Noble y bondadoso, brusco y exigente, valiente e inteligente, así era Barceló, cuya mejilla derecha muestra un balazo recibido en combate |
Este mallorquín, nacido en 1717 de padre marinero,
fue el terror de los piratas berberiscos que desde el siglo anterior
aterrorizaban las costas mediterráneas (el dicho ‘moros en la costa’ procede de
aquellos momentos); llegaban, saqueaban, robaban y se llevaban a los hombres
para esclavizarlos y a las mujeres para los harenes; además, atacaban toda nave
mercante que se atreviera a echarse al Mediterráneo. Así estaban las costas
levantinas, pero las cosas iban a cambiar. Tras atesorar una sustanciosa
experiencia, con apenas 19 años ya es piloto y recibe el mando de una nave.
Desde ese instante, se convierte en el azote de los piratas moros, pues pronto
es atacado por dos de sus navíos, a los que pone en fuga. Gracias a este y sucesivos
actos de enorme mérito, Antonio Barceló y Pont de la Terra fue ascendiendo en
el escalafón de la Marina Española a pesar de no poseer estudios ni haber
pasado por academia militar o naval.
Era de familia más bien acomodada y podía haberse
dedicado a disfrutar de una vida relajada y tranquila, pero eso no iba con este
intrépido, valeroso, prudente e inteligente marino. Con apenas treinta años y tras
incontables acciones victoriosas contra los corsarios berberiscos, el rey le da
el mando de cuatro jabeques (barcos ligeros, de fácil maniobra y buena potencia
de fuego) con las que derrota una y otra vez a los piratas del Mediterráneo
occidental. Las hazañas de Barceló recorren toda España, que admira la destreza
e inteligencia del ‘capitá Barceló’; no en vano todavía se recuerda, en el
litoral mediterráneo español, la frase “més brau que Barceló per la mar”. Entre
1753 y 1771 el mallorquín destroza una y otra vez barcos y flotas dedicadas a
la piratería con base en Argel, hundiendo navíos, tomando prisioneros,
conquistando botín y liberando cautivos. Entre sus incontables victorias
destaca la que logró frente al famoso pirata Selím en 1763; con un solo jabeque
(‘El Vigilante’) arremetió contra las tres galeotas del moro y, tras intenso intercambio
de artillería, una por una las fue abordando y desbaratando en otras tantas maniobras
legendarias, épicas, inusitadas; tomó centenar y medio de prisioneros
incluyendo a Selím, llevándose de recuerdo un tiro en la mejilla (no fue la
única herida que recibió, además de la sordera producida por los cañonazos) que
le desfiguró el rostro para siempre.
Su método era simple y terriblemente arriesgado,
pues prefería el abordaje; con naves tan ágiles como los jabeques, se acercaba
a las de los enemigos y, con un valor pasmoso, abordaba espada en mano barcos
de cualquier porte; el riesgo era máximo, pero así se aseguraba de que el
enemigo no escapaba. No gustaba de pistolas, pero era temible con el chafarote
(espada ancha de un solo filo); así, viendo su arrojo y determinación, los
marineros a su mando le seguían al combate sin temor, de modo que,
inevitablemente, el barco sarraceno caía en poder del valeroso e intrépido
‘capitá Toni’.
Participó en muchas batallas y acciones navales. En
1775 tomó parte en un intento de desembarco en Argel. En realidad él sólo
quería acercarse, bombardear una y otra vez sin dejar reponerse al enemigo y
regresar; pero los que estaban al mando del proyecto insistieron en desembarcar
tropas y pertrechos; sin embargo como quiera que los preparativos fueron
eternos, los moros tuvieron tiempo de prepararse, así que cuando los infantes
de marina llegaron a tierra fueron masacrados, y hubieran perecido los 8.000
que pusieron pie en Berbería de no ser por la inaudita audacia de Barceló, que
logró acercarse a la playa lo suficiente como para, esquivando y lanzando
cañonazos, salvar a unos 6.500, dejando pasmados a los capitanes, marinos y
militares que fueron testigos de tan asombrosa proeza. Protagonizó otras
operaciones de castigo y hostigamiento contra las costas argelinas donde
recalaban los piratas (ya sin desembarco), hasta que el bey de Argel terminó
por firmar la paz con España.
Igualmente destaca el intento de bloqueo de
Gibraltar en el que el héroe balear participó, en 1779. Barceló ideó una
especie de lanchas de remos artilladas con un cañón de largo alcance con las
que acercaban al puerto y disparaban contra los barcos e incluso contra la
ciudad, causando grandes destrozos para, tan velozmente como se habían
presentado, desaparecer; además, apenas ofrecían blanco, sobre todo de noche.
Pero los celos de sus colegas con estudios navales (él apenas sabía leer y
escribir), la tardanza en construir esas naves y la pésima dirección del
proyecto llevaron éste al fracaso. A pesar de todo, el pueblo no dejaba de
asombrarse ante su valor y destreza, y así se decía de él por todas partes: “Si
el Rey de España tuviera cuatro como Barceló, Gibraltar fuera de España, que de
los ingleses no”.
Cuando dejó de navegar por ‘su’ Mediterráneo, el
corso ya no era problema: los mercantes y las costas estaban libres del saqueo;
es más, durante décadas, lo que más temieron los capitanes y marineros
berberiscos era ver aparecer en el horizonte las velas de los jabeques de
Barceló, pues ya no era posible la huída y una vez entablado el combate, el
‘capitá’ era invencible. Además de servicios guerreros, Barceló también destacó
en otros menesteres; por ejemplo, cuando desafió galernas aterradoras para
llevar trigo de Barcelona a Mallorca en época de gran carestía; o cuando se
encargó de dar caza a un oficial de dragones que se había escapado con una
monja…
El Rey Carlos III quiso conocer personalmente al
bravísimo español que tan grandes servicios había prestado (alcanzó el grado de
Teniente General de la Armada y fue nombrado Caballero de la orden de Carlos
III). Así, en 1769 Barceló acude a la llamada del monarca, quien se pasa
larguísimo rato preguntándole por los detalles de sus hazañas y asombrándose
ante sus asombrosas aventuras; finalmente, el sonriente ‘mejor alcalde de
Madrid’ lo despidió diciendo “Vuelve, que los moros se han enterado que estás
en Madrid y andan ya por las costas”…, un elogio cargado de humor.
Desde que Barceló los ahuyentó, ya no hay moros en
la costa.
CARLOS DEL RIEGO
Hola, Carlos. Me llama la atención que no sólo estás ojo avizor en el panorama musical sino que también el horizonte marítimo está dentro de tus preocupaciones, y eso que León dista mucho del mar... Pero antes de pedir más estatuas como la que estimas merece Antonio Barceló espera a ver si la de Blas de Lezo se sostiene, pues no será por falta de "empujones" catalanes que juzgan que debe retirarse...
ResponderEliminarSaludos.
Andrés Quintero.
Amigo Andrés, lo de algunos catalanes (no todos) es de camisa de fuerza, pues son capaces de negar cualquier evidencia por muy bien documentada que esté. Ya sabes: no hay peor ciego... Bueno, me apasiona la Historia, sobre todo la de España y sus protagonistas. Por cierto, me equivoqué al teclear y destruí sin publicar un segundo comentario que me enviaste; si te apetece reenvíamelo. Gracias, Saludos
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