jueves, 3 de julio de 2014

PARAFASCISMOS, SIGLO XXI Es verdaderamente chocante comprobar cómo hay líderes políticos de hoy que utilizan idéntico lenguaje, idénticos métodos que los grandes nombres del fascismo del siglo pasado

Maduro, presidente de Venezuela, trata de adoctrinar al personal
 con sus monólogos televisivos 
La única diferencia está en que los del XXI se proclaman socialistas revolucionarios, siendo ésta autodefinición creída a pies juntillas por su legión de seguidores. Y da igual cómo actúen y se manifiesten dichos jerifaltes, pues sus incondicionales jamás podrán ver la realidad a través del velo ideológico que cubre sus ojos y altera su razonamiento; es más, usarán el manido ‘fachas imperialistas’ para señalar a discrepantes.

Chávez fue un excelente ejemplo al que ahora sigue Maduro. Y en España aparece ahora un personajillo de idéntico corte que los defiende, un producto de televisión que es homónimo del fundador del Psoe. El actual presidente de Venezuela (al igual que su predecesor) utiliza los recursos característicos del totalitarismo más académico: se persigue a quien osa criticar al jefe, se cierran los medios de comunicación que no se pliegan a los deseos del partido, se encarcela a los políticos opositores, se carga con dureza contra la manifestación de estudiantes que pide libertad (no ya mejoras en clase o menos tasas), se acusa a los demás de los problemas internos (en este caso la miseria, el desabastecimiento, el paro)…; y cuando la prensa extranjera denuncia los excesos del caudillo de turno, éste pone el grito en el cielo manifestando que esos extranjeros “nos odian y quieren destruir nuestro país”, es decir, el mandamás se identifica con el país, de modo que cualquier ataque contra él lo convierte en ataque a toda la nación. Viejas recetas utilizadas por todo tipo de dictadores que, por lo que se puede ver, parece que siguen teniendo respaldo entre una parte de la población. 
    
Para justificar el encarcelamiento de periodistas y políticos rivales, así como la represión contra todo el que discrepe, se recurre a la típica acusación de ser antirrevolucionarios y, por tanto, se entiende lícito quitarlos de en medio; es un proceder idéntico al de cualquier régimen dictatorial clásico, en el que se hacía con los ‘desafectos’ lo mismo que hoy hacen los revolucionarios con los antirrevolucionarios (sorprende que se vea conveniente perseguir al antirrevolucionario y, a la vez, intolerable perseguir al desafecto). En fin, son modos que dejan patente el espíritu absolutamente antidemocrático de esos líderes y sus adictos. Pero lo mejor es que, aquí, en España, hay muchos que aplauden a los bolivarianos y, al mismo tiempo, denuncian que aquí, en este país, se vive “bajo un estado policial y tiránico”, sin darse cuenta de que aquí pueden proclamar tal cosa sin problemas, mientras que allí serían perseguidos por decir exactamente lo mismo. ¡Pero si hay personas que defienden la situación de Corea del Norte y despotrican de las democracias occidentales! ¡Pero si hay gente que tiene a Che Guevara como un hombre a imitar a pesar de que defendió en la ONU su derecho a fusilar al opositor!

Lo que alcanza ya la categoría de esperpento es que un político ‘bolivariano’ (por cierto, hay que recordar que Bolívar no quería una democracia, sino poseer él mismo todo el poder como si fuera un monarca, pero con el nombre de ‘monócrata’, término acuñado por el propio libertador), concretamente el ministro del interior de Venezuela (un general),  haya sido galardonado con el premio ¡al mejor periodista del año! Da igual que el Colegio Nacional de Periodistas de ese país denuncie la persecución de todo medio que exija libertad de expresión, que más de un centenar de profesionales hayan sido encarcelados, agredidos y amenazados, que hayan sido confiscados equipos fotográficos y televisivos, que policías, militares o ‘colectivos populares’ (que son civiles con pistola afectos a la revolución) amedrenten a reporteros y asalten redacciones…, nada de eso tiene importancia a la hora de elogiar como gran periodista al ministro. Este ridículo y grotesco premio recuerda otro galardón también patéticamente risible: la esposa de Ceaucescu, el tirano de la Rumanía comunista, fue declarada por el aparato oficial como la mejor química del mundo, e incluso se destacaba en la prensa amiga (la única existente en dicho país) que poseía un enorme prestigio en la comunidad científica internacional; la realidad es que Elena Petrescu logró su título tras la visita de unos señores con gabardina a su profesor, que leyó su tesis a puerta cerrada y sin que trasluciera su contenido, que un profesor que la suspendió fue despedido, que los químicos que publicaban estudios, investigaciones y trabajos fueron obligados a colocarla como coautora…

Este es el destino de los caudillos revolucionarios iluminados, demagógicos, parafascistas: el ridículo más trágico. Y este es el camino que acaban de emprender Iglesias y sus acólitos, el del parafascismo más grosero (por más que disfrazado) que no soporta críticas, que justifica actos terroristas (sólo los de un signo), que simpatiza con dictadores (sólo los de su signo), que insulta a los rivales y tira de demagogia fácil y populista dirigida principalmente a quienes quieren destruir el sistema del que él tan cínicamente se aprovecha. De todos modos, seguramente, este Capillas sea el Ruiz Mateos del momento, de manera que cuando lleguen las votaciones que el personal se toma en serio, las generales, el tal Ermitas pase de moda, pues no olvidemos que es un producto televisivo, una manufactura creada por expertos en propaganda y manipulación de masas. Algo así como aquel Chikilicuatre, pero no en el escenario de Eurovisión, sino en el de la política. Aunque, verdaderamente, ambas cosas tiendan a semejarse.

Y para rematar la cosa, está la farsa bochornosa de los monólogos adoctrinadores y cotidianos en la tele. ¿Alguien se imagina una charla televisada del presidente de España (sea el que sea), de un par de horas de duración y a diario?    
  

CARLOS DEL RIEGO

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