La caída del muro de Berlín fue la escenificación del estrepitoso colapso de la URSS y el comunismo |
La cosa ocurrió un poco por casualidad (tras las
palabras un tanto aturulladas de Günter Schabowsi), pero lo cierto es que
después de la llegada de Gorbachov, de la perestroika y el glasnost, el muro
estaba condenado…, y con él el máximo representante del comunismo, la Unión
Soviética. Así, puede afirmarse que, tanto o más importante que lo que supuso
para Alemania, aquel emblemático derribo señaló un punto de inflexión en el
devenir histórico de la Humanidad.
Hace unos días un músico de la antigua RDA, Wolf
Biermann, ofreció una pequeña actuación en el Bundestag (el parlamento alemán),
pero además de cantar, el artista aprovechó para arremeter contra la izquierda
(die Linke) calificándola como “resto miserable de lo que, por suerte, ya está
superado”, palabras (seguramente injustas con esa izquierda) que muestran que
el hombre tenía aun muy presente la dictadura comunista. La caída del Muro de
Berlín fue, en fin, la estrepitosa escenificación de la caída del comunismo,
colapsado por sí mismo, por su propia naturaleza, por sus propios principios,
por su propio totalitarismo…, por su propia locura.
Fueron más de siete décadas de un estado
dictatorial, extremadamente violento y paranoico hasta el delirio (la barbarie
nazi, la más atroz de la que se tiene noticia, no exculpa otras salvajadas tal
vez menos reconocidas). Términos como la Cheka y el Terror Rojo (“su trabajo
debe abarcar todos los ámbitos de la vida pública, ese es el sentido del
terror” escribió Dzierzynski, que añadió “mi pensamiento me ordena ser terrible
y yo seré fiel a mi pensamiento hasta el final”); lugares como Siberia y el
Gulag (en poco más de un año Yezov, borracho y violador, ordenó tres cuartos de
millón de ejecuciones y millón y medio de deportaciones a Siberia), o como
Katyn (donde Lavrenty Beria, durante la Segunda Guerra Mundial, ordenó fusilar en
masa a unos veintidós mil polacos, entre militares, policías y civiles, aunque
de su NKVD, luego KGB, no se libraron judíos, húngaros, bálticos…); colectivización
agraria (diez millones de campesinos muertos), ‘Holomodor’ (el holocausto
ucraniano), purgas…, son palabras y siglas, en fin, inevitablemente asociadas a
la locura soviética. Locura que describió Stalin cuando dijo: “Exterminaremos a
todos y cada uno de nuestros enemigos, sean antiguos bolcheviques o no;
exterminaremos a todos sus parientes y a toda su familia; exterminaremos sin
misericordia a todo aquel que, con ideas o con hechos, amenace la unidad del
estado socialista”. Más claro no puede expresarse. Y no fueron sólo palabras,
pues aquella demencia fanática se llevó por delante a enemigos reales o
imaginarios, a camaradas del partido y comunistas convencidos (incluyendo líderes
como algunos de los mencionados), militares de todas las graduaciones,
escritores y todo tipo de intelectuales, pueblo llano sospechoso (en realidad
todo el mundo era sospechoso)…, nadie estaba a salvo.
Esa locura ciega y estúpida llegó a enviar a Siberia
(y a la cárcel a sus familiares) a los prisioneros soviéticos que el ejército
rojo liberó de los campos de concentración nazis al final de la guerra, pues se
les acusaba de haberse rendido (casi siempre por falta de munición, comida,
combustible…), y de no haberse suicidado antes que caer preso. Es más, si un
carro de combate T-34 era alcanzado y estaba en llamas, se exigía que los que
iban dentro se quedaran dentro y se quemaran con su vehículo, de modo que quien
conseguía salir del tanque incendiado era degradado, insultado y duramente
castigado; incluso se escribieron cancioncillas que aludían a este hecho: “¿Por
qué no te has quemado junto con tu tanque, hijo de perra?, me preguntó el
Departamento Especial, y yo respondí que en el próximo ataque no dudaré en
quemarme”. Por cierto, todo esto se sabe gracias a la obsesión de todos los
órganos comunistas (partido, Kremlin, KGB, Smersh y demás nomenclatura) por
exigir y archivar informes.
Es oportuno volver a recordar que el modelo político
del fascismo es idéntico al modelo político del comunismo, basados ambos en la
total ausencia de democracia, derechos y libertades; la diferencia entre uno y
otro reside en el sistema económico, aquel capitalista y de mercado libre, éste
planificado por un gobierno poseedor de todos los medios de producción. Y por
eso terminó cayendo el muro (erigido “para proteger al pueblo de la amenaza
capitalista-fascista”, según dijeron las autoridades de la Alemania Oriental),
‘die Mauer’ cayó porque no es posible el comunismo, porque es contrario a la
libertad de pensamiento, de expresión, de asociación, de movimiento… Cierto que
el capitalismo está a años luz de ser perfecto, cierto que los sistemas
democráticos no son perfectos, pero siempre serán mejores que un régimen en el
que no hay derechos individuales.
Cualquier persona que, instalada en las libertades
de una democracia occidental, se diga comunista, no hubiera durado (no duraría,
aun hoy) una hora en aquella locura, pues bastaría que hablara para ser
inmediatamente detenido y…
CARLOS DEL RIEGO
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