingenuo e idealista, dijo de los Juegos de París 1900: “Se han convertido en algo mezquino e indigno”, y de los organizadores: “No han comprendido lo que es el olimpismo”. Y cuando, cuatro años más tarde en San Luis (USA), se incorporaron especialidades como las ahora propuestas, clamó: “Esto es una farsa carnavalesca y ultrajante”. En fin, que si las cosas siguen por estos cauces, las amargas afirmaciones del visionario francés podrán aplicarse hoy con gran propiedad.

Si no hay quien pare los pies a esta horda dudosa, pronto sopesarán la posibilidad de incluir en la villa olímpica las carreras de sacos, futbolín, petanca o lucha de brazos (los pulsos, vamos), y también el monopoly, y ¿por qué no concurso de prestidigitación e ilusionismo?, e igualmente el tute (con sus diversas modalidades ‘cabrón’, cuarentaytres, subastao, ganapierde…) o el póker, y el ajedrez y las damas, ¿y quién votaría en contra de incorporar un concurso de mises?, ¿y qué hay de malo en el juego de la rana? Sólo faltan la cucaña, la carrera de cintas y el corro la patata… Lo único que se precisa es poner encima de la mesa el dinero necesario. 

Si los Juegos Olímpicos tienen encanto y atractivo es, más allá del hecho deportivo, por su halo mítico; sin embargo, con intenciones como aquellas, lo que hacen es arrebatarle solemnidad y tradición para convertirlo en festejo popular, romería, circo. Renuncian a la historia, al acervo legendario de los héroes del estadio (Nurmi, Thorpe, Owens, Zatopek, Blankers-Koen, Comaneci, Szewinska) y lo sustituyen por chabacanería, por vulgaridad, por juegos recreativos y de mesa, por ejercicios playeros y pasatiempos de día de campo. Puede cumplirse, por tanto, la profecía que hacen los jueces y senadores de ‘Astérix y los Juegos Olímpicos’ cuando afirman: “Nuestros juegos caerán en el ridículo… El estadio se llenará de atletas barrigones y achispados”; y no es esta una predicción disparatada, puesto que alguien como Homer Simpson podría quedar campeón en bolos. Lo peor es que para meter toda esta francachela expulsarán pruebas cargadas de solera; ya dejaron caer hace unos meses que el atletismo debería prescindir de los 200 metros.

El Comité Olímpico Internacional (al igual que otros organismos deportivos) está habitado por aprovechados y oportunistas, por palurdos y zoquetes, por gentes inmorales e ignorantes que confunden competición con deporte y que, como ha quedado demostrado, son capaces de todo sin la mínima vergüenza.

“¡Gente descomunal y soberbia!”, les increparía don Quijote.   
   

CARLOS DEL RIEGO

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