Por increíble y descorazonador que resulte, este podría ser un escenario olímpico |
Quienes tienen los Juegos Olímpicos como esencia
pura del deporte, pero también como sublimación del ‘más rápido, más alto, más
fuerte’, estarán aterrados ante las amenazas del Comité Olímpico Internacional,
las de la organización de los Juegos de Japón 2020 y, en general, las de todos
los que presiden cualquier disciplina federada; la razón es que están
proponiendo para integrarse al programa olímpico actividades disparatadas y lejanas
a lo que ha de ser un deporte y, evidentemente, a años luz de lo que debe ser
un deporte olímpico. Todos esos comités (donde, seguro, menudea la corrupción) están
dispuestos a convertir los Juegos Olímpicos en algo así como un revoltijo de festival,
feria, verbena o romería. ¡Si el barón de Coubertin viera lo que unos cuantos
cretinos codiciosos han hecho con ‘sus’ juegos!
La cosa es para echarse a temblar, puesto que ya
están reconocidos por el COI ‘deportes’ como el soga-tira, la orientación,
bolos (incluso modalidad sobre hierba), floorball (que es como el hockey pero
con la bola y los sticks de plástico), el frisbee (sí, eso de tirar y recoger
un disco de plástico), el sumo (lo de los gordos japoneses que se empujan) y
una especie de kung-fu, también el raquetball (que es casi idéntico al squash),
el netball (sucedáneo del baloncesto pero sin tableros), el korfball (muy parecido
al anterior), el surf, el golf y, entre otras, ¡el ‘bridge’!, sí, el juego de
cartas. Que actividades respetables pero que no son deporte (como la natación
sincronizada, la gimnasia rítmica y el patinaje artístico) o deportes-sucedáneo
(como el vóley playa) estén en el calendario olímpico ya es prostituir el
espíritu de la milenaria reunión, pero que aquello otro aspire a formar parte
de los Juegos (y con perspectivas de conseguirlo) es pura charlotada, bufonada
surgida de mentes estrechas que ven los aros olímpicos como si fueran $ y €.
Realmente no sería la primera vez que los juegos
caen en la indignidad. De hecho, Pierre de Fredy, el barón de Coubertin (quien los
rescató a finales del siglo XIX después de casi dos milenios de olvido) se
quejó amargamente de cosas como las que ahora pretenden estos mamarrachos que
capitanea el presidente del COI, Tomas Bach, un extirador de esgrima alemán
impregnado de política hasta el tuétano, lo que significa mentira y manipulación,
deshonestidad, inmoralidad… El barón, ingenuo e idealista, dijo de los Juegos
de París 1900: “Se han convertido en algo mezquino e indigno”, y de los
organizadores: “No han comprendido lo que es el olimpismo”. Y cuando, cuatro
años más tarde en San Luis (USA), se incorporaron especialidades como las ahora
propuestas, clamó: “Esto es una farsa carnavalesca y ultrajante”. En fin, que
si las cosas siguen por estos cauces, las amargas afirmaciones del visionario
francés podrán aplicarse hoy con gran propiedad.
Si no hay quien pare los pies a esta horda dudosa,
pronto sopesarán la posibilidad de incluir en la villa olímpica las carreras de
sacos, futbolín, petanca o lucha de brazos (los pulsos, vamos), y también el
monopoly, y ¿por qué no concurso de prestidigitación e ilusionismo?, e
igualmente el tute (con sus diversas modalidades ‘cabrón’, cuarentaytres,
subastao, ganapierde…) o el póker, y el ajedrez y las damas, ¿y quién votaría
en contra de incorporar un concurso de mises?, ¿y qué hay de malo en el juego
de la rana? Sólo faltan la cucaña, la carrera de cintas y el corro la patata…
Lo único que se precisa es poner encima de la mesa el dinero necesario.
Si los Juegos Olímpicos tienen encanto y atractivo
es, más allá del hecho deportivo, por su halo mítico; sin embargo, con
intenciones como aquellas, lo que hacen es arrebatarle solemnidad y tradición para
convertirlo en festejo popular, romería, circo. Renuncian a la historia, al
acervo legendario de los héroes del estadio (Nurmi, Thorpe, Owens, Zatopek, Blankers-Koen,
Comaneci, Szewinska) y lo sustituyen por chabacanería, por vulgaridad, por
juegos recreativos y de mesa, por ejercicios playeros y pasatiempos de día de
campo. Puede cumplirse, por tanto, la profecía que hacen los jueces y senadores
de ‘Astérix y los Juegos Olímpicos’ cuando afirman: “Nuestros juegos caerán en
el ridículo… El estadio se llenará de atletas barrigones y achispados”; y no es
esta una predicción disparatada, puesto que alguien como Homer Simpson podría
quedar campeón en bolos. Lo peor es que para meter toda esta francachela
expulsarán pruebas cargadas de solera; ya dejaron caer hace unos meses que el
atletismo debería prescindir de los 200 metros.
El Comité Olímpico Internacional (al igual que otros
organismos deportivos) está habitado por aprovechados y oportunistas, por
palurdos y zoquetes, por gentes inmorales e ignorantes que confunden competición
con deporte y que, como ha quedado demostrado, son capaces de todo sin la
mínima vergüenza.
“¡Gente descomunal y soberbia!”, les increparía don
Quijote.
CARLOS DEL RIEGO
No hay comentarios:
Publicar un comentario