domingo, 31 de agosto de 2014

LA MÚSICA ROCK Y LA PUBLICIDAD Desde que la música rock fue definitivamente asimilada por la sociedad, desde que el rockero de chupa y melena cumplió los cincuenta, los conceptos rock y publicidad se ajustan a la perfección, y por ello, esa música ya es imprescindible para los anuncios

Al excelente grupo The Band nunca le sonrió la suerte
Casi desde el primer momento la publicidad vio en la música pop y rock el perfecto reclamo para atraer a los consumidores de ciertas franjas de edad. Esta tendencia se ha ido consolidando con los años, hasta el punto de que las canciones de estos géneros se han convertido en la banda sonora perfecta para anunciar prácticamente cualquier producto, y ello sin tener ya en cuenta las edades de los posibles compradores, puesto que ya hay historia del rock con años suficientes, con estribillos suficientes para que las sintonías sean reconocidas por posibles consumidores de entre los 10 y los 70 años.


En España debió ser el ‘Samba pa ti’ de Santana el primero (o uno de los primeros) temas rock que se incluyó en un spot publicitario como sintonía. La televisión vio pronto las posibilidades de la música popular como reclamo para sus anuncios; así, muchas canciones que penetraron en el público desde las listas de éxito, fueron luego utilizadas por la propaganda comercial asociándose a ciertos significados: libertad, rebeldía, personalidad, exclusividad, disfrute…, convirtiéndose de este modo en la perfecta base musical, precisamente por ejercer un atractivo irresistible sobre el espectador; por si fuera poco, los que diseñan el mensaje publicitario eligen estribillos y melodías que grandes masas de población recuerda y reconoce, con lo que el principal propósito del spot (que es llamar la atención) está conseguido. En fin, si en un principio las cuñas radiofónicas y los primeros spots televisivos tiraban de sintonías originales, con el paso del tiempo la cosa ha ido derivando a la utilización de partituras reconocibles; hay que pagar derechos de autor, pero lo normal es que el uso de éxitos (o canciones con un significado claro aunque no hayan sido muy populares) compensa la inversión, ya que su capacidad de atraer la atención es muy superior a la de una sintonía totalmente nueva.


Por otro lado, esa toma de títulos de rock y de pop para ilustrar mensajes comerciales ha venido muy bien a no pocas canciones; de hecho, muchas olvidadas o que simplemente nunca conocieron el éxito mayoritario, se encontraron con un rejuvenecimiento o con la popularidad gracias a la masiva difusión de un spot que las llevó incluso a lograr un éxito en las listas que no tuvieron en su momento.

La relación de piezas que contribuyeron (contribuyen) a la difusión y popularización de un producto, la lista de composiciones extraídas del planeta de la música popular que se unen a las estrategias del marketing es verdaderamente extensa, y no deja de crecer. Así aquel ‘Many rivers to cross’ de Jimmy Cliff o el ‘Walking in the rain’ de Flash & the Pan, temas de Madness e incluso The Doors, Ray Charles o Nina Simone, Depeche Mode o los mismísimos Beatles, a quienes han recurrido muchas veces los creativos del reclamo televisivo. Entre toda esa interminable colección de éxitos pasados, títulos desconocidos incluso en su día y canciones rejuvenecidas, hay algunas que merecen una visión más detenida (todo el mundo podría escoger las suyas). Actualmente una marca de coches se sirve del clásico ‘A horse with no name’ de America, no hace mucho hacía lo propio una empresa de cervezas con el ‘The Jocker’ de Steve Miller Band, y también algún publicista pensó en el más oscuro ‘The weigth’ de The Band como soporte musical para un spot de refrescos.


El grupo que acompañó durante muchos años a Bob Dylan, el canadiense The Band, nunca tuvo mucha suerte; de hecho, a pesar del enorme talento vertido en sus discos y del indudable mérito de sus canciones, el excelente quinteto jamás logró algo parecido a un éxito. En activo desde 1968 a 1978 (hubo una reunión fallida en los noventa), regaló verdaderas maravillas, como la mencionada ‘The weight’; es esta una delicia en clave country-rock y con ambiente de ‘road movie’, un medio tiempo arrebatador con texto viajero en el que un trotamundos va hablando con los lugareños de la ciudad a la que llega. Su autor, Robbie Robertson, explicaba que está basada en películas de Luis Buñuel en las que uno quiere hacer el bien pero no lo consigue (él menciona ‘Viridiana’ y ‘Nazarín’). Paradójicamente, esta canción obtuvo mayor repercusión con las versiones de otros y como banda sonora de pelis, series y anuncios.
‘The Jocker’ sí que es un clásico reconocido. Fue escrita en 1973 por Steve Miller para su grupo Steve Miller Band, formado en California a mediados de los sesenta del siglo pasado. En su día fue un número uno en medio mundo, pero logró una segunda juventud cuando más de tres lustros después volvió a lo alto de las listas gracias al hecho de haber sido usada como sintonía de una marca de pantalones vaqueros; ya en el siglo XXI su cadencioso ritmo regresó para servir a la perfección a una marca de birras. El sentido de la letra se explica perfectamente en dos de sus versos: “Verdaderamente me encantan tus melocotones, y quiero agitar tu árbol”, y también con las autodefiniciones: “soy un recolector de frutas…, amante…, pecador…, soy un fumador (de maría) a medianoche…, un bufón…,  alguien que sonríe...”; o sea, algo parecido a un despreocupado vividor. Los pausados arpegios con la acústica, los detalles tipo ‘slide guitar’ (conocidos como silbido de lobo), la facilidad de asimilación de su estribillo y, en fin, la indudable gracia que exhibe la pieza, la hacen idónea para fines comerciales.
Finalmente, el excelente ‘A horse with no name’ de America. Es esta una formación que viene funcionando casi sin interrupción desde hace 34 años con intención más bien country, sonido tirando a acústico, gran atención a las voces y acabados muy bien pulidos. El ‘Un caballo sin nombre’ fue éxito incluso en España; presidida por una omnipresente guitarra de doce cuerdas, su melodía es hipnótica, muy fácil de reconocer y tararear. Su autor (Dewey Bunnel) afirma que el texto se basa en sus recuerdos de infancia, cuando con su familia viajaba por Arizona y Nuevo México a través del desierto; trata de transmitir el sentimiento de calor abrasante, la soledad y sequedad del desierto, pero incluyendo  también (explica Bunnel) según parámetros surrealistas (Dalí, Escher): “Después de nueve días (…) el desierto se convirtió en mar (…) el océano es un desierto con su vida bajo la tierra, y un perfecto disfraz encima”. Sí, seguro que el desierto termina por dar la vuelta a la realidad.
Cuenta la leyenda que The Doors, sin que Jim Morrison se enterara, habían prestado su canción ‘Light my fire’ a una empresa automovilística, que la convirtió en ‘Light my Buick’; cuando lo supo el malogrado cantante, cogió un enfado mayúsculo y obligó a sus compañeros a que cancelaran el contrato. Esa pureza artística resulta hoy, por lo ingenua, casi emocionante…, pero también mueve a la sonrisa de conmiseración.          

CARLOS DEL RIEGO

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