Gilmour y Mason son los que decidieron editar el disco como homenaje póstumo a Wright, y sin contar con el malhumorado Waters |
La primera impresión es que no cabe la duda: es Pink
Floyd. Sin embargo, a medida que se suceden los cortes se va teniendo una
extraña sensación, como si el álbum estuviera confeccionado a trozos, como si
tomara un poco de allí, de este, de aquella…, pero no como si Pink Floyd se
plagiara a sí mismo canciones o trozos de canciones, sino como si cogiera ideas,
es decir, como si rescatara ambientes, arreglos, coros, cambios y cortes,
recursos y efectos, ritmos y sonidos. De este modo, a lo largo del disco, el
aficionado experto (el veterano) encontrará ecos de algunos de los discos
emblemáticos de la banda. A veces parece que un tramo de canción podría haber
ido en el ‘Meedle’ y otro en el ‘Oscured by clouds’, ese cambio y esa atmósfera
suena mucho a ‘Dark side of…’ y esta textura instrumental no deja de recordar a
‘Wish you…’; claro que peor es cuando deja de parecerse a sí mismo y toma aires
a lo Mike Oldfield (que no es necesariamente peyorativo) hasta acercarse a la
‘new age’ o al ‘chill out’ y perderse en murmullos más bien insustanciales,
casi planos.
Mal, no se puede decir que ‘The endless river’ esté
mal: suena inequívocamente a Pink Floyd y resulta muy familiar (tal vez
demasiado) y, además, todo está hecho con clase y buen gusto, pero deja dudas,
cierta inquietud, como si estuviera incompleto, como si le faltara algo, tal
vez el remate, quizá un poco más de chispa…, incluso es posible que se note la
ausencia de Roger Waters; ególatra y soberbio, dictatorial y engreído, sí, pero
él fue quien proporcionaba esa guinda que convertía melodías en emblemas (por poner
un paralelismo, las canciones de Lennon y las de McCartney nunca fueron tan
buenas, tan redondas, tan cercanas a la perfección como las de Lennon-McCartney).
Además, todas excepto una son instrumentales, y como quiera que Waters era el
encargado de las letras… Sí está David Gilmour, cuyas guitarras dicen Pink
Floyd en cada acorde, en cada punteo; y también Rick Wright, el desterrado por
Waters, con su inconfundible tratamiento del sinte y el órgano (hay que
recordar que las bases del disco están tomadas de los descartes de su anterior trabajo,
cuando Wright aun vivía); y no falta Nick Mason aportando ese toque preciso y
calmado…, no en vano en su tiempo se llegó a decir que Pink Floyd gustaba tanto
y ‘entraba tan fácil’ porque sus ritmos podían superponerse al latido de un
corazón en reposo…
El disco malo no es, nada de eso, pero da la
impresión de que no acaba de arrancar, de que presenta muy prometedores inicios
que, finalmente, no terminan de tomar camino, no desembocan… Contiene algunas
piezas francamente buenas que son Pink Floyd inequívocamente, al cien por cien.
Y este es precisamente su principal valor, puesto que sus incondicionales van a
reconocer a su grupo favorito desde el primer teclado, y también se
reencontrarán con esas voces que hablan de manera tan ‘pinkfloydiana’, el clima
enigmático, las guitarras, sintetizador y ritmo, el saxo…, todo perfectamente
identificable. Pero falta algo, un poco de tensión, una pizca de nervio, un
toque genial que lo eleve por encima de productos perfectamente previsibles;
asimismo, aunque algunos de sus títulos mantienen el nivel, no cabe duda de que
otros se antojan un tanto desmayados, carentes de emoción y, a la vez,
excesivamente atmosféricos y etéreos, demasiado ‘ambient’, vamos. En fin, que
el disco se puede dejar sonando en su integridad y se escucha sin esfuerzo,
pero no proporciona sobresaltos emocionales, los temas se suceden sin que pase
gran cosa, apenas obliga a echar un vistazo a los créditos para identificar la
que suena, y difícilmente dejará huella en ese fan que aún se emociona con lo
que la banda lanzó hace cuatro décadas.
No es que se esperase otro ‘Dark side of the Moon’,
pero después de tantos años sin novedades, quien se maravilló ante los
portentos que el cuarteto regaló durante los setenta del siglo pasado tal vez
se hubiera hecho ciertas ilusiones, sobre todo teniendo en cuenta que el álbum
se anuncia como el definitivo de Pink Floyd.
Este ‘Río sin fin’ no está mal, pero…
CARLOS DEL RIEGO
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