No hay comparación posible entre aquellos y estos momentos |
Sin embargo, esta modalidad que actualmente tiene
tanto de romería, en sus primeras fases era entendida como un ritual, como un
gesto de protesta, como una manera de diferenciarse de la sociedad adocenada,
acomodada y un tanto anestesiada.
Sí, las cosas han cambiado radicalmente en todos los
aspectos. Esta manera de ofrecer rock en vivo nació (cómo no) en Estados
Unidos. Se tiene como el primero de este género el llamado Fantasy Fair & Magic Mountain Music
Festival, celebrado en junio de 1967 en una colina de San Francisco, el cual
había tomado la idea de una especie de feria en la que el personal se
disfrazaba con trajes de época rememorando los siglos XVII y XVIII (el
Reanissance Pleasure Fair). Aquel iniciático Fantasy & Magic fue seguido
unos días después por el mucho más famoso Monterey Pop, con el que se abrió
definitivamente una prometedora puerta, ya que fue un enorme éxito; luego
llegaron el gigantesco Woodstock y algo después el no menos emblemático
Altamont, con lo que la novedad se hizo costumbre y se extendió por todo el
mundo.
Desde entonces las
cosas han cambiado mucho, en todo, tal vez lo único que no ha variado es la
sensación que han de experimentar los artistas al ver el gentío. Aquellos
primeros festivales de los sesenta del siglo XX tenían como fin principal
llamar la atención sobre el nuevo movimiento que ya se llamaba hippy, dar a
conocer aquello de paz y amor, las flores en el pelo y la ropa estrafalaria y
colorida, la conveniencia de los alucinógenos y el amor libre…, y también
proclamar el rechazo a la guerra (concretamente la de Vietnam) y a las reglas
de la sociedad materialista. Y todo ello con mucho ‘buen rollo’ entre el
personal, con mucho ‘haz el amor y no la guerra’… En fin, que aquellas primeras
congregaciones de hippies eran la materialización del ideal ‘sexo, drogas y
rock & roll’, nada más, nada menos.
Además, los pioneros Fantasy Fair y Monterey (éste
promovido por John ‘Mamas & The Papas’ Phillips) tuvieron fines solidarios
y los beneficios se dedicaron íntegramente (y teóricamente) a instituciones
benéficas; se tiene por muy cercana a la realidad la cifra de 200.000
asistentes a cada uno de dichos eventos. De todos modos, la intención de los
organizadores tenía poco que ver con el beneficio económico y mucho con sus
ansias de libertad psicodélica, de armonía, de vivir en comuna sin reglas, sin
ataduras, sin compromiso, sin obligación; y como quiera que en aquellos años
aquel movimiento cultural (que fue de los primeros en eso de la contracultura)
era la novedad absoluta, contaron con masivas asistencias. Lógicamente, con
aquellas bases ideológicas, las marcas comerciales no tenían sitio.
Hoy las cosas son distintas. Los grandes espectáculos
musicales con extensos carteles surgen por todas partes y, al menos en su
mayoría, congregan a muchos miles de espectadores que acuden menos atraídos por
los nombres de los artistas que por la promesa de gran mogollón; en realidad,
echando un vistazo a los programas de algunos de estos certámenes está claro
que es imposible presenciar todo: hay varios escenarios, actuaciones
simultáneas o una tras otra casi inmediatamente. Sí, en los festivales del
siglo XXI impera la masificación en todo, artistas, público, marcas
comerciales, actividades de ocio, restaurantes y, en fin, todos los servicios
que se tienen en cualquier parte. Estos festivales-romería, estos parques
temáticos son un poco como el bufé de los restaurantes chinos, en los que todo
termina sabiendo igual. Grupos y canciones, guitarras y baterías, cantantes
melódicos y bandas extremas, marketing, refrescos y pitanza, operadores
telefónicos, marcas, bancos…, todo se congrega, todo confluye, todo forma parte
del espectáculo, todo termina teniendo el mismo sabor a marketing y
mercadotecnia. Totum revolutum.
En Woodstock, en aquellos primeros ‘enrrollamientos’
de la España de los primeros setenta del siglo pasado, existía el sentimiento
de estar asistiendo a un ritual, de alejarse del resto de la sociedad, de formar
parte de algo diferente y muy lejano a lo que pasaba y a lo que se pensaba
fuera del recinto. Y con buen rollo tío. El rock era entonces verdadera
contracultura, puesto que la mayoría de la población no es que lo rechazara, es
que ni lo tenía en cuenta: la sociedad aún no lo había asimilado.
No es que lo de ahora sea mejor ni peor, es
simplemente distinto, es lo que lógicamente corresponde a cada momento: lo que
fue Monterey sería imposible hoy, y los de hoy serían impensables entonces. Pero,
por encima de todo, la mayor diferencia entre unos y otros reside en los
artistas que los protagonizaron, y por eso no es posible la comparación: en los
festivales de los veranos de los últimos sesenta del siglo XX tocaron gigantes
del rock como Jimi Hendrix, The Who, The Rolling Stones, Crosby Stills Nash
& Young, Janis Joplin, Creedence Clearwaer Revival, The Doors, Canned Heat…
CARLOS DEL RIEGO
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